Ambición oscura

19

El aire ruidoso y denso del salón principal, cargado de música estridente que palpitaba en los huesos y risas despreocupadas que sonaban huecas y lejanas, comenzó a asfixiar a Lluvia. La presión del plan, el peso de los recuerdos danzando como sombras espectrales en cada rincón de su antigua casa, la inevitable y tensa conversación con Rodrigo, todo se acumulaba en su pecho como un peso insoportable, una losa de plomo que la oprimía hasta el punto de la desesperación. Necesitaba un momento de soledad, un respiro de la farsa que se veía obligada a vivir. Con un movimiento sutil, casi imperceptible entre la multitud de cuerpos jóvenes que bailaban sin preocupaciones, se deslizó hacia la parte trasera de la casona, buscando la tenue luz de la luna en el patio trasero. La música, una mezcla ecléctica de indie rock argentino de bandas como El Mató a un Policía Motorizado y melodías electrónicas de un DJ improvisado, se atenuó a un murmullo lejano, un eco amortiguado que apenas llegaba, reemplazado por el canto nocturno y melancólico de los grillos. Lluvia encendió un cigarrillo con manos que apenas temblaban, la llama efímera del encendedor Zippo iluminando por un instante la palidez cadavérica de su rostro, y exhaló el humo con un suspiro tembloroso y profundo, intentando que la nicotina aplacara el huracán de emociones que llevaba dentro, un grito silencioso que la desgarraba desde lo más profundo de su ser.

El patio trasero, que alguna vez fue un jardín vibrante con rosales y jazmines, era ahora un reflejo de la casa misma: olvidado y salvaje. Unas pocas mesas improvisadas con cajones de madera y tablones ofrecían apoyo para vasos de plástico llenos de cerveza Quilmes y fernet con Coca-Cola. La comida era escasa y poco apetitosa: pizzas frías que se habían enfriado demasiado rápido y algunas bandejas de papas fritas ya blandas. La gente, en su mayoría estudiantes universitarios del barrio y algunos jóvenes profesionales, charlaba animadamente, ajenos a la historia de dolor y tragedia que impregnaba las paredes de la casona. El aroma a alcohol y cannabis flotaba en el aire, mezclándose con el recuerdo persistente de humo y ceniza que solo Lluvia parecía percibir.

No había dado más de un par de caladas cuando una sombra alta y familiar se cernió sobre ella, bloqueando la escasa luz lunar.

—Así que aquí estabas, Lluvia, escondiéndote de la fiesta, o quizás... escondiéndote de mí.

Era Rodrigo. Su voz, tensa y ronca, rompió el silencio que Lluvia tanto anhelaba, haciendo que cada palabra se clavara en su alma. Lluvia no se inmutó, ni siquiera se giró por completo para mirarlo. Su rostro, cubierto por una máscara de indiferencia gélida, no delató la tormenta que se desataba en su interior, un volcán de dolor y furia a punto de erupcionar.

—Necesitaba un poco de aire. El ambiente se volvió... pesado, ¿no lo sientes? —Su tono era distante, como si hablaran de algo tan trivial como el clima, no de la intrincada red de dolor y venganza que los unía con lazos de sangre y fuego.

Rodrigo dio un paso más, la indignación palpable en su voz, sus ojos ardiendo de confusión y frustración.

—Pesado, ¿dices? ¿Y tú estás tan tranquila fumando, como si no estuvieras en el epicentro de la tormenta que creaste? ¡Como si no estuviéramos en TU casa, Lluvia, en los restos de tu vida pasada que tú misma has desenterrado! —Con un movimiento rápido e inesperado, le arrebató el cigarrillo de los dedos, sus dedos rozando los de ella en una descarga que Lluvia ignoró, y lo tiró al suelo, pisoteándolo con furia contenida. El pitillo humeante se apagó en el barro—. ¡No te permito que te destruyas de esa manera, Lluvia! ¡No te permito que te consumas así, por el odio! —Su gesto era una mezcla confusa de rabia, una desesperada necesidad de protegerla a pesar de todo, y un sentimiento de posesión que lo atormentaba y que ella sentía como una afrenta personal.

Lluvia lo miró, una chispa de desprecio helado en sus ojos oscuros, un abismo sin fondo que parecía succionar la luz.

—Mi calma, Rodrigo, es la de quien ha visto el infierno y ha regresado con un único propósito. ¿Y qué te importa a ti lo que yo haga o deje de hacer? ¿No me quisiste borrar del mapa, Ferraioli? ¿No se encargó tu padre, con su poder y su influencia corrupta, de que mi familia desapareciera sin dejar rastro, como si nunca hubiéramos existido? ¡Respóndeme! —Sus palabras eran un bisturí afilado, cortando en la herida que había abierto en la conciencia de Rodrigo, dejando al descubierto la podredumbre.

Rodrigo se tambaleó hacia atrás, la sangre se le heló en las venas, un sudor frío recorrió su espalda, empapando su camisa.

—No... no digas esas cosas, Lluvia. No tienes idea de lo que hablas. Mi padre jamás... él no haría algo así. Él no es un asesino. —Su voz se quebró, un ruego desesperado, una negación rotunda que intentaba protegerse a sí mismo de una verdad que sentía que lo devoraría por completo, lo convertiría en un monstruo, en cómplice.

Su mente luchaba por procesar la frialdad de su relato, la macabra calma con la que Lluvia describía la destrucción de su propia familia, de sus propios padres.

—¿No sé lo que digo? —Lluvia lo interrumpió con una risa seca, desprovista de humor, un sonido hiriente que era más un lamento—. ¡Sé lo que digo porque lo viví, Rodrigo! En cada habitación de esta casa, en cada rincón, puedo sentir el eco de lo que pasó. Sé lo que hizo tu familia para silenciarnos, para callar la verdad, para sepultarnos. ¿Quieres que te lo cuente? ¿Con lujo de detalles? Fue una explosión. Rápida. Eficaz. El fuego consumió todo, borró las pruebas, las dejó en cenizas. No hubo testigos. Nadie se preocupó por investigar a fondo una 'tragedia accidental', porque la tragedia les convenía. El lugar quedó reducido a escombros carbonizados. Y mi familia... mis padres... reducidos a cenizas, a polvo, como si nunca hubieran existido. ¿Lo recuerdas ahora, Rodrigo? ¿Recuerdas los gritos ahogados en el humo? ¿Sientes el calor abrasador del fuego en tu piel? ¿Puedes oler el olor a quemado que aún impregna estas paredes, que se aferra a mi memoria? —Cada palabra era un martillo golpeando el alma de Rodrigo, una verdad a medias, distorsionada por su propio dolor, por su trauma inmenso, que lo torturaba sin piedad, implacablemente.



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En el texto hay: mafia, venganza, dolor

Editado: 30.05.2025

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