Ambición oscura

9

Rodrigo no podía soportarlo más. El baile de Lluvia y Emiliano en la pista, sus risas que parecían resonar en cada rincón del salón, la forma en que él le susurraba algo al oído que la hacía sonreír con una intimidad desarmante, todo era una tortura insoportable. Cada giro, cada paso coordinado entre ellos, era una daga que se clavaba más hondo en su pecho, girando y desgarrando su carne viva. La furia y los celos lo consumían, una rabia ardiente que no entendía y que, sin embargo, lo impulsaba con una fuerza primigenia. Tenía que hablar con ella. Tenía que entender qué demonios estaba pasando.

Se abrió paso entre la multitud, empujando sin disculpas a quien se interpusiera en su camino, con la mirada fija en Lluvia, una fijación casi febril. La encontró cerca de la barra, riendo con Emiliano, su cabeza inclinada en un gesto de familiaridad que le revolvió el estómago hasta el punto de la náusea. Se acercó a ellos, la mandíbula apretada, los puños cerrados a los costados, el corazón martilleándole en el pecho como un tambor de guerra, tan fuerte que creyó que los demás podrían escucharlo.

—Lluvia —su voz salió más ronca de lo que esperaba, con un filo apenas contenido, áspero como el desierto.

Ella levantó la vista, y por un microsegundo, un aliento fugaz que Rodrigo apenas registró, creyó ver un destello de sorpresa en sus ojos, una fisura en su armadura, antes de que su máscara habitual de fría indiferencia volviera a caer con un peso aplastante. Emiliano, a su lado, la miró con una ceja arqueada, una pregunta silenciosa, una posesividad tácita que encendió aún más la furia de Rodrigo.

—Rodrigo —Lluvia lo saludó, su tono de voz distante, casi aburrido, como si hablar con él fuera una molestia trivial—. Qué sorpresa. Pensé que te habías ido. La fiesta no es de tu estilo, ¿verdad? —La punzada de desdén en su voz era clara.

—Necesito hablar contigo —espetó Rodrigo, ignorando a Emiliano por completo, como si no existiera, su mirada clavada en Lluvia, intentando perforar su fachada—. A solas. Ahora. —Su voz era un gruñido bajo.

Emiliano, con una calma exasperante que rozaba la insolencia, apretó suavemente la mano de Lluvia, un gesto íntimo que hizo a Rodrigo sentir que el aire se le escapaba de los pulmones.

—Te espero por aquí, amor. No tardes. —Él se alejó, lanzando una última mirada a Rodrigo que era una mezcla de curiosidad, advertencia y una ligera suficiencia que encendió la mecha de la ira de Rodrigo.

Lluvia se encogió de hombros, con un aire de resignación estudiada, casi fastidio.

—Bien. ¿Qué es tan urgente que no puede esperar?

Rodrigo la agarró del brazo, no con fuerza, pero con una firmeza que exigía atención, y la arrastró un poco más lejos del bullicio, hacia un rincón más apartado donde la luz era tenue y la música no era tan ensordecedora, aunque el pulso sordo del bajo seguía vibrando bajo sus pies.

—¿Qué diablos te pasa, Lluvia? —soltó, la ira burbujeando en su voz como ácido—. ¿Qué fue ese show con Tamara? ¿Y ese tipo? ¿Quién es? ¡Y por qué diablos estás con él! —La última pregunta salió con la fuerza de un volcán en erupción, teñida de una desesperación que no pudo ocultar.

Una sonrisa fría y enigmática se dibujó en los labios de Lluvia, sus ojos brillando con una luz extraña en la penumbra.

—Demasiadas preguntas, Rodrigo. ¿Acaso te importa tanto? ¿O es que el gran jefe de la mafia no soporta ver a una mujer fuera de su control? —Su voz era un susurro gélido, pero cargado de un poder oculto, de una picardía venenosa—. Soy una mujer libre. Hago lo que quiero. Siempre lo he hecho, ¿o lo has olvidado?

El ambiente se sintió verdaderamente pesado, las personas ya estaban un poco incómodas y la música estaba bajando lentamente para darle atención a ellos dos peleando como siempre que podían hacerlo.

—¡Claro que me importa! —explotó Rodrigo, la frustración y la confusión apoderándose de él—. ¡Te conozco! O creí que te conocía. Esto... esto no eres tú. No eres la Camille que... —Se interrumpió, las palabras atascadas en su garganta, la imagen de la Lluvia de antes, la dulce, la vulnerable, chocando brutalmente con la mujer glacial que tenía delante.

Lluvia ladeó la cabeza, sus ojos verdes azulados penetrando los de él con una intensidad que lo desarmaba.

—Quizás nunca me conociste del todo, Rodrigo. Las personas cambian. Las circunstancias cambian. La vida nos moldea, y a veces nos endurece hasta el punto de ser irreconocibles. —Hizo una pausa, y su voz bajó de tono, convirtiéndose en un murmullo tentador, casi conspirador, que lo obligó a inclinarse para escuchar—. Pero hablando de conocer... ¿Estás seguro de que conoces bien los negocios de tu familia? ¿Conoces a todas las personas que se mueven en la sombra, las que realmente mueven los hilos de los Ferraioli? Es un mundo complejo, ¿no crees? Lleno de alianzas que no se ven a simple vista.

La pregunta lo tomó por sorpresa, y su furia inicial se atenuó de golpe, reemplazada por una creciente sensación de inquietud. La mención de los negocios familiares, un tema que era sagrado y hermético, lo descolocó.

—De qué hablas, Lluvia. Sé perfectamente cómo funcionan las cosas en mi familia. Mi padre me ha enseñado todo.

Lluvia sonrió de nuevo, una sonrisa llena de conocimiento y misterio, que lo hizo sentir de repente como un niño.

—Ah, ¿sí? ¿Y sabes con quién está involucrada Tamara realmente? ¿Sabes qué papel juega ella en todo esto, más allá de lo que se ve? No todo es lo que parece en la superficie, Rodrigo. Especialmente en tu mundo. En el mundo de los Ferraioli, la lealtad es un bien escaso y las apariencias engañan. —Su mirada se endureció, sus ojos ahora dos orbes implacables—. Hay muchos secretos, y algunas verdades son más oscuras de lo que imaginas. Verdades que pueden sacudir los cimientos de lo que crees que es inquebrantable.

Rodrigo sintió un escalofrío que le recorrió la espalda. La mención de Tamara de esa forma, la forma en que Lluvia insinuaba algo turbio, algo más profundo que un simple flirteo, despertó una alarma en su mente que jamás había sonado antes. Siempre había confiado ciegamente en la lealtad de quienes rodeaban a su familia, en la solidez de su estructura, pero las palabras de Lluvia sembraban una semilla de duda venenosa, una incertidumbre que se extendía como una mancha de tinta en agua clara. Se debatió entre la ira por sus insinuaciones, la confusión por lo que estaba oyendo, y una nueva, molesta curiosidad que se negaba a ser ignorada.



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En el texto hay: mafia, venganza, dolor

Editado: 30.05.2025

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