Amarnos de nuevo

Capítulo 12

Darla Reyes

Los bichitos del dolor se fueron. La aventura con el señor de blanco no fue del todo mala. Se portó bien el abandonador. Le subiré medio punto por lo épico de esta mañana. No todos los días un adulto puede conmigo. La parte fea fue mi lengua rara y esa niña chismosa que fue a mando a decirme cobarde. Ruegue a los ángeles para encontrarse conmigo. Me voy a encargar de que no pueda comer dulces por un buen tiempo. ¡Qué grosera!

Mis amigos, los colores, han vuelto. Crearé el cuento de mamá y el señor no sirve con dibujos. Primero dibujaré a la reina, la mejor mamá del universo. Será mi pequeño secreto. Ni siquiera a Gregory se lo diré. Las paredes oyen. Tomé el color marrón más bonito. Mamá saldrá perfecta. Parte de eso es su color de piel. A mí no me tocó como regalo en la herencia.

Espero que los hermanitos que me dé sí lo reciban. Me hace falta uno… o mejor varios. Para abrazarlos y sentirme acompañada. Me encanta jugar con Gregory, es súper divertido. Pero el perrito se divierte más con otros peluditos. Quiero un hermanito pequeño que me ayude con mis travesuras. Más amor cerca de mí, en miniatura. Además, seré promovida a hermana mayor. Cuando mis padres se unan, sé que tendré uno.

Pero primero lo primero:

El señor no sirve tiene que divorciarse.

Mamá vale mucho para estar escondida. Nada ni nadie y menos ese señor arquitecto, no debería hacerla pasar esa vergüenza. Eso está mal, igual que robar. Y yo nunca los he visto robando. Ella es una reina, no es relajo. Las cosas se hacen bien.

Xóchitl hace acto de presencia. Volteo el dibujo. Nadie puede verlo todavía. Su momento llegará.

Viene con esa carita de que me trajo algo delicioso a escondidas de mamá. En efecto, el olor a chocolate con leche caliente llega hasta aquí.

—Darlita, te traje un chocolatito con leche —solté los colores, feliz. Mi mexicana favorita se bajó al mismo nivel que yo hasta sentarse.

—¡Gracias, gracias, gracias! —probe entusiasmada. Sabe a felicidad, a un abrazo en mi lengua—. ¡Riquititititísimo!

—Lo hizo Múa. Bébelo rápido antes de que cierta jefa se entere y se enchile con nosotras.

—No te preocupes, yo te defiendo.

—Awww, mi güerca, tan bella —acaricia mi mejilla con ternura. Amaba ser consentida. Todos los niños del universo lo merecen. Bueno… si se portan mal, no. Bueno… aunque yo también me porto mal de vez en cuando, pero igual soy súper consentida. Tengo mi manada de amor.

—Xóchitl, ¿cómo te fue con el doctor? ¿Tendré un nuevo tío?

—Ojalá, chiquita. Estoy salada —tuerce la boca—. Por culpa del doctor Espaillat tengo que darle la razón a tu mami. Un ogro es más amable que él.

—¿Fue grosero contigo? Avísame, y voy a ponerlo en su lugar.

—Tranquila, mi pequeña luchadora. Es demasiado profesional. Y ojo, eso no es malo. Pero me sorprende que no haya caído ante ninguna de mis sonrisas turbo conquistadoras —me sienta en sus piernas—. En fin, no puedo hablarte mucho de eso. Estás muy pequeña. Solo diré que fue más seco que un arenque.

Arrugué la nariz con asco. Me dio teriquitos esa cosa.

—Total, él se lo pierde. No estés triste, Xóchitl. Tu príncipe azul debe estar a la vuelta de la esquina.

—Si tú lo dices, lo creo —besa mi mejilla. Le ofrecí un poco de mi chocolate para que se sintiera mejor. Lo dulce es alivio para la panza y para el alma—. Cariño mío, es para ti. Yo ahora no quiero, gracias.

—Xóchitl, tú no me vas a hacer el feo, ¿eh? —la miré con cara de ofendida. Ella rió bajito.

—Lo hace para ti. No quiero quitártelo.

—No me estás quitando nada. Soy yo quien te lo está ofreciendo. Además, alcanza para las dos. No seas así, no rompas mi corazón.

—Ay, Dios, no puedo contigo…

Se queja con una sonrisa de mi dramatismo.

—A mí me enseñaron a compartir —dejé el vaso a un lado y junté las manos como si rezara—. ¡Acepta!

—Está bien, está bien. Un poquito. No te pongas así. No romperé tú corazoncito…

—¡Yupi! Verás que también tú estarás feliz —le di abrazo.

Después de compartir el resto del chocolate, Xóchitl se retiró y yo volví a lo mío. Me dio chance de terminar dos dibujos. El sonido de repartidores me hizo dejar el crayón con cuidado. Me quedé quieta para escuchar mejor. Me levanté arrastrando los pies. Salí de mi refugio. Vi a los repartidores: tres en total. La tía Pamela daba órdenes sobre dónde colocar las cosas.

Llevaban bolsas, cajas y fundas de pan. No hablaba con ellos, nunca lo había hecho, solo los observaba de lejos hacer su trabajo. Apoyé la barbilla en la mano y me coloqué en un ángulo desde donde podía ver bien el panorama.

Uno, con cara de buena gente, llamó mi atención. Era joven, su voz sonaba pacífica. Conversaba con la tía. Su aura me agradó. De repente, se me prendió la lamparita.

—Ya sé. Señor no sirve, lo siento. Pero necesitas un empujón —susurré riendo.

Mamá tiene el corazón roto y tengo que encontrar la forma de ayudarla a pegarlo. Bueno, no tendría que hacerlo, porque no soy la culpable. Pero ella es complicada. Solo será un pretendiente, nada más. No va a ser un novio real. Una pequeña mentira.




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