Ambición oscura

15

El salón de la Embajada Francesa, bañado en la suave, casi etérea luz de los candelabros de cristal, era un remanso de elegancia y falsedad. El aroma a champagne y perfumes caros flotaba en el aire, mezclándose con el murmullo de conversaciones triviales, de risas huecas y promesas vacías. Lluvia se movía entre la multitud, una figura enigmática en un vestido azul noche que realzaba el color de sus ojos, ahora endurecidos por la determinación que la carcomía por dentro. Cada paso era una danza calculada, cada sonrisa, una máscara. Emiliano, a su lado, era su sombra protectora y su cómplice silencioso, su presencia magnética atrayendo miradas de admiración y curiosidad. Los Ferraioli eran invitados frecuentes en estos círculos de poder, y Lluvia sabía que el encuentro con Rodrigo era inevitable; era una pieza más en su macabro ajedrez, y esta noche, ella controlaría cada movimiento, cada palabra, cada respiración.

La tensión en la empresa Ferraioli se había vuelto insoportable, una cuerda a punto de romperse, vibrando con cada golpe. Las filtraciones continuaban, la reputación se desangraba con cada titular de prensa que insinuaba irregularidades, fraudes, conexiones con lo ilícito. El viejo Ferraioli, un roble que comenzaba a resquebrajarse bajo el peso de los golpes, había montado un estado de sitio en su despacho, obsesionado con encontrar al traidor, a la rata que se arrastraba por sus paredes y carcomía sus cimientos. Rodrigo, por su parte, se sentía asfixiado por la paranoia y la desesperación. Las palabras de Lluvia sobre las "alianzas secretas" y los "tratos viejos" lo habían llevado a revisar archivos antiguos, polvorientos, a interrogar a empleados de confianza con una mirada que delataba su creciente desconfianza. Había descubierto anomalías, pagos sospechosos a cuentas en el extranjero, nombres que no le sonaban, tratos que no figuraban en los registros oficiales. La certeza de que algo estaba podrido en el corazón de su imperio, que el legado de su familia estaba manchado de una forma que ni él imaginaba, lo carcomía por dentro, alimentando una angustia que no le permitía dormir, ni comer, ni respirar. La seguridad de su mundo se desvanecía como arena entre los dedos, arrastrada por la corriente de la verdad.

Entonces, lo vio. Rodrigo. Su mirada, cargada de una mezcla de ira, confusión y una desesperada búsqueda, se cruzó con la de Lluvia al otro lado del salón. Caminó hacia ella con una determinación que no pasó desapercibida, abriéndose paso entre los invitados con una brusquedad inusual en él, casi un reflejo de su tormento interno. Emiliano, percibiendo el inminente encuentro, se acercó aún más a Lluvia, su mano se posó delicadamente en la parte baja de su espalda, un gesto de intimidad que no era casual, sino una tácita señal de posesión, un aviso. Lluvia sintió una punzada, el agotamiento emocional de la doble vida la estaba consumiendo hasta los huesos, el esfuerzo de mantener la fachada era hercúleo, cada músculo de su rostro tenso, pero se aferró a la presencia de Emiliano como a un salvavidas en medio de un mar tormentoso, un faro en su propia oscuridad.

—Lluvia —la voz de Rodrigo era tensa, apenas un susurro que se perdía en el murmullo del salón.
Sus ojos, sin embargo, se detuvieron en la mano de Emiliano, un brillo de celos inconfundible y un dolor primario cruzando su rostro, un recuerdo de lo que alguna vez fueron y ya no existía, de un pasado que parecía tan lejano.

Lluvia esbozó una sonrisa fría, pulcra, una máscara perfecta de indiferencia.

—Rodrigo. Qué sorpresa verte aquí. Creí que estarías demasiado ocupado apagando los incendios que acechan tu imperio, o quizás buscando al 'enemigo invisible'. —Su tono era gélido, distante, pero sus palabras eran como flechas envenenadas, disparadas con una precisión dolorosa.

—Necesitamos hablar —insistió Rodrigo, ignorando a Emiliano, sus ojos fijos solo en Lluvia, en busca de alguna respuesta, de alguna señal—. Las cosas que dijiste... he estado investigando. Y hay cosas que no entiendo, cosas que me quitan el sueño, Lluvia. Cosas que me atormentan. —La angustia en su voz era palpable, casi un ruego.

Emiliano interrumpió con una sonrisa educada, un velo de cortesía que ocultaba su desdén.

—Rodrigo, no creo que este sea el lugar. Lluvia y yo estábamos a punto de...

—Azul, por favor —dijo Lluvia, una orden velada en su tono, imperceptible para cualquiera que no la conociera. Sabía que necesitaba alimentar esa frustración en Rodrigo, que su desesperación era su arma más potente—. Rodrigo, ¿qué te intriga tanto? ¿Acaso las verdades son difíciles de digerir cuando se revelan, cuando destruyen el castillo de mentiras que te construyeron? —Su voz era un bisturí, cortando la herida que ya sangraba en el orgullo de Rodrigo.

Rodrigo apretó la mandíbula, sus nudillos blanqueándose, controlando a duras penas la ira que sentía.

—Sé que estás detrás de esto, Lluvia. No sé cómo, no sé por qué, pero siento que lo que está pasando en mi empresa está conectado contigo. Es... tu estilo. Destruir todo lo que tocas. —Sus ojos se fijaron en los de ella, buscando una confesión, una chispa de confirmación en la profundidad de su mirada—. Es el mismo caos que siempre te rodeó, Lluvia. Mi padre está desesperado. Y yo... no sé en quién confiar. Nadie es seguro. Ni mi propia sombra.

Lluvia sintió una punzada de dolor, una punzada que intentó ocultar con todas sus fuerzas, empujándola al fondo de su alma. La desesperación en los ojos de Rodrigo era genuina, desarmante, casi la hacía dudar de sí misma. Pero el recuerdo de sus padres, de la casa en llamas, de la traición, de la injusticia que la había condenado a esta vida, la endureció, convirtiendo esa punzada en una daga afilada.

—Rodrigo, el caos no lo traigo yo. El caos lo crearon ustedes, con sus acciones, con sus secretos, con su ambición desmedida. Las cosechas siempre dan lo que siembras. Y tu familia ha sembrado miseria, destrucción y muerte durante años, sin importarles las vidas que pisaban. —Se acercó un paso, su voz bajando a un susurro que solo él pudo escuchar, cargado de veneno, de un dolor ancestral, de un odio milenario—. Y quizás, solo quizás, las verdades más oscuras están tan cerca de ti que no puedes verlas, tan arraigadas en tu historia familiar que se han vuelto invisibles. ¿Has pensado alguna vez por qué mi familia desapareció? ¿Por qué nunca se encontró a los responsables de esa 'explosión'? ¿Por qué todo quedó en silencio?



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En el texto hay: mafia, venganza, dolor

Editado: 30.05.2025

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