Amarnos de nuevo

Capítulo 13

Izan Leclerc

Dos, tres, cuatro tonos.

Muevo la rodilla con inquietud rítmica. Con la mano libre, hago girar un lápiz entre los dedos. Llevo varios minutos con el teléfono pegado a la oreja. Aprieto los labios mientras las palpitaciones se aceleran. La urgencia de hablar con mi hija se ha vuelto mi nueva compañera. Ese tono particular con el que Darla me dice: “señor, no sirve”, le da sentido a mi vida. Sonaba grosero, pero para mí no lo era; al contrario. Y tenía razón: no servía para mucho.

—Vamos, pequeño huracán... contesta.

Espero que Darla no esté molesta por mi repentina ausencia. Tuve que ausentarme unos días. Me tocó viajar el fin de semana para hacer un levantamiento topográfico. El terreno estaba en una zona de acceso demasiado complicado.

Preferí no insistir con llamadas para no molestar a su madre. A Danielle no le haría gracia tanta insistencia. La conozco demasiado bien, si me paso, vuelvo directo a la lista de bloqueo. Comprar un teléfono solo para Darla no es adecuado para su edad. Para evitar problemas, la mejor opción fue establecer horarios de llamada, y que ella lo supiera. Tantear el terreno con su madre era otro asunto, y debía manejarlo con cautela. Pero primero tenía que resolver mi situación matrimonial.

Tengo que acabar con ese contrato. Moverme con cautela varios pasos adelante sobre Benjamín.

Cuando la llamada cae, vuelvo a marcar. Esta vez, tengo respuesta.

—Buenas tardes, ha llamado a la línea brava de Darla Reyes. ¿En qué puedo ayudarlo, señor abandonador? —responde con la exageración de una operadora molesta.

—Princesa... ¿cómo estás?

—Obvio que feliz no. Cierto sujeto de apellido Leclerc se olvidó de mí...

—Perdóname. Salí de emergencia. Jamás me olvidaría de ti.

—¿Por qué no llamaste?

—Estaba trabajando en un lugar incómodo. No podía usar el teléfono ni hacer llamadas. Pero todo el día estuve pensando en ti, deseando regresar para hablar contigo. Por favor, no te enojes —le explico con cuidado.

—Un mensaje no costaba —dice, con tono de reproche—. Pero está bien, el pastel que trajiste está súper rico. Solo por eso haré como que no pasó nada.

—¿Me extrañaste? —pregunto con ilusión.

—Un poco —admite con una risita que me vibra dentro—. Digamos que me caes bien. Por ahora.

Sonrío, conmovido, mirando al techo.

Tengo que ser paciente. No es fácil arrancarle un “te quiero”.

—Lo acepto, princesa. No me enojo.

—Sería el colmo que lo hicieras. ¿Cuándo vas a venir a verme? ¿O me llevarás a tu casa?

—Pronto, no te preocupes. Es un tema que debo hablar con tu madre.

—Tráele girasoles, su helado favorito o algo así. Conquístala otra vez. Quiero verlos juntos, pero con una sonrisa de enamorados. Ustedes lo están, pero son bobos.

Creo demasiado.

—Darla, cariño... es un tema un poco difícil.

—Ustedes, los adultos, lo complican todo. ¿Acaso es difícil hablar? La boca no es solo para comer —refunfuña, soltando un bufido.

—Hablar no es el problema. Tu madre es complicada.

—En esa te la doy. Ella es como un tangram chino —susurra.

—Tampoco exageres. No digas esas cosas de tu madre —la reprendo con suavidad.

—A mi mamita puedo molestarla yo, pero solo yo. Darla. Ni te estreses. Por eso te toca un castigo por molestarla a lo grande.

¿Por qué siempre tiene una respuesta para todo? No intento discutir con ella.

Dejamos el tema. Darla parlotea sobre las cosas que le gustan, y las grabo en mi memoria, para saber usarlas en el instante adecuado. Me cuenta, entusiasmada, la figura que armó con sus bloques. Que comió puré de papá sentada en el suelo mientras veía un documental de animales, y que cuando fue un momento al baño, su perrito se había comido la mitad. Pero se lo dejó, y mi flor canela le sirvió más.

Habla sin parar, sin orden alguno. Cambia de tema en cuestión de segundos. Luego me promete que, a pesar de que me he portado mal, me cantará una canción con su flauta. Como si pudiera verme, me siento en silencio y solo sonrío. Ojalá pudiera abrazarla en este instante, no solo en mis pensamientos.

Estuve tanto tiempo sin ella, y no por voluntad propia. Pero ahora, su vocecita hace que el aire ya no se sienta tan difícil de respirar. No me llama papá, y no tiene que hacerlo, sino no lo desea. Me regaló el privilegio de irme a buscar. En cierta forma, no lo merecía.

Ella me necesitaba en su mundo. Con eso basta y sobra.

La quiero tanto... no hace falta haberla conocido toda una vida.

***

Una hora después, Tatiana irrumpe en mi oficina con una leve sonrisa. Trae una bandeja con fruta y café. Apenas la miro, vuelvo al contrato.

—No has desayunado, mi vida. Te traje algo para que te sostengas —dice con suavidad.

—Gracias —respondo por cortesía. Levanto la vista al notar que no se retira. Se sienta, mirándome con una sonrisa suave.




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