Amarnos de nuevo

Capítulo 21

Danielle Reyes

“El abuelito Domingo está en el hospital. Tuvo una situación complicada con una persona. Los doctores lo cuidan. Está a salvo. Con olor a medicamentos y vendas, pero sigue siendo el mismo abuelo que te ama muchísimo”.

Fue la forma más clara y segura de explicarle a mi niña que su abuelito estaba herido bajo sábanas blancas. Contener sus sollozos y temblores, escuchar sus débiles pero furiosos gritos: ¡No quiero que esté ahí! Abrazarla firme y suave, transmitirle que el mundo aún giraba, ser su ancla. Un desastre para mi corazón. Por fuera, una calma teatral; por dentro, la tristeza me ahogaba como si estuviera bajo el océano, atada con una cadena, sin poder salir a la superficie a tomar aire. No podía multiplicar su miedo, aunque lo tuviera clavado en mi propio corazón. Muy consciente de que todo ya había pasado. Pero, ¿y si sucedía otra vez?

Tanta sobrecarga de emociones terminaría provocando un paro, tarde o temprano. Solo esperaba que fueran pensamientos intrusivos acorralándome, y no una realidad cercana.

Papá tuvo una excelente recuperación. Lo peor había quedado atrás. Los días se sintieron pesados y ligeros, largos y cortos, todo al mismo tiempo. Nuestra vida se sacudió con un ritmo distinto; nada parecía igual. Entre visitas y curaciones, el color volvió al rostro de mi padre. Seguía con vendas, pero ya estaba de pie, fuera del hospital. Durante esos días me instalé en su casa para brindarle cuidados extrahospitalarios. No era justo dejarle toda la carga a Perla ni a mi hermana. Esta última iba de vez en cuando a la cafetería para darle una mano a Xóchitl, revisar que todo estuviera en orden, tomar pedidos y preparar lo que hiciera falta. Mi chica Mexa podrá ser loca, desordenada y se ilusiona rápido con todo. Pero eso lo opaca su buena voluntad y disposición; se ganará una remuneración, aunque no me la pidió. Yo no tenía cabeza para nada relacionado con D&D Coffee; ella fue mi soporte.

Las investigaciones seguían en curso. La policía todavía no encontraba al agresor. Las cámaras de seguridad de la calle no captaron su rostro. Los vecinos no presenciaron el ataque. Mis pensamientos lo asociaban con un acto racial o xenófobo. Era la única explicación, por decirlo de algún modo, lógica. Mi papá no tenía enemigos. ¿Quién querría matarlo? Demasiadas preguntas daban vueltas en mi cabeza y ninguna tenía respuesta. Me sentía presa de incógnitas sin resolución que solo alimentaban mi estrés.

Izan es otro asunto que me tiene bien hartica.

No ha parado de insistirme. Ahora le dio por enviarme girasoles con un lazo azul todos los días. Juro por mi madre que no los echo a la basura por pena a los girasoles.

Aunque bueno, están los que le siguen a bellísimos, de diferentes tipos, tamaño y forma.

Odio que sean mis flores favoritas y no logre resistirme. Pero no significa que vamos a volver.

Ha asumido su rol de padre. Se encarga de buscar a Darla puntualmente al jardín, la lleva a su trabajo; no tiene autorización de llevarla a su casa.

Mi huracán está muy emocionada con su papá; él la ayuda con sus tareas y también le enseñó nuevas técnicas para dibujar que ella entendió a la perfección. Por lo menos la tiene distraída. De todos modos, Darla sigue aferrada a cuidar a su manera de mi papá. Dice que así no va a llorar su alma.

Mi chiquita es tan tierna cuando anda preocupada por los que ama.

—Quiero saber quién fue el hijo de su madrina que tiró esa basura frente a mi puerta. Pero si encuentro al hijo de su madre, juro que le voy a dar una despedida con la orina de Gregory —gruño mientras me colocaba unos guantes desechables.

No voy a tocar la basura de nadie con las manos, Alofoke Music. Vaya uno a saber qué animal muerto o qué enfermedad trae. Una conocida contrajo una bacteria así. Con una funda negra en mano, fui tirando los desperdicios con asco. Arrugué la nariz y tosí un poco. Olían a rayos mezclados con diablo esos malditos desechos. En ese momento percibí el sonido de un auto estacionándose frente a mi casa. Las llantas frenaron con un golpe seco. Esperaba que no fuera nadie indeseable; no estaba de humor.

Me giré para decirle que se estacionara lejos de mi puerta, pero las palabras murieron en mi boca cuando vi descender a una bella mujer de cabello perfecto rubio rizado. Bajó del auto con elegancia, sosteniendo un bolso que, en contra de mi voluntad, reconocí como Prada.

—Buenos días, ¿eres Danielle Reyes?

—¿Quién eres tú? ¿Qué se te ofrece? —pregunto con las cejas fruncidas y la actitud defensiva.

Mis ojos suben desde sus zapatos de tacón blanco, su gabardina púrpura de satén, su rostro lozano libre de imperfecciones a simple vista, luego a la curvatura de su fina nariz; me detengo un instante. Uno los cables de mi memoria, en busca de reproducir ese rostro. Un eco ensordecedor arañaba mi estómago. Un vago vestigio me advierte que esa cara bonita me hizo pasar un rato amargo.

De pronto, un clic invisible hace que cada pieza encaje en mi memoria. Era esa mujer: la esposa de Izan.

Un calor barre desde mi cuello a mi rostro con fiereza.

Su felicidad, su sonrisa de lujo, vestido blanco elegante, casi adelanta mi parto.

Izan Leclerc fue el primero que desencajó todo; ella estaba ligada a la ruptura de mis sentimientos. Y casi mi niña nazca prematura y con posibles problemas.




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