Darla Reyes
Muevo mis deditos sobre la flauta dulce que se siente grandota para mí.
La maestra Mónica nos prometió que íbamos a tener un recital. ¿Cómo es que se dice? Ah, ya me acordé. Simbólico. No una cosa grande del otro mundo. Es de nosotros. Podemos invitar a nuestros padres. Es algo para que todos podamos tocar y nadie se sienta excluido. Da algo de cosita en la panza, pero me llena de mucha emoción. Tengo muchas ganas de enseñar mis melodías. Aunque son suavecitas, soy muy buena tocando y me enorgullece.
¡Sé hacer música!
Son como burbujas de arcoíris lo que falta en el aire cada vez que sale el plin plin. Notas musicales desde el Fa 4 hasta el Sol 6 me las aprendí de una sentada. Tal como comer dulce de coco.
Mami, y el señor no sirve deben estar en primera fila.
Espero sean novios otra vez para cuando pase.
Hoy la sacaron del estadio al cielo gracias a mi jugada maestra. También fue muy divertido porque mami nos persiguió con la chancla; pobrecito señor abandonador, que fue mi escudo. Pero él me dice que yo soy su princesa, entonces tiene que ser mi caballero de armadura, al no tener una armadura de metal, tiene que ser él.
—Muy bien, pequeños, terminamos por hoy. Espero verlos a todos en la próxima clase. Un aplauso para ustedes.
Aplaudimos felices. Sin perder tiempo, recojo mi mochila de Hello Kitty y mi flauta. El señor no sirve, dijo que me esperaría fuera hasta que terminara la clase, como no duramos tanto. Vamos a ir a comer helado. Fresa con chocolate será mi sabor del día. ¡Ya puedo saborearlo! Corro sin detenerme a hablar. Con mis compañeros en estas clases de flauta me llevo bien. Pero debo aprovechar cada instante con el señor no sirve.
Hoy no podemos pasar mucho tiempo juntos. Toca visita al mejor abuelo. Anda ya sanito, como siempre debe estar. Me sentía en una de esas pesadillas horribles donde sueñas que el familiar que quieres no está, mi pecho dolía al pensar que el abuelo Domingo no iba a estar para hacer yaniqueque, contarme cuentos de ingenio de mi hermosa República Dominicana, jugar a las carreras y, lo más importante, quererme. No era justo que se fuera al cielo. Menos por una gente mala. Espero que Diosito se encargue para que aprenda que a la gente buena no se le hace daño.
Antes de llegar con el abandonador, lo veo hablando con una mujer. Reconozco a la pelos de araña que tiene el título que no le pertenece de su esposa. Tiemblo estática, aprieto mi flauta. Mido un poco la fuerza para no romperla y no hacerle otro gasto a mami. ¿Qué busca esa usurpadora aquí? ¿La invitó el arquitecto?
Mis zapatitos no son ruidosos, por eso me acerco despacito para ver de qué hablan. Me escondo detrás de un bote de basura que tiene mi altura.
—Ya te lo dije, no pienso firmar el divorcio —arrugo la frente por la voz chillona de esa pelo de araña fea.
¿Esta igualdad quién se cree?
Espero se ponga la ropa de hombre fuerte, mi… es difícil pensar esa palabra. Tengo fe demostrará quien manda y se alejará de ella.
—Supongo, no queda otra opción, es así. —Escucho la voz tranquila, como rendida, del señor no sirve, y mi corazón duele al no oír negativos.
No quiero escuchar más. Agradezco que sus voces se dejen de oír por el sonido de unas bocinas del auto de la madre de Antonio. La reconozco por lo ruidosa que es.
Me alejo con los ojos llenos de lágrimas. Esperar a que le gritara, impusiera su voz como ese día, como el anciano feo. Que le dijera que no. O le gritara que no la quiere, sino a mi mami y su niña. Se rinde fácil con esa mujer. La quiere a ella. No prefiere a mamá y a mí su princesa. Tiro mi flauta al suelo y mi mochila. Huyo entre lágrimas.
Corro tan veloz que me sofoco. Por primera vez no me caigo cuando salgo corriendo. Dejo muy atrás la escuela. Veo que llegué a un parque. Me siento en el césped detrás de un árbol.
—¿Por qué no quiere estar a nuestro lado? —murmuró con un picor en la garganta. Empiezo a arrancar el césped enojada, mucho, mucho, mucho, mucho, hasta que duelen mis deditos y mis uñas.
¿No es suficiente lo que hago?
¿Será por portarme mal?
¿Le molesta que lo busque y no lo dice?
Lloró en silencio. Arranco pasto hasta que los pedacitos pequeños se pegan a mi mano. Me arde la nariz. Me duele la garganta, también los ojos. Odio llorar. Todo culpa del señor no sirve por no ser valiente.
—Largo, enana. Esto no es territorio para oompa-loompa. —Dos niños raros se paran al frente. Parecen unos cocodrilos con sarampión. Olían a sudor. Su ropa estaba llena de grasa. Parece no conocer al mejor amigo llamado cepillo de dientes.
¿Acaso no tienen padres?
—Mejor váyanse ustedes, les conviene —digo irritada. ¿Dónde están las piedras o una popó de perro cuando se necesita?
—La que se va eres tú, enana —habla el otro niño de cabello rizado.
—¡Aparten! —gruño como perrito cuando lo quieren vacunar—. Déjenme en paz, niños apestosos.
Ando rifando una lluvia de piedra y estos bravucones jugaron los cien boletos.
—Este parque es nuestro, no queremos ni enanas, ni niñas. Tú eres ambas.
#97 en Novela contemporánea
#278 en Novela romántica
romance segundas oportunidades, amor drama humor, niña genio travesuras
Editado: 13.11.2025