Ambición oscura

17

El dolor era una marea constante en el alma de Lluvia, una que subía y bajaba con la intensidad de su misión y la brutalidad de sus recuerdos. Cada victoria contra los Ferraioli, cada golpe asestado a su podrido imperio, venía acompañado de un eco ensordecedor de la ausencia de sus padres, una punzada aguda en la herida que se negaba a cerrar, que latía con una vida propia y se hacía más profunda con cada respiración. El esfuerzo sobrehumano de mantener la fachada, de ser Lluvia la estratega implacable en los pasillos oscuros de la venganza y a la vez Camille, la víctima silenciosa y frágil que nadie debía reconocer, la estaba consumiendo hasta el tuétano de sus huesos. La fatiga se había vuelto una compañera constante, un peso en sus hombros que la aplastaba, y la ansiedad, un nudo apretado en su estómago que la acompañaba desde el amanecer hasta el anochecer, robándole la paz.

Una tarde gélida de otoño en Buenos Aires, mientras repasaba informes de las últimas caídas en las acciones bursátiles de Ferraioli, las pantallas de su laptop brillando con números rojos como sangre, su teléfono vibró, sobresaltándola y arrancándola de su sombría concentración. Era una llamada de Jeremías. Lluvia, extrañada por el inusual contacto de su viejo amigo, respondió con cautela, su voz apenas un susurro. La voz alegre y despreocupada de Jeremías resonó en el auricular, un contraste brutal con la tormenta que Lluvia llevaba dentro.

—¡Lluvia! ¿Cómo andás? Che, hay una fiesta este fin de semana, acá en el barrio, tipo reencuentro de vecinos. La organiza una chica nueva, se llama Tamara. Me insistió mucho en que te invitara, dice que le caíste re bien cuando te vio el otro día, por casualidad en el café. —Había una inocencia en la voz de Jeremías que a Lluvia le partía el alma.

Una punzada de reconocimiento, fría y calculadora, recorrió a Lluvia. Tamara. La misma Tamara que era ahora el topo en la empresa Ferraioli, su fuente de información más valiosa, el puente hacia la destrucción de Rodrigo y su padre. La invitación no era casual. Era una señal, una oportunidad que caía del cielo, un eslabón vital en la cadena de su plan. Lluvia miró a Emiliano, que levantó una ceja, su mirada aguda ya intuyendo la importancia de la llamada, la pieza que acababa de encajar en el complejo rompecabezas.

—¿Tamara? —Lluvia forzó una sonrisa en su voz, una que sonó lo suficientemente convincente para Jeremías, pero vacía y amarga para sí misma—. Claro, Jeremías. Me encantaría. Decile a Tamara que cuente conmigo. Que estoy deseando conocerla mejor... en persona.

Colgó la llamada y el rostro de Lluvia se endureció, la máscara de frialdad volviendo a caer sobre sus facciones, como si un interruptor se hubiera activado.

—Es ella, Emiliano. La fiesta de Tamara. La oportunidad perfecta para estrechar lazos, para ganarnos su confianza aún más, o para ver si el plan del anciano ya ha comenzado a darle cuerda en sus entrañas, si ella es consciente de lo que está haciendo. —Había un matiz de nerviosismo en su voz, una grieta que Emiliano no percibía o, si lo hacía, prefería ignorar.

Emiliano asintió, su rostro inexpresivo como una pared de piedra.

—Es un riesgo, Lluvia. Demasiado cerca del fuego. Pero la información que ella puede darnos, ahora que está dentro del núcleo Ferraioli, que conoce sus secretos y sus miedos más profundos, es incalculable. Podemos usarla para el golpe final. Especialmente ahora que Rodrigo está tan... vulnerable, tan roto por dentro. —Su voz era un susurro frío, casi un suspiro de estrategia, desprovisto de cualquier emoción, una máquina perfecta.

Lluvia se giró hacia él, la fatiga pesando en sus hombros como una losa de plomo, aplastándola.

—Sé los riesgos, Emiliano. Sé que cada paso es un filo de navaja, una caída inminente en el abismo. Pero no hay vuelta atrás. No puedo parar ahora, no después de todo lo que hemos hecho, de todo lo que he sacrificado, de todo lo que he perdido. —Su voz se quebró ligeramente al final, revelando la grieta en su armadura, el cansancio del alma que la consumía por dentro—. A veces... a veces siento que todo esto me va a romper. Que el dolor es demasiado grande. Que esta doble vida me está consumiendo, me está transformando en algo que no reconozco, en una sombra de lo que fui. Tengo miedo de perderme. —Un temblor sutil recorrió sus manos, un signo de la presión que soportaba, del abismo que sentía abrirse bajo sus pies, un presagio de lo que estaba por venir.

Emiliano la tomó suavemente por los hombros, sus ojos fijos en los de ella, con una intensidad que Lluvia, en su agotamiento y su necesidad desesperada de apoyo, confundía con apoyo incondicional, con amor.

—Lo sé, Lluvia. Sé lo que te consume. Sé lo que sientes en cada fibra de tu ser. Pero mira hasta dónde hemos llegado. Los Ferraioli están cayendo, pedazo a pedazo. Estás vengando a tus padres, estás cumpliendo tu promesa, la promesa que te hiciste en las cenizas de tu hogar. Y yo estoy contigo, en cada paso, en cada sombra, en cada batalla. No te dejaré caer. —Sus palabras eran un bálsamo, un bálsamo engañoso, pero también un ancla, un refuerzo de la dependencia que había cultivado en ella, una posesión sutil que Lluvia, cegada por su misión, no lograba discernir—. Esta fiesta es crucial. Nos dará la proximidad que necesitamos. Podemos conseguir esa información sobre la cuenta de Suiza, la clave para destrozarlos por completo, lo sé. ¿Estás lista, Camille? ¿Estás lista para el último empujón, para terminar lo que empezaste?

Lluvia cerró los ojos un instante, respirando hondo, el aroma a desesperación mezclándose con el recuerdo del humo y el fuego. Las imágenes de sus padres, sonrientes y luego ardiendo en las brasas de la casa quemada, los susurros de la venganza resonando en sus oídos, se arremolinaban en su mente, una danza macabra de dolor y promesa.

—Sí —dijo, abriéndolos de nuevo, con una determinación renovada, aunque frágil, sus ojos ardiendo con una llama sombría—. Estoy lista. Vamos a prepararnos. No podemos fallar ahora, no cuando estamos tan cerca. —A pesar de su valentía, el brillo en sus ojos estaba teñido de una tristeza profunda, una melancolía que Emiliano, en su enfoque implacable en el plan, parecía no ver o, si lo hacía, elegía ignorar, porque solo veía el objetivo.



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En el texto hay: mafia, venganza, dolor

Editado: 30.05.2025

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