El eco de la confrontación con Rodrigo aún resonaba en la mente de Lluvia, una sinfonía disonante que la acompañaba en cada paso, en cada pensamiento. Sin embargo, el verdadero desvelo no era ese duelo verbal, sino el persistente rumor, cada vez más fuerte y audible, que se filtraba de Ferraioli Corp. Noticias fragmentadas, susurros que se convertían en gritos ahogados de pánico, sobre las cuentas bancarias congeladas en Suiza, los activos ilícitos expuestos y el escandaloso caso de lavado de dinero que, como un ácido corrosivo, comenzaba a corroer los cimientos del imperio Ferraioli. Las primeras planas de los diarios digitales ya mostraban titulares incendiarios, y los noticieros de la tarde abrían con el tema. El dolor de los Ferraioli, la indignación de una sociedad que descubría la podredumbre bajo el brillo de su apellido, era la música de fondo que Lluvia había anhelado por tanto tiempo. La primera fase del plan, orquestada con precisión metronómica por Emiliano y el misterioso titiritero, estaba en marcha, y sus efectos eran devastadores.
La noche del evento, Lluvia y Emiliano llegaron al suntuoso hotel, un bastión de lujo en el corazón del elegante barrio de Recoleta, donde se celebraría la reunión de la Empresa García. El aire, denso con el perfume de costosos arreglos florales de orquídeas y lirios y el murmullo de conversaciones en voz baja, vibraba con una energía que Lluvia aún no descifraba del todo, una mezcla de excitación y nerviosismo. El salón principal, un vasto espacio adornado con imponentes candelabros de cristal que derramaban una luz dorada y cálida sobre las mesas vestidas de blanco inmaculado, estaba abarrotado. La élite empresarial de Buenos Aires se congregaba, vestida con sus mejores galas —trajes de diseñador, joyas deslumbrantes—, un espectáculo de poder, ambición y, en muchos casos, hipocresía. Lluvia, impecable en un vestido de noche color esmeralda que resaltaba su figura esbelta y el tono pálido de su piel, su cabello rubio cobrizo recogido en un moño bajo y elegante, se movía entre la multitud con una gracia casi fantasmal, su rostro una máscara de fría determinación. Emiliano, a su lado, en un elegante esmoquin negro hecho a medida que acentuaba su porte atlético y su figura imponente, irradiaba una calma imperturbable, su mirada escaneando el ambiente con una discreción casi imperceptible, registrando cada detalle, cada rostro.
Desde la entrada, Lluvia divisó a Tamara. Su presencia, tan pulcra y confiada, con un deslumbrante vestido rojo que la hacía destacar entre la multitud, confirmaba el éxito rotundo de la primera fase del plan. Tamara se movía con la soltura de quien sabe que ha cumplido su misión a la perfección, intercambiando saludos y sonrisas superficiales con los presentes. La visión de ella, ajena a la tormenta que había desatado en las altas esferas económicas, fue un bálsamo para Lluvia, una confirmación de que todo seguía el curso previsto.
Emiliano la condujo a la mesa VIP, estratégicamente ubicada cerca del escenario, un espacio reservado para los directivos más importantes de la Empresa García y los socios clave con los que buscaban establecer nuevas alianzas. El lugar ofrecía una vista privilegiada de todo el salón, como un palco desde donde se observaba la obra que estaba a punto de representarse. Lluvia se sentó, el brillo de los cristales de las copas y el eco de las risas y conversaciones le resultaban abrumadores, una cacofonía de superficialidad. Los nervios, a pesar de su férreo control sobre sus emociones, comenzaban a roerla, un cosquilleo frío en el estómago. La tensión previa a un discurso público, magnificada por el peso de lo que estaba por revelar y el significado de su presencia allí, la hacía sudar fríamente bajo el satén de su vestido. Con un movimiento rápido y disimulado, tomó una copa de Jack Daniels puro que ya la esperaba en la mesa, un trago fuerte para calmar las ansias, el líquido ámbar quemando su garganta con una ferocidad necesaria. No era su bebida habitual, Lluvia prefería un buen vino tinto, pero la situación lo ameritaba, el ardor le recordaba que estaba viva y en control.
Minutos antes de subir al escenario, mientras Lluvia terminaba su whisky, Tamara se le acercó, su sonrisa profesional intacta, pero con un brillo travieso en sus ojos.
—Todo está en orden, Lluvia. Las noticias ya están en todos los portales de finanzas. Los peces gordos de los Ferraioli están lidiando con un desastre sin precedentes. Sus acciones están cayendo en picada, los medios los persiguen. Es un caos. —Su voz era un susurro cómplice, apenas audible entre el murmullo general, pero sus ojos brillaban con una picardía compartida, una satisfacción mutua.
Lluvia asintió, su mirada encontrándose con la de Tamara en una conexión fugaz y profunda.
—Lo sé. Buen trabajo, Tamara. Has sido un eslabón crucial. —Luego, con un doble sentido que solo ellas entendían, añadió—: La noche es joven, Tamara. Y el show acaba de empezar. Prepara las palomitas.
Tamara le devolvió una mirada de complicidad y se retiró, lista para observar el colapso inminente desde una distancia segura.
El momento llegó. Las luces del salón disminuyeron su intensidad, y un foco de luz se posó sobre Lluvia, bañándola en un halo brillante. Con cada paso hacia el escenario, sentía la mirada de cientos de personas sobre ella, un peso colectivo de expectativa y curiosidad. Entre la multitud, sus ojos buscaron y encontraron la mesa de los Ferraioli. Vio a Rodrigo, sentado con su padre, su rostro aún tenso, pero con una chispa de curiosidad y desafío en sus ojos, ignorando el drama que se gestaba a su alrededor, ciego a su propia caída. Al tomar el micrófono, su voz, aunque un poco más grave de lo normal por la tensión, resonó con claridad en el amplificador, captando la atención de todos.
—Buenas noches a todos —comenzó Lluvia, su tono calmado, pero con una autoridad innegable que contrastaba con su apariencia delicada—. Es un honor para mí, como representante de la Empresa García, compartir esta noche con ustedes, en este importante evento para el futuro de la industria. —Hizo una pausa dramática, dejando que sus palabras flotaran en el aire y que el silencio se instalara en el salón—. Hemos sido testigos de un cambio en el panorama empresarial. Un cambio necesario. Un cambio que nos obliga a mirar hacia adelante, hacia un futuro de mayor integridad. —Su mirada, intencionalmente, se dirigió brevemente hacia la mesa de los Ferraioli, aunque sus ojos no se posaron directamente en Rodrigo, sino en el vacío a su lado, como si se dirigiera a su sombra—. Hoy, celebramos no solo la unión de dos empresas y la consolidación de nuevos paradigmas, sino el inicio de una nueva era. Una era donde la ética y la transparencia serán los pilares fundamentales de cada transacción, de cada negocio. Donde las prácticas oscuras, los secretos a voces y la corrupción ya no tendrán cabida. Donde la ley, y la moral, reinarán.