A Lluvia el tema de las sorpresas nunca le había atraído, pero no solo por sus malas experiencias, también por el miedo que crecía en ella cuando debía mentir y decir que la sorpresa había sido genial cuando, en realidad, le había parecido un asco. Ahora, ella se encontraba suspirando y esperando a que Emiliano le dijera algo, al menos, una pista de lo que ella se iba a encontrar; sin embargo, esto no fue así y ella tuvo que esperar.
Ella iba pensando cuando observó por la ventanilla del vehículo y se dio cuenta de que no reconocía el lugar, solo esperaba que su acompañante le dijera lo que iba a suceder.
—¿Dónde estamos? —le preguntó cuando el auto se detuvo.
Emiliano se inclinó a ella y se quitó la corbata, luego le cubrió los ojos a ella. Lluvia se quedó petrificada ante la acción de él.
—Hemos llegado a la sorpresa —le susurró él en respuesta.
Emiliano la ayudó a salir del auto, ambos caminaron con seguridad por la calle. Ella no podía ver nada a su alrededor, pero sus otros instintos se habían activado: podía oler la fragancia a tuco por todo el lugar, olor a vela y también a vino tinto. Sin embargo, eso no era lo que más llamaba su atención, sino que se sentía mal por no poder ver lo que estaba ocurriendo.
Una sonrisa creció en los labios de ella cuando sintió que él le estaba quitando la venda. Se tuvo que acostumbrar un poco a la luz tenue del lugar, pero después se sintió estupenda. Observó a Emiliano y después todo a su alrededor.
—Esto es hermoso —murmuró ella, caminando hacia la mesa que les habían preparado—. ¿Por qué no hay nadie más que nosotros dos?
—Porque era una sorpresa. No quería que haya otras personas, entonces…
—Estás loco —chilló ella.
—Solo un poquito.
La cena transcurrió tranquila, mientras que ellos hablaban de todo un poco, no obstante, todo quedó en el limbo cuando Emiliano dijo que era hora de hablar sobre el plan para destruir a los Ferraioli. Lluvia bebió un poco de su vino y lo miró a los ojos, asintió con la cabeza tan solo una vez, pero se quedó callada, esperando que él le dijera cuál era el plan que se le había ocurrido.
—Vamos a hacerlo bien —ordenó él luego de contarle todo—. De ese modo, verás que será fácil tenerlo cerca.
—No me siento muy capaz, Emi. —Negó, lo observó directo a los ojos y volvió a negar—. ¿Vos pensás que se lo va a creer? ¿Después de todo?
—No hay que subestimar a las personas. La estupidez humana sale a la luz en cualquier instante.
Lluvia se quedó pensando seria en las palabras que le había dicho él, solo suspiró y asintió, dándole la razón.
—No voy a negar que la estupidez humana sale a la luz en…
Él asintió.
—No tenés que ni decirlo, cariño.
Lluvia levantó su copa al igual que Emiliano y ambos brindaron por el nuevo comienzo.
Al día siguiente, todo parecía seguir un orden natural, excepto por una cosa: la misión, mejor dicho, el plan. Este consistía en que Jeremías debía invitar a Tamara a la fiesta de la empresa y ella a Rodrigo, después harían justamente lo que habían planeado en segundo lugar.
En la empresa Ferraioli todo transcurría en orden, puesto que había una reunión muy importante para los ejecutivos. Allí, sentados, cómodos y sonriendo se encontraban Rodrigo, Juan y Camilo.
—¿Me estabas escuchando? —preguntó Juan.
Rodrigo se quedó observando al hombre que estaba dando la presentación. Quería saber las razones por las cuales él no podía dejar de pensar en Camille García mejor conocida como Lluvia.
—No ¿qué me decías? —Rodrigo alzó una de sus cejas.
Juan abrió la boca para volver a hablar, pero Rodrigo lo interrumpió al ver a Tamara entrar a la sala de juntas.
—Creo que voy a intentar algo con ella…
Juan se sorprendió solo un poco ante aquella noticia, ya que se lo había visto venir desde muy lejos. Ahora solo estaba esperando que ese momento llegara.
—Bue… —Se recostó en la silla y se cruzó de brazos—. Supongo que todo lo que dije fue al tremendo pedo.
Rodrigo, muy en el fondo, tenía una duda. Observó a su amigo y luego hizo su cuestionamiento público:
—¿Decís que Camille se pondrá celosa si lo hago?
—Rodrigo, creo que ella te dejó bien en claro que no le importas y que su nombre es Lluvia.
La mirada de Rodrigo se oscureció al escuchar el modo en que Juan había llamado a la señorita García.
—Cerrá la boca o te la cierro yo.
Juan negó.
—Tenés que entender que así es la vida, Rodrigo.
Ferraioli asintió, aunque estaba seguro de que así no era la vida.
—No lo creo. ¿Por qué hay personas que tienen suerte y otras no? ¿A dónde quedan esas?
Juan se dio cuenta de lo que estaba sucediendo y se acercó a su amigo para darle su apoyo; sin embargo, Rodrigo se precipitó para alejarse y mirar hacia enfrente, donde se llevó una grata sorpresa.
—¿Qué onda, chicos? —Tamara se apoyó en mesa en la que estaban ellos dos.
—Ah, justo hablábamos de vos —comentó Juan con seriedad.
Camilo se puso de pie y se marchó. Rodrigo lo miró fulminante y él le dio una sonrisa divertida.
—Cosas buenas supongo ¿o no? —se atrevió a cuestionar la muchacha.
—Si —dijeron al unísono.
¿Acaso era una broma de mal gusto? ¿Por qué ellos estaban actuando como unos adolescentes? Ya eran hombres, deberían de actuar de acuerdo a sus edades, pero no: ellos seguían siendo eternos niños de la vida.
Ella les sonrió sin dejar de poder ver las caras de aquellos dos y luego hizo la pregunta del millón, la que estaba estipulada hace mucho tiempo.
—¿Les pinta ir a la reunión todos juntos? No quiero ir sola y a ustedes ya los considero como mis amigos... si no quieren, no pasa nada, eh.
Con aquello que salió de los labios de la dulce Tamara solo podían esperar un hermoso día, mejor dicho, una hermosa noche. Ellos se quedaron en silencio por un segundo, luego se miraron mutuamente; esas miradas estaban ocultando un terrible secreto inimaginable, pero Tamara no era tonta y usaba sus herramientas para tenerlos en la palma de su propia mano.