Danielle Reyes
—Darla, ven, dame la funda, es muy pesada para ti.
Al huracán le da por caminar delante de mí cargando una mini compra que hicimos hace unos minutos. Ayer habíamos ido al súper, pero mi mente de pollito olvidó ciertas cosas indispensables.
—Mami, soy grande, puedo con ella. Además, debo ser la guardiana de esta funda. Adentro está la valiosa y aclamadísima Nutella.
—Grande en hacerme la vida de cuadraditos —logro quitarle la funda.
—¡Quiero llevarla! —patalea moviéndose como un gusarapo.
—No, y camina. Está muy temprano para rabietas —agarro firme su mano.
—Solo ayudaba —murmura abatida. Me agacho un momento y dejo un beso en su frente.
—Me puedes ayudar en otras cosas en casa, huracán, pero de cosas pesadas no. A mitad de camino te cansarías.
—Eres mala, me tienes muy poca fe.
—Es la realidad, Darla. Recuérdate que aquí van unos huevos; si se rompen, no hay tortillas.
—Bueno, bueno. Está bien —acepta de buena gana. Agradezco que no se haya puesto rebelde. Darla está últimamente calmada… extrañamente calmada. Ojalá no me esté tramando nada. Igual tiene confiscado cualquier armamento infantil o no infantil, que pueda usar en alguna fechoría suya.
Seguimos caminando. Mi auto, del cual ya lo doy por perdido, no se sabe ni la seña. Resulta y acontece que el mecánico desapareció. Cuando fui hace unas semanas, encontré el local cerrado, cuando regresé, cerrado otra vez. Incluso acudí a la policía, pero por causa de algún agujero que se lo tragó la tierra no dan con él. Pero está bueno que me pase por andar buscando baratillos. Lo tomo con calma ahora. Cuando me enteré, estaba que le entraba hasta galleta a cualquiera que me hablara tollo.
Voy a dejar un poco mi orgullo de lado y le pediré ayuda a Izan.
Mi corazón se estremece solo de pensar en su nombre.
Estos días ha estado muy distante. Cuando hablamos por teléfono, es menos de un minuto. Y en parte es por mí, me encargo de que esas conversaciones no se prolonguen. Su único asunto siempre debe ser Darla.
Una parte de mí siente una molestia sin sentido por la distancia, cuando debería estar feliz… era lo que quería. Pero ando medio aburrida.
¿No se suponía que iba a rogarme?
Jabladorazo.
Al señor Izan no se le cree ni con oraciones. Debe andar muy cómodo con su esposa. Un malestar ácido me golpea el estómago al imaginarlos juntos. No debería importarme, no tiene por qué importarme. Es su vida. Hace cuatro años me dejó, está con otra.
Mi corazón cambia de estremecimiento a dolor.
Yo también debería tener mi vida. Pero solo me he dedicado a cuidar a mi hija. Tengo años sin saber lo que es una bendita salida con alguien. Ni de chiste he intentado enamorarme. Cierta persona de ojos grises es la culpable, por más enterrado que tuve su recuerdo. También soy la mala por no haberlo intentado… pero ya está bueno. Llegó la hora.
Si hay alguna llama prendida todavía, que otra boca la apague.
¿Quiero eso?
Mi hija, de repente, se pone hiperactiva y se suelta de mi mano.
—¡Señorita Tomatito! —grita Darla como si vio alguna celebridad y corre disparada en dirección una mujer pelirroja de belleza impresionante. Actúo de inmediato y la detengo, tomándola de la mano otra vez.
—Darla, en la calle no te sueltes de mi mano y, por favor, no le grites a personas desconocidas —la regaño con firmeza.
—Ella es mi amiga, mami. Se llama Maisa. De cariño, Señorita Tomatito. Déjame saludarla —la tal Maisa se acerca con una bolsa de la farmacia.
—Mi niña preferida —canturrea sonriente. Sus bonitos ojos azules brillan intensos de ternura hacia mi huracán.
—Soy la única que debe serlo en tu reino —responde feliz mi niña—. Mami, saluda. Ella es la asistente del señor no sirve. La primera vez que me escapé, ella me alimentó, me limpió y me cuidó. Quiero que sean amigas.
Me huele a que Darla ya se armó su plancito para buscarme una nueva amistad.
—Danielle, la madre de este desastre tan pequeño —me presento tranquila sin soltar a Darla.
—Es un placer. Maisa, como dijo la bonita —con una confianza natural se acerca a saludarme con un beso. Quedo algo anonadada, pero no incómoda, se siente como ver a una vieja desconocida. Acaricia la cabeza de mi niña con dulzura—. Al fin conozco a la aclamada Danielle. Eres más bella que en la foto que tiene mi jefe en su oficina.
¿Foto mía? Hago memoria rápida y sí, recuerdo una que decoraba la mesita de noche de Izan. Es una que él mismo me tomó. Algo se remueve en mi pecho al saber que todavía la conserva. Por un lado no está bien, pero el otro me siento halagada aunque no debería. Eso quiere decir que nunca me olvidó.
Una batalla entre mi orgullo y sensibilidad se desata sin control dentro de mi.
—Siento que no quiero saber por qué Izan tiene una foto mía en su oficina teniendo esposa —expreso, disimulando mis nervios ante la nueva información. Luego hablaré de ese tema con él.
#37 en Novela contemporánea
#90 en Novela romántica
romance segundas oportunidades, amor drama humor, niña genio travesuras
Editado: 13.12.2025