Ambición oscura

28

El golpe de la verdad había impactado a Juan con la fuerza de un tsunami, dejándolo mareado en el centro de su departamento desordenado. La revelación de que Lluvia García era Camille lo había sumido en una espiral de incredulidad, dolor y una rabia silenciosa. La fotografía de la infancia, la cicatriz sobre la ceja, el inconfundible brillo en sus ojos... no había duda. Pero mientras procesaba esta verdad devastadora, su mente, incansable en su búsqueda, tropezó con una nueva y aún más oscura revelación. Al revisar sus notas sobre los movimientos financieros de los Ferraioli, buscando una conexión, un patrón, algo que vinculara a Lluvia con su venganza, se topó con un nombre que lo paralizó: Emiliano. El mismo nombre que aparecía en viejos documentos relacionados con una serie de inversiones fallidas y fraudes de hace años, que habían llevado a la ruina a varias familias modestas, y que los Ferraioli habían convenientemente "solucionado" y encubierto.

Al principio, Juan había descartado esa información como un simple error de su padre, un mal negocio más de los muchos que los Ferraioli habían "arreglado". Pero ahora, con los ojos de la verdad abiertos, conectó los puntos. Emiliano no era solo el socio de Lluvia; era el cerebro detrás de una operación mucho más grande, un titiritero que movía hilos desde las sombras. Y la conexión con los Ferraioli no se limitaba a la empresa de Lluvia; se extendía a un pasado de manipulación y fraude, un hilo más en la intrincada red de mentiras y traiciones.

El horror de Juan se intensificó. Lluvia no solo había regresado para vengarse de los Ferraioli; lo estaba haciendo con la ayuda de un hombre que era, en sí mismo, un manipulador, un depredador de oportunidades. Una sensación de náuseas lo invadió. Si Emiliano era tan peligroso como sus viejas investigaciones sugerían, entonces Lluvia, a pesar de su fuerza, era también una pieza en un juego ajeno, un arma en manos de alguien más oscuro. Juan se levantó, su mente en un torbellino, el corazón latiéndole furiosamente. Había encontrado algo más delicioso, algo que no solo hundiría a los Ferraioli, sino que también revelaría la verdadera extensión de la manipulación de Lluvia. No era solo venganza; era un entramado de poder y control que la trascendía. La verdad completa era más retorcida de lo que jamás imaginó, y el peso de ella amenazaba con aplastarlo. El conocimiento recién adquirido lo consumía, una carga que no podía soportar solo.

Mientras tanto, en el opulento salón del hotel, la música seguía vibrando al ritmo de "Another Love", pero para Rodrigo, el mundo se había reducido a la imagen de Lluvia y Tamara. El beso. Corto, fugaz, pero devastador. Impactó en él con la fuerza de una explosión, encendiendo una mezcla explosiva de celos crudos, una confusión agónica y una ira apenas contenida que amenazaba con hacerlo estallar. Su rostro, ya demacrado por el estrés de las noticias sobre las cuentas suizas, se contorsionó en una mueca de incredulidad y furia. Sentía que el aire le faltaba, como si una mano invisible le apretara la garganta.

No lo pensó dos veces. Con una rabia ciega, se abrió paso entre la multitud de bailarines, empujando a la gente sin pedir disculpas, sus ojos fijos en el epicentro de su tormento. Llegó hasta Lluvia y Tamara, plantándose frente a ellas como una estatua de furia. La música, ahora, parecía burlarse de él.

—¡¿Qué demonios significa esto, Lluvia?! —gritó Rodrigo, su voz ronca y cargada de resentimiento, atrayendo algunas miradas curiosas. Su control se había desvanecido por completo, exponiendo su inestabilidad emocional de la manera más cruda posible. La máscara de indiferencia que solía usar se había roto en mil pedazos—. ¡¿Qué estás haciendo?! ¡¿Y tú, Tamara?! ¡¿Desde cuándo se comportan así?!

Lluvia, aunque sorprendida por la explosión de Rodrigo, mantuvo la compostura con un esfuerzo sobrehumano. Su rostro se mantuvo impasible, aunque un ligero temblor en sus manos, que sostenía disimuladamente, revelaba la tensión interna. Tamara, por su parte, esbozó una sonrisa enigmática, una mezcla de triunfo y burla, disfrutando claramente del espectáculo.

—No te incumbe, Rodrigo —dijo Lluvia, su voz baja, casi un susurro helado, pero cargado de una autoridad inquebrantable—. Mis asuntos personales no son de tu incumbencia. Y mucho menos ahora que tienes tus propios problemas que resolver. La empresa Ferraioli se está desmoronando, ¿no? Enfócate en eso.

La respuesta de Lluvia solo avivó la furia de Rodrigo.

—¡¿Problemas?! ¡Tú eres el problema, Lluvia! ¡Has vuelto para destruirnos! ¡No sé cómo lo haces, pero estás detrás de todo esto!

Sus palabras eran erráticas, un eco de su desesperación, pero había una verdad subyacente que él, en su ira, no lograba articular completamente.

Emiliano, que había estado observando la escena desde la mesa VIP con una calma inquietante, esbozó una sonrisa casi imperceptible. La eficacia de su estrategia era innegable. Rodrigo, consumido por los celos y la furia, se había convertido en un peón más fácil de manipular, su juicio completamente nublado. La confrontación pública solo serviría para exponer aún más su debilidad y su falta de control.

La tensión entre Lluvia y Rodrigo se volvió una batalla personal, un campo de energía invisible que los separaba del resto del salón, como si el mundo a su alrededor se hubiera desvanecido. Él, gritando, furioso, al borde del colapso. Ella, inexpresiva, imperturbable, su mirada un abismo de indiferencia. Era un duelo de voluntades, un clímax emocional que Emiliano había orquestado con maestría. La noche apenas comenzaba, y el gran espectáculo de la caída de los Ferraioli estaba a punto de desatarse.

En la oscuridad y la calma, el titiritero sonrió, sus ojos oscuros brillando con una satisfacción palpable. Las pantallas mostraban la explosión en el salón del hotel: el rostro descompuesto de Rodrigo, su patético arrebato de celos, la calma gélida de Lluvia, y la sonrisa enigmática de Tamara. Cada pieza se movía con una precisión escalofriante.



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En el texto hay: mafia, venganza, dolor

Editado: 30.05.2025

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