Amarnos de nuevo

Capítulo 18

Danielle Reyes

Horas antes

Herido. Mi papá está herido. Por algún delincuente, un enajenado mental o un borracho. Da igual quién fue el maldito que lo dañó.

La luz blanca del pasillo me martiriza. El olor a desinfectante es insoportable. Cada vez que una camilla pasa, empujada por enfermeros de semblante tenso, los huesos me pesan; el cuerpo se sacude de manera involuntaria por un frío que no viene del aire, sino de la vulnerabilidad del instante. Cada cierto tiempo tomo bocanadas de aire. Me cuesta respirar.

En mi cabeza no deja de repetirse la llamada de mi madrastra, un recuerdo retorcido y lastimero que me destroza por dentro. Por lo menos, ningún órgano vital de mi papá está comprometido.

Siento que colapso en cualquier momento por los nervios. Las lágrimas se escapan sin control mientras doy vueltas, una y otra vez, frente a la habitación de mi padre. El olor a desinfectante me vuelve loca; parece que se intensifica con los minutos. Detesto estar en el hospital; nunca entro por algo bueno. Excepto cuando nació mi Darla. El eco frío de mis pasos contra los azulejos solo amplifica mi desesperación. La ansiedad hierve por dentro.

Izan está a mi lado, en silencio. Respira cerca. En este momento no es mi ex; es quien decide quedarse a acompañarme, a pesar de todo y de mis tratos.

Mi hermana y Perla no dicen nada. Apenas un saludo escueto cuando llegamos. Lo observan con neutralidad, sin emitir comentario alguno. Están abrazadas, con los hombros caídos y los ojos aguados.

—Izan —lo llamo mientras me acerco con los brazos cruzados, evito el contacto visual y me limpio las mejillas despacio—. ¿Puedes ir por Darla al jardín?

—Eso ni tienes que preguntarlo. Ordénalo.

Asiento sin ganas.

—Encárgate de ella hasta la noche. Luego te llamo para que la traigas a casa. Por nada del mundo le digas lo que le pasó a su abuelo, aunque insista con millones de preguntas. Evádela lo mejor posible. Yo me encargo de contarle, pero, por favor, que no lo sepa por tu boca.

—Descuida. La distraigo.

—Sin llevarla a tu casa. No considero que sea el momento.

—Pienso lo mismo —acepta de buena gana.

—Perfecto. Llamo al colegio. Espero que tengas tu DNI a mano. Tienes esa maña de olvidarlo.

—Despreocúpate, aprendí a tenerlo en su lugar. Gracias a alguien.

Retrocedo un poco.

—Puedes irte. Cualquier cosa te llamo.

—Quiero quedarme un rato más, acompañarte hasta que lleguen los demás. Me preocupas.

—Estoy bien. No te preocupes por mí.

—Por lo menos déjame traerte algo de la cafetería.

—Compai, ¿qué parte de estoy bien no entiendes? ¿Sordo? ¿Árabe? —descruzo los brazos y los dejo caer de golpe—. Papá está estable, pero la policía está con él. No puedo interrumpir. Cuando salgan, entro. Ve con Darla —ordeno con firmeza.

—Danielle, bájale un poco a tu actitud —suspira, mira rápido al piso y vuelve a verme.

—Sucede y acontece: te mando hacer algo y te noto todavía parado. Ve por Darla. Hablamos luego. No estoy de ánimo para pelear.

—De todos modos, no es la hora de salida. Pero bueno… me llamas cualquier cosa…

Sus palabras las interrumpe Rafael, más que furioso. Sus pasos retumban sobre los azulejos.

—¡¿Se puede saber qué busca este hombre aquí?! Y tú, Danielle, ¿qué haces de sinvergüenza cerca de este? —Las lágrimas se asoman y me queman los párpados. Cierro los ojos un instante, aprieto los labios. Me mantengo imperturbable para que crea que ese grito no me golpea como un puño en el estómago. El dolor me quema el pecho junto con la rabia.

—Rafael, tú te estás volviendo loco. Antes de llegar con tu gallareta, pregúnt… —mi regaño se corta.

—¿Qué pregunta ni pregunta del diablo? —Perla y mi hermana trotan hasta nuestro lado—. Te repito: ¿qué buscas cerca de este tipo? No tienes un chin de vergüenza. ¿Acaso se te olvidó lo que te hizo?

—¡Fíjate cómo le hablas a Danielle! ¡A ella la respetas! —exclama Izan con los ojos ardiendo de furia. Los nudillos se le ponen blancos de lo apretados que los tiene; las venas de sus brazos saltan como si estuviera a punto de explotar. Por si acaso, me pongo en medio de los dos sin apartar la atención de ninguno—. El que debería sentir vergüenza eres tú. Tu papá está en una cama por una herida y tú vienes a reclamar por cosas que ni siquiera preguntas.

—Lárgate de aquí. O te saco yo mismo. No eres parte de la familia para andar buscando lo que no se te perdió. Me importa que seas el padre de mi sobrina.

—Tú a mí no me das órdenes. Este es un lugar público. No me vas a prohibir dónde estar.

—Puedes estar en el infierno, no cerca de mi hermana, poco hombre.

—Poco hombre y todo lo que se te cruce. Sea la última y primera vez le hablas de ese modo. La próxima que no me excuse Danielle, no respondo —bramo el papá de mi hija.

Izan me sujeta por los hombros y me coloca detrás de él. La discusión va aumentando de intensidad. Mientras Perla intenta mediar. El corazón me golpea tan duro que casi no escucho lo que dice mi hermano.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.