Amarnos de nuevo

Capítulo 19

Izan Leclerc

El coraje todavía estaba aglomerado en mi sistema. Por el idiota de mi excuñado y la basura que dice ser mi padre. Los dos con la misma magnitud de coraje. Ni al mismísimo demonio le permito que hable de esa manera a mi flor canela. Me contuve por respeto al señor Domingo y a ella. Si hubiera sido otro contexto, Rafael estuviera con varios puntos de sutura.

Desde que se largó el miserable de Benjamín. No he sido capaz de soltar a mi princesa huracán. Por fuera parezco imperturbable. Por dentro mi sangre ebulle de rabia. Lo último que aspiro en mi vida es ver a ese hombre cerca de Darla. La sombra de su sucia maldad no caerá sobre ella. Eso jamás. Aunque me cueste la vida, lo impediré.

Ese malnacido se está vengando por mi negación a quitarle a Darla, a mi Danielle. Se las cobró con el señor Domingo. Su blanco principal para tenerme sugestionado.

No tenía pruebas concretas. Sin embargo, es lógico que fue su orden para recordarme a lo que me atengo si no obedezco.

De mi tarjeta se descontarían todos los gastos hospitalarios del señor Domingo. Era lo mínimo que debía hacer por él. Todavía arraigaba en mí un cariño a su persona. Pronto Marissa Hampton resolvería su estatus migratorio. Otro hecho que ha estado congelado por obra de mi padre.

Estará vigilado las veinticuatro horas, mi antiguo suegro, sin descanso. Nadie debe notar nada, ni sospechar. Hombres invisibles, silenciosos, que lo sigan sin armar ruido. Mi hija y Danielle también estarán bajo esa misma sombra protectora. Aquí no puedo equivocarme; a mi flor no le hará ninguna gracia sentir que alguien la persigue. Pero es necesario. Y mientras todos creen que la vida sigue igual, yo muevo lo que tengo que mover en el tablero y doy el preciado jaque mate que llevo mucho tiempo planeando.

La firma de arquitectura pronto me va a pertenecer completamente.

Sin pedir permiso, arruinaré la vida de Benjamín Leclerc, arrebatándole su precioso poder.

Cuatro años, los cuales percibo como cuatro siglos de dolor, no pasaron en vano. He esperado demasiado tiempo; cada conversación, documentos, copia de correos, firmas inocentes han sido resguardados bajo un archivo encriptado en mi segunda computadora bajo el nombre de Z.P. Alcázar para el momento indicado. Justo con la aparición de mi amada hija. Volver a ver a la mujer que sigo amando, sumado las bajezas de la escoria de mi padre. Todo eso me trajo hasta aquí.

A terminar el jueguito del hijo obediente. Arrastrarlo a la trampa que él mismo se encargó de crear bajo su arrogancia de hombre intocable.

—Señor, no sirve, ¿por qué estás tan tieso? Esa cara de estreñido de nueve días impide que digiera el melón. ¡Quítala! —pregunta mi hija antes de comerse un pedazo de melón.

Sacudo la cabeza como si tuviera migraña y parpadeo; me perdí en la maraña de pensamientos enredados por la rabia que acumulé en un solo día.

—Por nada. Lo siento, cariño —beso su pelo, relajo mi postura—. Problemas de papá, ignora eso.

—Es por eso, anciano, ¿cierto?

—En parte —susurró—. También cosas del trabajo. Descuida, papá está bien.

—¿El anciano en verdad es algo tuyo? —indaga.

—Por mala suerte, mi padre, pequeña. Sí, es tu abuelo. Pero no estás en la obligación de llamarlo como tal si no quieres.

—Abuelo mío, no es —sus ojos me ven como si necesitara ayuda profesional—. Por casualidad de la vida, los duendes del espacio o el cielo nocturno, ¿no te recogieron en algún orfanato? Eres muy hermoso para ser hijo de ese anciano.

La veo como si acabara de presenciar un exorcismo. ¡Dios, de dónde saca tantas cosas! Mínimo es el cereal que le da a Danielle. A su edad, pensaba que existían los superpoderes.

—Deja de mirarme así. Es cierto, ese hombre es feo. Parece que para llamarlo no es por teléfono. Hay que recitar un hechizo. Se empieza a nublar. Aparece un portal de humo apestoso. Empieza a llover pirañas.

Es inevitable contener la risa que se me escapa.

—Puede ser que se le llame por algún hechizo; siempre aparece en los momentos menos indicados —digo más para mí que para ella.

—Me cae mal. No me interesa que sea mi abuelo. Tengo un solo y vale por millones —declara con convicción.

Con una leve acaricia en su mejilla regordeta, le doy a entender que estoy de acuerdo. Continúo dándole de comer el melón que con insistencia y amenazas jocosas me exigió. Matica feliz sentada frente a mí sobre el escritorio.

—¿Ese anciano te hizo daño? A los padres no se les trata así, a no ser que fueran hipermalos.

—Esas cosas no te las puedo explicar, princesa. Pero solo te puedo decir que por él no estoy con tu madre —relevo con un nudo en la garganta.

No estar bien contarle esa parte a Darla. Pero doy por sentado que una forma o otra lo hubiera averiguado, no puedo subestimar jamás la inteligencia de mi pequeña.

—¡Sabía que por algo no me agradaba! Mi intuición darlatronica no falla. ¿Cómo los separo?

—No preguntes más. Confórmate con lo que dije. A su tiempo lo entenderás.

Asiente no muy convencida.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.