El imperio Ferraioli se agitaba como un barco en plena tempestad, y el capitán, el viejo Ferraioli, se negaba a admitir que la tripulación no le era leal. O, peor aún, que el propio mar se había vuelto en su contra. Los ataques, sutiles pero devastadores, continuaban golpeándolos desde frentes inesperados. La primera filtración financiera había sido solo el preludio. Días después, un importante inversor, un magnate extranjero conocido por su cautela, retiró una suma considerable de fondos, citando "dudas sobre la transparencia y la solidez ética" de sus operaciones, un golpe directo a su liquidez y, lo que era más doloroso para el viejo patriarca, a su inmaculada reputación, forjada con décadas de sangre y hierro. Casi de inmediato, una serie de inspecciones laborales y sanitarias, inusualmente rigurosas y persistentes, paralizaron varias de sus empresas de menor escala, generando multas cuantiosas y un escrutinio público no deseado que los ponía en el ojo de la tormenta mediática. Los Ferraioli intentaron contrarrestar los ataques con su usual mezcla de influencia, dinero y mano dura, pero sus esfuerzos eran inútiles ante la estrategia implacable de Lluvia y Emiliano. Era como intentar atrapar el viento.
El viejo Ferraioli, con el rostro cada vez más surcado por líneas de estrés y furia que lo hacían parecer un hombre que envejecía a pasos agigantados, despachaba llamadas a sus abogados y contactos políticos con una desesperación creciente.
—¡Esto es una guerra! ¡Y no sé quién es el enemigo! ¡Ni por qué nos atacan de esta forma tan sucia! —bramaba por teléfono, la voz ronca y quebrada, traicionando el pánico que sentía.
Rodrigo, a su lado, en el opulento despacho familiar, sentía la impotencia como un nudo frío en el estómago que le impedía respirar. Habían blindado sus sistemas informáticos, reforzado la seguridad interna hasta el punto de la paranoia, y aún así, la información fluía como un río subterráneo, los problemas surgían de la nada, como fantasmas que se materializaban para atormentarlos. La tensión en la empresa alcanzó un punto de quiebre. Las acusaciones internas volaban como puñales, con empleados de confianza señalándose mutuamente, susurros de traición y paranoia contaminando cada rincón de la oficina, cada alma. Desesperados por encontrar una explicación, los directivos se volvieron unos contra otros, incapaces de identificar la fuente del caos, de la peste que los carcomía.
Rodrigo se sentía presionado hasta el límite, al borde de la ruptura. El peso del legado Ferraioli, la inquebrantable imagen de fortaleza que siempre habían proyectado, se desmoronaba ante sus ojos, revelando la podredumbre. El brillo en sus ojos se había apagado, reemplazado por una ansiedad constante que le robaba el sueño y el apetito. Buscaba respuestas, una lógica, una explicación, un hilo conductor detrás de la destrucción silenciosa de su mundo. Y en su desesperación, su mente, irónicamente, lo llevó de vuelta a Lluvia. A sus palabras enigmáticas, a las insinuaciones de "alianzas secretas" y "traiciones internas". Quizás ella, de alguna forma inexplicable, sabía algo. Quizás, en su rabia, había tocado una verdad que él, ciego por la lealtad familiar, por el peso de su apellido, no había podido o querido ver. El recuerdo de Camille, la niña de risa fácil, se mezclaba con la imagen de Lluvia, la mujer fría y distante, y esa dualidad lo torturaba.
Se encontró con ella de nuevo en un evento de caridad en el Teatro Colón, un escenario de opulencia y artificio, un lugar improbable para una conversación tan cargada de dolor y misterio. Lluvia, vestida elegantemente con un vestido de seda oscura que realzaba su palidez, parecía distante y etérea, casi inalcanzable, una visión que lo atraía y lo repelía a la vez, como una droga letal. Se acercó a ella, su voz baja y urgente, casi un ruego.
—Lluvia, necesito hablar contigo. En serio. Sobre lo que dijiste aquella noche... en la fiesta.
Lluvia lo miró, y por un instante fugaz, Rodrigo vio el dolor en sus ojos, el agotamiento emocional que intentaba disimular con una fachada de frialdad y dureza. Las noches en vela, la constante tensión de cada operación, el revivir doloroso de la muerte de sus padres, el peso de su venganza... todo estaba cobrando su precio en su cuerpo y su alma. Se sentía vacía y llena a la vez: vacía por la pérdida irreparable, llena por el fuego de la venganza que la consumía desde adentro. Pero se recompuso rápidamente, su máscara de frialdad volviendo a caer con un peso implacable.
—¿Qué hay que hablar, Rodrigo? ¿No me creíste cuando te lo dije? ¿Ahora la verdad es más fácil de aceptar, cuando tu mundo se tambalea? —Su tono era cortante, pero había una extraña suavidad en sus ojos, un matiz de compasión que lo invitaba a seguir, a no rendirse.
—Es que... las cosas están mal en la empresa. Peor de lo que imaginas. Problemas por todos lados. No sé de dónde viene. Es como si el suelo se abriera bajo nuestros pies —confesó Rodrigo, la frustración y el miedo patentes en su voz—. Y tus palabras... no puedo sacármelas de la cabeza. Lo que dijiste de Tamara... de las alianzas. ¿Es posible? —Rodrigo, en un acto de vulnerabilidad impensable para un Ferraioli, para el heredero de un imperio, extendió una mano, como buscando una conexión, una guía en la oscuridad—. Necesito entender. ¿Sabes algo más? ¿Hay algo que no me hayas dicho? Por favor, Lluvia.
Lluvia sintió una punzada. Estaba tan cerca de la verdad, tan vulnerable en su desesperación. Podría haberlo aplastado en ese instante, revelado todo, pero el recuerdo de la niñez, del pequeño Rodrigo que la protegía, del que había prometido ser su caballero, aún la atormentaba, una daga de culpa clavada en su corazón. Era un juego peligroso, este doble filo de la manipulación.
—Rodrigo —dijo, su voz apenas un susurro, cargado de una melancolía que no pudo ocultar por completo, una tristeza profunda—. Las verdades a veces duelen más que las mentiras. Y las más grandes traiciones a menudo vienen de quienes menos esperas, de los que están más cerca de ti, de los que juran lealtad incondicional. —Se detuvo, sus ojos clavados en los suyos, un abismo de significados no expresados. La incertidumbre se agigantaba entre ellos—. Busca en los tratos más viejos de tu padre. Aquellos que se cerraron antes de que tú estuvieras en la dirección, antes de que fueras parte de la cúpula. Las alianzas que se forjaron en el silencio, en la oscuridad, lejos de tu mirada inocente. Quizás lo que encuentres no te guste. —Fue una pista velada, una migaja de información que lo dejaría con más preguntas que respuestas, pero que lo mantendría atado a ella, a su búsqueda de la verdad, en su telaraña.