Ambición oscura

31

La atmósfera en la mansión Ferraioli era irrespirable. La paranoia, antes un murmullo distante, se había apoderado de cada rincón. Las tensiones internas, la caída de la empresa y el comportamiento errático de Rodrigo habían llevado a la familia al borde del colapso. En medio de este caos, Tamara, la pieza clave en la intrincada red de Lluvia y Emiliano, comenzaba a sentir el peso asfixiante de su papel como infiltrada. Su vida doble, antes un desafío emocionante, se volvía cada vez más peligrosa.

Los Ferraioli, ahora desconfiados hasta la médula, intensificaban su vigilancia sobre todos los que los rodeaban. Las miradas de sospecha se posaban en empleados, socios y, por supuesto, en aquellos que habían sido recientemente incorporados a su círculo de confianza, como Tamara. Las cámaras de seguridad parecían tener un ojo extra, las conversaciones se volvían más cautelosas, y los interrogatorios velados eran moneda corriente.

Un día, mientras Tamara se encontraba en la oficina de Rodrigo, intentando acceder a unos archivos cruciales para la siguiente fase del plan, escuchó pasos acercándose. Era Don Daniel Ferraioli, el patriarca, con una expresión de desconfianza acentuada por la vejez y el estrés. El corazón de Tamara dio un vuelco. Apenas tuvo tiempo de cerrar la ventana de la computadora y simular que organizaba unos documentos.

—Tamara —dijo Daniel, su voz ronca y llena de una autoridad que, a pesar de su edad, seguía intimidando—. Te veo muy concentrada. ¿Algún problema con los nuevos informes?

Sus ojos, pequeños y penetrantes, la escrutaban con una intensidad incómoda, intentando leer más allá de su expresión impasible.

Tamara, con el pulso acelerado, mantuvo la calma.

—No, señor Ferraioli. Solo estaba revisando unos datos sobre la caída en las acciones. Es preocupante, la verdad.

—Demasiado preocupante —respondió Don Daniel, dando un paso más cerca. Su aliento, con olor a coñac y frustración, era casi palpable—. Hay topos. Lo sé. Gente de confianza que nos está traicionando. Y tú, Tamara, eres nueva. Demasiado... eficiente. Demasiado bien informada. —Su mirada se endureció—. No querrás que nadie piense que eres uno de ellos, ¿verdad? Te aconsejo que tengas mucho cuidado con lo que haces y con quién te juntas. Los tiempos son difíciles. Y los traidores pagan un precio muy alto.

La situación la había llevado al borde del descubrimiento. Tamara sintió la tensión como una cuerda que se apretaba alrededor de su cuello. Había logrado disimular, pero la advertencia había sido clara, y el riesgo, inminente. La desconfianza de los Ferraioli, exacerbada por la desesperación, se había convertido en una amenaza real.

Mientras tanto, en la oficina de la Empresa García, Lluvia se paseaba de un lado a otro, su rostro surcado por una fatiga que no podía ocultar. Había notado la creciente presión en Tamara, la tensión en su voz durante sus llamadas secretas, los sutiles cambios en su comportamiento. La venganza la estaba consumiendo, pero también la preocupaba la seguridad de quienes la ayudaban.

—Tamara está en peligro, Emiliano —dijo Lluvia, su voz grave—. Daniel la está vigilando de cerca. Ya no es seguro para ella seguir así. Necesitamos sacarla antes de que sea demasiado tarde.

Emiliano, sentado en su escritorio, tamborileaba los dedos sobre la superficie de cristal.

—Lo sé. Es un riesgo calculado, pero no podemos permitir que la descubran. Es nuestra principal fuente de información interna. Y su credibilidad es crucial para el golpe final. —Sus ojos, fríos y calculadores, analizaban las opciones—. Tenemos que ingeniar formas de protegerla. Una distracción. Algo que desvíe la atención de los Ferraioli. Quizás una nueva filtración que los haga mirar en otra dirección.

Lluvia asintió, su mente ya trabajando en posibles soluciones. La red de engaños que habían tejido se volvía cada vez más compleja, y ella se sentía cada vez más atrapada en sus propios hilos. La fatiga crónica y la dificultad para conciliar el sueño se acentuaban, su cuerpo y mente desgastados por la constante tensión y el peso de su venganza. Se veía en el espejo, y la imagen le devolvía un rostro pálido, con ojos hundidos, casi ajenos a la Lluvia que recordaba. La venganza no solo destruía a sus enemigos, sino que también la carcomía a ella, una espiral descendente de la que no sabía si podría salir.

En la fría quietud de su penthouse, el anciano titiritero se encontraba frente a Ciro. La luz tenue que entraba por el ventanal de techo a suelo proyectaba sus siluetas en la pared, alargadas y enigmáticas. Había una tensión palpable en el aire, una expectación silenciosa que precedía a una confesión largamente guardada.

—Has sido leal, Ciro —comenzó el titiritero, su voz más suave de lo habitual, casi melancólica—. Has movido cada hilo con precisión, sin preguntas. Has sido mis ojos y mis manos en este juego de ajedrez. —Se detuvo, su mirada fija en Ciro, una mezcla de afecto y un propósito inquebrantable en sus ojos—. Es hora de que sepas la verdad, no toda, pero una parte fundamental. La razón de este meticuloso plan para destruir a los Ferraioli.

Ciro lo miró con una mezcla de curiosidad y respeto.

—Estoy listo para escuchar, jefe. Siempre lo he estado.

El anciano exhaló lentamente, como si el aire contuviera el peso de años de secretos.

—Mi verdadero nombre es Gabriel Ferraioli. —Una pausa dramática—. Soy el hermano de Don Daniel Ferraioli. Soy parte de esa familia horrible.

Los ojos de Ciro se abrieron ligeramente, una sorpresa contenida en su expresión. Era una revelación impactante. El hombre que había orquestado la caída de una de las familias más poderosas de Buenos Aires era, de hecho, parte de ella, su propia sangre. La ironía era palpable.

—Don Daniel... ¿su hermano? —Ciro preguntó, su voz apenas un susurro.

El titiritero, ahora Gabriel Ferraioli, asintió, su rostro endureciéndose.

—Sí. Mi propio hermano. Y ellos... ellos me robaron. Me traicionaron. Me dejaron por muerto, me quitaron todo lo que tenía. Creí que nunca volvería a levantarme, pero lo hice. Y esta venganza, Ciro, es el pago por cada día de oscuridad que me hicieron vivir. Por cada injusticia. Es la retribución que tanto tiempo esperé. —Su voz se llenó de un resentimiento profundo, de una herida que, a pesar de los años, seguía abierta—. Los detalles de cómo y por qué, los guardo para otro momento. Pero te prometo que serán revelados. Cuando el momento sea oportuno, lo sabrás todo.



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En el texto hay: mafia, venganza, dolor

Editado: 30.05.2025

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