Izan Leclerc
Le infundo calma con el calor de mis brazos. Mi Danielle permanece acostada sobre mi pecho, intentando retomar el aliento. A pesar de que fue menos de un minuto, basto para quedar aterrada por culpa del miserable de Benjamín. Acaricio su mejilla despacio, buscando espantar el miedo que tiembla en su piel.
Su respiración seguía irregular y su cuerpo todavía se sentía tenso, como si no terminara de convencerse de que ya estaba a salvo a mi lado. Un ruido lejano de una camilla en el pasillo la hizo estremecerse sin darse cuenta. Aun así, no se separó de mí de inmediato. Yo disfruté ese momento de sentirla resguardada entre mis brazos.
No sabía que estaba en el hospital.
Estaba internado en el Hospital General de la ciudad, el cual pertenece al hermano de su socio. Al parecer lo trasladaron, es lo único que puedo deducir. Jamás habría traído a mi hija a este hospital de haber sabido que ese hombre estaba aquí.
La rabia me palpita en la cabeza, dirigida contra mí mismo por la irresponsabilidad de haber puesto a mi hija en el centro del peligro. Ahora me arrepiento de no haber escuchado mejor a mi hermana, de no haber sacado más información. Tal vez así habríamos evitado este episodio amargo para mi flor. Al menos ese hombre no vio a mi niña. La sacaré de aquí en cuanto pueda. Pero primero debo calmar a su madre.
—¿Danielle, te sientes mejor? —pregunto con suavidad.
Asiente y comienza a alejarse.
Se lame los labios con nerviosismo mientras llevo su hermoso cabello hacia atrás. No pierdo ninguno de esos movimientos, por más cotidianos que sean.
Mira directo a mis ojos. En ellos se refleja agradecimiento y seguridad. Me provoca ganas de besarla hasta que olvide este episodio que nunca debió vivir.
—Te lo agradezco, Izan. Si no hubieras llegado, creo que me iba a dar un paro —agarro sus manos. Danielle se estremece.
—Ni lo digas. Siento que hayas tenido que encontrarte con ese hombre. No tenía idea de que se encontraba aquí —no se lleva muy bien con los Espaillat luego de que rechazaron un matrimonio con mi hermana. Incluso me prohibió volver a construir algo para ellos. Seguro Ryan lo traslado por algún motivo que presiento no me va a gustar.
—No le pares. Los hospitales son lugares públicos. Estoy conmocionada porque ese ataque fue de repente. Tu padre perdió la razón, muchas de sus palabras no tenían ningún sentido.
—Él no es mi padre —expreso con asco—. Ese sujeto nunca ha sido padre de nadie —digo con rencor.
—De todos los disparates que me dijo, lo único cierto es que le quitaste todo. ¿Qué pasó, Izan? ¿Qué te hizo este señor para que hicieras algo tan grave? Yo no sé nada de administración o leyes, pero lo que hiciste no es algo sencillo.
—Hice lo que tenía que hacer para tener la libertad de tu papá y la mía.
—Necesito comprender qué tiene que ver mi papá con todo esto. No le hallo el sentido —suspira—. Ya se todo. Solo quiero saber por qué ese señor se atrevió a tanto.
Aparto la mirada y dejo escapar el aire que llevo reteniendo.
—¿Me dejarías explicarte? Detrás de todo lo que hice está el motivo por el cual te abandoné. Luego, cuando te explique, sacas tus conclusiones. Sé que no es el momento, pero, por favor, dame una oportunidad —vuelvo a encararla. Soy culpable de cada día perdido a su lado, de cada herida que dejé respirando abierta en su sensible corazón. Tal vez cuando le confiese todo, no deje de odiarlo, y quizás ni siquiera sea odio lo que siente por mí, ese orgullo, ese orgullo que levantó como un muro para protegerse de mí y no volver a romperse.
—No sé, Darla está enferma…
—Nuestra princesa huracán estará bien —Darla está muy bien, no tiene nada. Es tan buena actriz que hasta me lo creo por un instante. Mi hija es de temer—. Puedo llamar a mi hermana para que venga a cuidarla. Solo serán unos minutos. Por favor, es ahora o nunca. Te lo estoy suplicando.
Sus facciones se tensan como una cuerda. No hay salida para evitar esta conversación.
Pueda no sea oportuno salir a relucir este tema por el estado de mi flor. Pero no lo podemos dilatar más. Ella merece saber la verdad. Me alejé como un cobarde. Un cobarde que protegió lo que ella más amaba.
—Esta bien, Izan, retrasarlo no va a cambiar nada de lo que me quieras decir, lo que pasó pasó, vamos.
Me atrevo una de sus manos. Agradecido de que por fin me va a escuchar. No pretendo recibir un perdón. Pretendo que entienda que me fui para no destruir todo por mi egoísmo de tenerla a mi lado. Para mi sorpresa no se aparta. Solo traga saliva mientras se acomoda el cabello con su mano libre.
Saco mi teléfono y le escribo un mensaje rápido a mi hermana. Vive pegada su aparato lo verá de inmediato.
Al ponerme de pie, le ofrezco mi mano a Danielle. Ella observa mi palma y luego mi rostro, se limpia las manos en el pantalón antes de aceptar con un suspiro. Mi corazón se convierte en una máquina desquiciada de latidos. Cuánto extrañaba esa cercanía, sentir de nuevo nuestras manos entrelazadas.
No alcanzamos a dar dos pasos cuando Ryan nos intercepta. Parece a punto de estallar en cualquier momento, sus nudillos están blancos por la fuerza con la que aprieta los puños. Sus sus cosas nasales se dilatan como dos pozos oscuros. Da un paso contundente hacia nosotros. Instintivamente, rodeo los hombros de mi mujer y la acerco a mí.
#43 en Novela contemporánea
#97 en Novela romántica
romance segundas oportunidades, amor drama humor, niña genio travesuras
Editado: 21.12.2025