Ambición oscura

30

El aire en la oficina de Emiliano era pesado, denso con la expectación de los próximos movimientos y el tenue aroma a café fuerte. Las noticias sobre la implosión de Ferraioli Corp. eran ya vox pópuli, un torbellino de escándalos que se extendía por Buenos Aires. Cada titular, cada caída en la bolsa, cada acusación pública, era un pequeño triunfo para Lluvia. Sin embargo, en el rostro de Lluvia, aunque endurecido por la determinación, comenzaban a asomarse las primeras grietas del agotamiento. Sus ojos, antes brillantes con la sed de venganza, ahora mostraban una fatiga crónica, con leves ojeras que ni el mejor maquillaje lograba ocultar. Los momentos de insomnio se volvían más frecuentes, las noches en blanco, la mente rumiando cada detalle del plan, cada humillación sufrida. La venganza la estaba consumiendo, lenta pero implacablemente, vaciándola de su esencia.

—Las noticias de los Ferraioli no podrían ser mejores —comenzó Emiliano, su voz tranquila y medida, mientras revisaba una serie de informes en su tableta. Vestía un traje impecable que contrastaba con la oscuridad de sus intenciones—. La presión social y financiera los está devorando. Las llamadas de sus socios, los embargos, los rumores de investigación penal... todo suma. Rodrigo está completamente desquiciado, su comportamiento en la fiesta fue la prueba más clara.

Lluvia asintió, su mirada fija en el ventanal de la oficina, observando el ajetreo de la ciudad.

—La implosión de su negocio es solo una parte. Su apellido, su legado, debe ser borrado por completo. No quiero que quede nada de ellos, nada que pueda ser recordado con respeto o admiración. —Su voz era fría, sin rastro de emoción.

El plan había escalado. Ya no era solo una cuestión de justicia; era de aniquilación total.

—De acuerdo —dijo Emiliano, una sonrisa sombría asomando en sus labios—. Los próximos pasos serán más... directos. Y más peligrosos. —Se reclinó en su silla, cruzando las manos sobre la mesa—. Hemos filtrado la información de los fondos ilícitos que usaron para expandirse en el exterior, sus conexiones con redes de contrabando y trata de personas. Eso no solo los hundirá económicamente, sino que los vinculará a crímenes mucho más graves. Sus socios y aliados serán implicados, una verdadera caza de brujas que los arrastrará a todos.

Lluvia escuchó en silencio, su respiración apenas perceptible. La mención de "trata de personas" y "crímenes más graves" debería haberle causado alguna repulsión, pero su mente, ahora templada por el fuego de la venganza, se mantuvo impasible. La moralidad se había vuelto un lujo que no podía permitirse.

—Y la fiesta del sábado —añadió—, será el escenario ideal para el golpe final. Estarán todos allí. Su círculo más íntimo. Es el momento de la estocada final.

—Exacto —confirmó Emiliano—. Hemos preparado una serie de revelaciones públicas que serán lanzadas justo en el clímax de la fiesta. Vídeos, grabaciones de audio, testimonios de ex empleados y de víctimas de sus fraudes pasados. Serán expuestos ante toda la sociedad porteña, ante sus propias familias. No solo caerá su empresa, sino su honor, su linaje, su imagen pública. Serán parias.

Lluvia cerró los ojos por un instante, la imagen del rostro de Rodrigo distorsionado por la furia, la de su padre, Don Armando, envejecido y humillado.
—Quiero que sientan el mismo dolor que yo sentí, multiplicado. Que su caída sea un eco de la mía.
Su voz era un susurro, pero la ferocidad en sus palabras era innegable. La magnitud de su venganza era aterradora, no buscaba solo justicia, sino la destrucción total, el borrado de una existencia.

Emiliano la observó con atención, notando el ligero temblor en sus manos, la palidez de su piel.

—La fatiga te está pasando factura, amor. Necesitas descansar.

Ella negó con la cabeza, sus ojos de nuevo abiertos y fijos en él.

—No puedo. No hasta que esto termine. Cada noche es una batalla. Los recuerdos, las imágenes... no me dejan. Pero no importa. Es un precio pequeño a pagar.

Los sutiles signos de su deterioro mental, la fatiga crónica que la invadía incluso después de horas de sueño, la dificultad para conciliar el sueño que la mantenía despierta, el peso en su pecho... todo sugería que la venganza la estaba consumiendo, erosionando su esencia poco a poco. Era un fuego que, al devorar a sus enemigos, también la estaba devorando a ella.

Mientras Lluvia y Emiliano planificaban la aniquilación de los Ferraioli, Juan seguía en su departamento, en el caos de su descubrimiento. La verdad sobre Camille y la sombra de Emiliano, el cerebro detrás de los fraudes pasados, lo tenían paralizado. No había dicho nada a nadie, ni a Rodrigo, ni a Camilo, ni siquiera a sus padres, aunque la situación en la mansión Ferraioli era insostenible. Necesitaba más. Quería entender la magnitud de la manipulación, quería saber la verdad completa antes de hacer un movimiento. La tentación de revelar todo era abrumadora, pero la sensación de que había algo más, algo más retorcido, lo contenía. Él quería el golpe perfecto, el que revelara no solo la maldad de los Ferraioli, sino también la complejidad de Lluvia y la siniestra mano de Emiliano. Juan sentía que la verdad completa, la que aún se le escapaba, sería la llave para desentrañar todo el entramado.

El anciano titiritero escuchaba las últimas conversaciones de Lluvia y Emiliano. La crueldad de los próximos pasos, la determinación de Lluvia, la sutil pero evidente erosión de su espíritu. Todo era parte del plan.

—La destrucción total, hijo —murmuró a Ciro, quien ahora estaba sentado frente a él, a la misma altura, el espacio entre ellos más cercano. La luz de la luna llena que se filtraba por el ventanal iluminaba sus rostros, revelando arrugas profundas en el del anciano y una expresión de intensa concentración en el de Ciro—. No solo financiera, sino moral. El legado Ferraioli debe ser aniquilado. Que no quede ni la sombra de su nombre.



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En el texto hay: mafia, venganza, dolor

Editado: 30.05.2025

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