Ambición oscura

10

Rodrigo no durmió esa noche. Cada segundo en la oscuridad era una eternidad, poblada por las palabras de Lluvia, envenenadas con una verdad a medias, repitiéndose en su mente como un eco persistente, una letanía torturante.

—¿Y sabes con quién está involucrada Tamara realmente? ¿Sabes qué papel juega ella en todo esto? —La duda, esa semilla minúscula, había germinado en un árbol sombrío, proyectando su sombra sobre todo lo que él consideraba inquebrantable.

Su familia, su imperio, las personas de confianza que lo rodeaban desde la cuna. ¿Podrían estar ocultándole algo? ¿Podrían haber grietas en los cimientos de la lealtad que daba por sentada? El orgullo Ferraioli, la base de su existencia, la herencia que debía proteger a toda costa, temblaba bajo el peso de una sospecha desconocida. La imagen de Lluvia, con esa sonrisa enigmática y sus ojos tan dolorosamente familiares, se interponía entre él y el sueño, entre él y la paz, robándole el oxígeno. La rabia se mezclaba con una sensación de traición incipiente, un dolor en el pecho que no cedía. Se levantó de la cama, la cabeza le zumbaba con un dolor sordo que parecía irradiar desde el centro de su cráneo, y decidió que no podía esperar. Tenía que confrontarla de nuevo, desentrañar la verdad, no importa cuán dolorosa fuera.

Lluvia, ajena al insomnio de Rodrigo, se despertó con una sensación agridulce que le arañaba el alma. El plan avanzaba, las semillas de la duda habían sido plantadas con éxito en el fértil terreno de la mente de Rodrigo. Pero la proximidad con él, el revivir de viejas heridas que creía cicatrizadas, la había dejado exhausta. Cada interacción era una batalla interna, una lucha encarnizada entre la Lluvia vengativa, la mujer implacable que se había construido ladrillo a ladrillo, y la Camille que aún recordaba el primer toque inocente de sus manos, el calor de su risa infantil, el aroma de su piel bajo el sol de un verano porteño. Era un desgarro constante, una herida abierta que se negaba a cerrar.

Al día siguiente, Rodrigo, con ojeras profundas que atestiguaban su noche en vela y un aire visiblemente perturbado que no podía ocultar, buscó a Lluvia en el evento de negocios donde sabía que ella estaría presente. El salón estaba atestado de gente, un laberinto de caras desconocidas y charlas vacías. La encontró en un rincón más tranquilo, apartado del bullicio, observando con una falsa calma una exhibición de arte moderno, sus ojos fijos en un lienzo abstracto, pero su mente, él lo sabía, en mil lugares a la vez, tramando.

—Necesito que me expliques a qué te referías anoche —exigió Rodrigo, su voz baja y tensa, cargada de una urgencia que no pudo disimular, una desesperación que se filtraba a través de sus palabras. Su mirada era un ruego silencioso.

Lluvia se giró lentamente, una sonrisa suave y casi encantadora se dibujó en sus labios, una máscara perfecta para su juego cruel. Sus ojos, sin embargo, permanecieron fríos, distantes.

—Rodrigo, qué persistente. Algunas cosas es mejor descubrirlas por uno mismo, ¿no crees? La verdad a veces es más satisfactoria cuando uno la desentierra con sus propias manos. —Su voz era miel, dulce y pegajosa, arrastrándolo a su red como una mosca desprevenida.

—No estoy para juegos, Lluvia. Dime qué sabes de Tamara y de los negocios —insistió, el pecho oprimido por una mezcla de impaciencia, frustración y un dolor sordo que parecía emanar de lo más profundo de su ser, una opresión que no podía nombrar.

Lluvia se acercó un paso, su aroma dulce y perturbador, ese que conocía tan bien de la infancia y a la vez le era tan ajeno ahora, envolviéndolo en una burbuja de tensión.

—Tamara... es una mujer ambiciosa, Rodrigo. Y en este mundo, el nuestro, el de los Ferraioli, la ambición a veces lleva a las personas por caminos insospechados, por atajos oscuros donde la moral es una moneda de cambio. ¿Sabes realmente en qué tipo de tratos está metida? ¿Qué tipo de favores debe o a quién? Los Ferraioli mueven muchos hilos, lo sabemos, son la cúspide del poder en Buenos Aires. Pero ¿estás seguro de que todos esos hilos son visibles para ti, para el heredero? ¿O hay manos ocultas que los manipulan sin tu consentimiento? —Su voz era un susurro cómplice, casi una confesión íntima, sembrando la paranoia con cada palabra pronunciada con precisión mortal—. Hay alianzas secretas, Rodrigo, acuerdos que se cierran a espaldas de los que se creen en la cima, acuerdos que podrían dinamitarlo todo desde dentro. Irregularidades que se barren bajo la alfombra, con la esperanza de que la verdad nunca vea la luz, que nadie las encuentre.

Rodrigo sintió un escalofrío que le erizó la piel, un frío que no era del ambiente, sino del terror. La mención de "irregularidades" y "alianzas secretas" golpeó su punto más vulnerable. Él era el heredero, el futuro jefe, el hombre destinado a proteger el legado Ferraioli con su vida. Pero si Lluvia sabía algo que él no, si había una podredumbre oculta en el corazón de su familia, su autoridad, su legado, el respeto que tanto valoraba, todo estaba en entredicho. Se debatió entre la furia por las insinuaciones, la humillación de ser puesto en tela de juicio por ella, y el miedo latente de que hubiera algo de verdad en sus palabras, un miedo que lo carcomía desde adentro.

—¡Mientes! ¡Estás equivocada! Mi familia es intachable —espetó, pero su voz no sonó tan convincente como quería. Más bien sonó a una súplica desesperada, una negación vacía que apenas creía él mismo.

Lluvia lo miró con una expresión de compasión estudiada, casi dolorosa, que lo hizo sentir aún más miserable, más pequeño.

—Querido Rodrigo, ¿la familia intachable? Eso es lo que uno quiere creer, ¿verdad? Es más fácil vivir con una mentira agradable que con una verdad que duele, una verdad que te arranca el alma. —Su voz se suavizó aún más, adoptando un tono de recuerdo, una trampa delicada que lo arrastró a su pasado, a un tiempo donde todo era más simple, más puro—. Recuerdo cuando éramos niños... tú siempre protegías lo que considerabas tuyo con una ferocidad que asombraba, como un pequeño león. Recuerdo una tarde en el viejo parque de Palermo, ¿te acuerdas? Después de la escuela, cuando el sol se ponía y el aire empezaba a refrescar. Tenías apenas cinco años y yo apenas cuatro. Unos niños más grandes, crueles, querían quitarnos tu pelota de fútbol, esa de cuero que tu padre te había regalado, tu posesión más preciada. Te pusiste delante de mí, con los brazos abiertos, pequeño y valiente, gritando con todas tus fuerzas que no me dejarías sola, que nadie nos tocaría. '¡Mi familia no se rinde! ¡Mi familia es fuerte! ¡Y Camille es de mi familia!' dijiste, tus pequeños puños apretados, tus ojos llenos de una determinación inquebrantable. Incluso entonces, tenías ese fuego, esa lealtad ciega. ¿Crees que ese fuego, esa lealtad incondicional, es suficiente para ver las sombras que acechan dentro de tu propio hogar? ¿Las traiciones que podrían estar tejidas en la misma alfombra que pisas, en el aire que respiras?



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En el texto hay: mafia, venganza, dolor

Editado: 30.05.2025

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