Hace diez años atrás
Las gotas de lluvia chocaban en la ventana y Rodrigo miraba cómo la gente caminaba con paraguas y los autos pasaban. Era una noche completamente normal para todos, menos para él.
Seguía oscuro, parecía que era de noche, pero solo eran las seis treinta de la mañana de un lunes cualquiera, salvo por una cosa: era el primer día de clases, ya solo faltaba menos de un mes para la graduación de aquel hombre.
—¿Rodrigo? —preguntó la voz del Señor.
Su hijo se dio la vuelta para mirarlo directo a los ojos.
—¿Ya estás? —Se volvió a escuchar la voz de Daniel.
Rodrigo solo asintió con la cabeza.
La imagen de Camille cayendo por el precipicio se repitió constantemente en la cabeza de Rodrigo. El dolor de haber perdido al amor de su vida lo atormentaba en cada segundo que pasaba.
—¿Seguro de que querés seguir yendo a esa universidad? Si querés te cambio a otra, hijo.
Rodrigo se quedó pensando un segundo en la posibilidad de cambiarse de universidad, pero solo le llevó unos instantes darse cuenta de que la idea no le agradó. Él no podía volver a empezar, ya que solo le quedaba menos un mes y se terminaría graduando.
—Estoy bien, pa, esperame abajo que ya voy. —Fue lo primero que dijo Rodrigo aquella mañana.
Sus palabras eran simples, pero era todo lo que su padre necesitaba escuchar de los labios de su hijo. Daniel sospechó que algo malo estaba ocurriendo por la cabeza de Rodrigo, pero él sabía que su hijo nunca haría algo en su contra ni atentaría en contra de su propia vida.
La muerte de Camille siguió pegándole duro a Rodrigo, le parecía que nunca iba a poder olvidar al amor de su vida. Luego, se dio cuenta de que, en realidad, nunca habían sido nada. Ellos se gustaban y estaban enamorados, pero nunca había sucedido nada de lo que ellos imaginaban que pasaría.
Él se preguntaba cuál habrían sido los sueños que ella tenía, qué era lo que ella esperaba de la vida y muchas otras preguntas. Después, un sonido sonoro lo despertó de sus pensamientos y lo obligó a empezar su día.
Daniel salió de la pieza de su hijo y Rodrigo se puso un camperón para después agarrar la mochila y salir de la habitación con la frente en alto.
En el camino se puso a pensar si cambiarse de universidad o no. Soltó un suspiro y luego negó, pero la verdad era que todo le hacía recordarla; sin embargo, él no quería dejar de ir a aquella universidad, donde tenía a todos sus amigos.
En aquella universidad él tenía a su mejor amigo que, desde el momento que pasó lo que pasó, estuvo con Rodrigo en todas. También imaginó que podría hacerse amigo de otras personas; personas que valían la pena de verdad.
Se despidió de su papá y bajó del auto; se puso la capucha del camperón y caminó con seguridad hasta la puerta de la universidad. Se detuvo un instante para apreciar la imagen y guardársela en su cerebro.
—Buenos días, Ferraioli —anunció la directora apenas lo vio entrar.
Rodrigo se sacó la capucha y la miró. Le quería sonreír, pero no podía hacerlo, aunque lo haya intentado más de una vez.
—Necesito que mañana le digas a tu papá que venga para hablar.
La directora le dio un papel y Rodrigo lo agarró para después subir las escaleras. Fue ahí cuando su mente lo traicionó una vez más. Mientras él subía las escaleras se acordaba cuándo habló con Camille por primera vez.
Después de caminar dos cuadras más llegaron a la institución, él abrió la puerta y se la cerró en la cara a Camille. Ella furiosa la abrió y, entonces, le gritó:
—¡Ey, chiquito, no sé si te diste cuenta, pero yo venía atrás tuyo!
Él se dio la vuelta y ella lo miró con su mejor cara de molestia, al igual que él.
—¿Y qué querés que haga, flaca?
Aquella forma en la que él le habló, puso a Camille en un instante de nervios. Ella deseó no estar en la escuela para patearle el culo, pero lamentablemente allí estaban.
Los dos estaban listos para ingresar, mejor dicho, ambos habían ingresado a la institución y ya no había vuelta atrás.
No se podían pelear en el pasillo y menos por el hecho de que era el primer día de un largo año universitario. Camille no podía pretender empezar el año con un llamado a la dirección.
—Me parece una falta de respeto, mocoso maleducado —murmuró con seriedad en su tono de voz, aunque estaba hecha un tomate por tener que hablarle de ese modo a un desconocido.
Empezó a caminar hacia el salón que le correspondía, él, Rodrigo Ferraioli, la siguió con la mirada. Rodrigo no tenía ni la menor idea de a dónde estaba yendo, solo seguía a la muchedumbre que se había juntado en ese pequeño pasillo.
—¡Ey, chiquita!
Gritó él haciéndole burla a Camille, ella frenó y se dio la vuelta para verlo directo a los ojos.
—¿Qué?
—¿Qué estás estudiando? —preguntó él acercándose.
—Psicología.
Me apuntó las escaleras.
—Estás arriba.
Camille no tenía idea de a qué salón debía ir, ya que hace días se había cambiado de universidad. Al padre no le había gustado lo que le enseñaban a Camille en la otra universidad privada. Ella fue hasta donde estaba él, que se encontraba al frente de las escaleras, y empezó a subirlas, Rodrigo venía atrás de ella.
Rodrigo no pudo evitar sonreír para sí mismo al recordar ese día. Entró al salón y todas las miradas fueron hacia él. Todos los compañeros sabían lo que le había pasado a Camille, así que al ver a Rodrigo actuar como si no hubiera pasado nada, les resultaba un poco peculiar. Sin duda alguna él se había olvidado lo que se sentía ser observado por todos, ya que hace bastante no salía de su casa.