Ambición oscura

24

A pesar de su innata aversión a las sorpresas, una faceta de su personalidad forjada en la imprevisibilidad del trauma, Lluvia sentía una punzada de expectación. La frialdad calculadora que había adoptado como armadura se resquebrajaba ligeramente ante la promesa de Emiliano. La tensión del día, la confrontación con Rodrigo y el peso constante del secreto, la habían dejado exhausta. Ansiaba un respiro, un momento de tregua en la guerra que libraba.

Emiliano llegó al departamento al anochecer, envuelto en un aura de misterio y anticipación. Vestía con una elegancia casual, jeans oscuros, una camisa de lino gris y un blazer que realzaba su figura esbelta. Sus ojos brillaban con un matiz diferente, una chispa que Lluvia rara vez veía, una mezcla de triunfo y una extraña ternura. Con una sonrisa casi imperceptible, tomó la mano de Lluvia y la guio fuera del edificio, sin dar explicaciones, sumergiéndola en la penumbra de la noche porteña.

El viaje fue corto, apenas unos minutos en un coche discreto que se deslizaba por las calles de Palermo. Se detuvieron frente a una casona antigua y restaurada, oculta detrás de un imponente portón de hierro forjado, en una calle empedrada donde los plátanos se alzaban majestuosos. Al cruzar el umbral, Lluvia contuvo el aliento. El lugar era un jardín de invierno transformado, un oasis de cristal y vegetación. Cientos de luces cálidas y pequeñas guirnaldas iluminaban las plantas exóticas que se alzaban hasta el techo, creando un ambiente mágico y etéreo. El aire estaba impregnado con el dulce aroma de las jazmines y una fragancia cítrica indefinida. Al centro de la estancia, una pequeña mesa de madera, adornada con un sencillo mantel de lino blanco y dos velas que parpadeaban suavemente, los esperaba. Solo dos sillas. Era un espacio íntimo, diseñado para la privacidad absoluta.

—¿Qué es todo esto, Emiliano? —Lluvia preguntó, su voz un susurro de asombro.

La belleza del lugar era casi un golpe, una interrupción en su habitual paisaje emocional de oscuridad.

Emiliano la condujo a la mesa con una elegancia natural.

—Mi sorpresa. Un lugar donde podemos hablar tranquilos. Nadie nos encontrará aquí. Nadie nos escuchará. —Su sonrisa se ensanchó un poco—. Pensé que te gustaría. Un poco de paz antes de la tormenta.

La cena transcurrió en una calma inusual. Un chef privado, que apareció como por arte de magia y se retiró con la misma discreción, les sirvió un delicado salmón rosado con vegetales asados y una copa de vino blanco helado, un Sauvignon Blanc de Luján de Cuyo. La música de fondo era un jazz suave, apenas perceptible, que se mezclaba con el murmullo del agua de una pequeña fuente cercana. Lluvia, sorprendentemente, se encontró disfrutando de la comida, de la tranquilidad, algo que no había hecho en mucho tiempo. Por un momento, el peso de la venganza pareció aligerarse.

Pero la tregua fue efímera. Con el postre, una mousse de chocolate oscuro que Lluvia apenas probó, Emiliano sacó a relucir el verdadero motivo de la velada. Sus ojos se volvieron serios, la chispa de antes se transformó en una luz calculadora.

—La sorpresa no era solo el lugar, Lluvia —dijo, su voz bajando un tono—. Es el plan. El golpe final a los Ferraioli. Hoy mismo, la información clave de la cuenta en Suiza de los Ferraioli ha sido filtrada a la prensa y a las autoridades pertinentes. Los detalles de sus operaciones de lavado de dinero, sus activos ocultos, sus redes de corrupción... todo. En cuestión de horas, estará en los titulares. Sus cuentas serán congeladas. Su imperio comenzará a desmoronarse desde el corazón.

Lluvia sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con la temperatura del lugar.

—Pero... ¿eso será suficiente? ¿Unos cuantos titulares y cuentas congeladas? Ellos son poderosos, Emiliano. Tienen influencias. Abogados. Ya han sobrevivido a otras cosas.

A pesar de su determinación, una semilla de duda se plantó en su mente. La magnitud de los Ferraioli era inmensa, y su caída parecía una tarea titánica.

Emiliano sonrió, una sonrisa fría y segura que Lluvia había llegado a conocer bien.

—Ah, Lluvia. Siempre subestimas el poder de la estupidez humana. Y la arrogancia. Los Ferraioli se han creído intocables. Han subestimado a sus enemigos. Y la prensa, los medios de comunicación... son una bestia voraz. Una vez que huelen la sangre, no se detienen. No es solo la información, Lluvia. Es el momento. Es la opinión pública. La desesperación que se generará dentro de sus propias filas. Ya verás. La desconfianza carcomerá a sus socios. Sus propias familias comenzarán a dudar. La codicia los hará huir como ratas. Es el principio del fin. —Se inclinó sobre la mesa, sus ojos fijos en los de ella—. Y la fiesta de los Ferraioli el sábado... será el escenario perfecto para el último acto. Cuando todo se esté cayendo a pedazos. Un clímax memorable. —Emiliano levantó su copa de vino, sus ojos brillando con una determinación inquebrantable, con la promesa de una victoria que parecía ya saborear—. Por el nuevo comienzo, Lluvia. Por la justicia. Por el fin de los Ferraioli.

Lluvia alzó su copa, un poco más despacio, el tintineo del cristal resonando en el silencio.

—Por el nuevo comienzo —repitió, pero su voz sonó hueca incluso para sus propios oídos.

Bajo la superficie de la celebración, la sombra de la venganza se hacía más profunda, y la sutil manipulación de Emiliano, su capacidad para tejer realidades y dirigir sus emociones, ya se cernía sobre ella. La "sorpresa" había sido, en efecto, un golpe, pero ¿a qué costo? La promesa de un "nuevo comienzo" sonaba a un eco lejano, casi una burla, en medio del eco de la noche.

En la fría quietud de su penthouse como ya era costumbre, el anciano titiritero, con una sonrisa enigmática, observaba la escena de Lluvia y Emiliano en el jardín de invierno. Había escuchado cada palabra, cada susurro, cada matiz de la conversación. La revelación de la filtración de la cuenta suiza, la duda de Lluvia, la confianza implacable de Emiliano… todo se desarrollaba a la perfección.



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En el texto hay: mafia, venganza, dolor

Editado: 30.05.2025

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