La ciudad de Buenos Aires, ajena a la tormenta que se gestaba en sus entrañas, continuaba su ajetreo diario. Pero en las altas esferas, el nombre Ferraioli se había convertido en un susurro de desdicha, un eco de la ruina inminente. Rodrigo, obsesionado con su investigación, sentía el aliento de la verdad cada vez más cerca, un tigre herido que, en su desesperación, podía volverse más letal. Juan, aún en su silencio, sentía la presión de las verdades acumuladas, la necesidad de actuar, pero la cautela lo mantenía inmóvil. Y la ausencia de Micaela, el nuevo peón en un tablero más grande, añadía una capa de misterio a la creciente paranoia familiar.
En la cúspide de su poder, Lluvia y Emiliano se preparaban para asestar el golpe más estratégico y devastador contra los Ferraioli. La información crítica obtenida por Tamara, con un riesgo cada vez mayor para su vida, había sido el arma definitiva. Sentados en la oficina de Emiliano, los últimos detalles del plan se afinaban con una precisión quirúrgica.
—Las últimas filtraciones ya están en los servidores —anunció Emiliano, su voz un murmullo satisfecho—. Documentos que vinculan directamente a los Ferraioli con redes internacionales de contrabando de bienes culturales y evasión de impuestos a gran escala. Las pruebas son irrefutables. Sus socios en el extranjero están siendo arrestados, sus cuentas bloqueadas en docenas de países. Es una caída masiva. La empresa Ferraioli se tambalea al borde del colapso total.
Lluvia asintió, su rostro pálido y sus ojos hundidos. La victoria era inminente, casi palpable, pero en lugar de euforia, sentía un frío vacío.
—¿Y los testimonios? —preguntó, su voz ronca por el cansancio.
—Los testimonios de las víctimas de sus fraudes pasados, y las grabaciones de sus conversaciones con los cabecillas de las redes de trata, serán liberadas en las próximas horas a los principales noticieros y fiscalías internacionales —continuó Emiliano, implacable—. Su influencia será destruida, su legado manchado para siempre. No habrá dónde esconderse. Ni siquiera el apellido les servirá de escudo.
La magnitud de la aniquilación era abrumadora. Lluvia había deseado esto con cada fibra de su ser, pero ahora, frente a la realidad de la destrucción total, un profundo dilema moral la carcomía. ¿Esto era lo que quería? ¿Esta desolación? Recordaba el rostro de su prima Micaela, la inocencia de Juan, los años que alguna vez había compartido con ellos antes de la traición. La venganza, que había sido su motor, ahora se sentía como una carga insoportable. El peso de sus acciones y el vacío que sentía eran mucho mayores de lo que había anticipado.
Mientras Emiliano hablaba, Lluvia sintió una nueva oleada de mareos y náuseas. No eran como las anteriores, difusas y atribuibles al estrés. Esta vez, fue una punzada aguda, una sensación de inestabilidad que la obligó a aferrarse al borde del escritorio. El estómago se le revolvió violentamente, y el aire en la oficina le pareció denso, irrespirable.
—¿Amor? ¿Estás bien? —preguntó Emiliano, su tono perdiendo un poco de su frialdad habitual al notar el cambio en su expresión.
Lluvia se recompuso, intentando disimular el malestar.
—Sí, sí. Solo... el estrés. Es mucho.
Pero su cuerpo le enviaba señales confusas de un cambio inminente, una extraña alteración que no podía ignorar. Una pequeña voz, que intentaba acallar, le susurraba una posibilidad que la aterrorizaba y la llenaba de una confusión abrumadora. La victoria se sentía hueca, y la paz, un espejismo inalcanzable.
Mientras Lluvia lidiaba con el vacío de su venganza, en su departamento, Juan seguía absorto en su investigación, sin decir una palabra. Las piezas que había encontrado sobre la identidad de Lluvia y los fraudes de Emiliano eran explosivas, pero sentía que aún faltaba la pieza maestra, el hilo conductor que unía todo. No podía actuar hasta tener la verdad completa, la que destaparía cada capa de esta intrincada conspiración.
La tenue luz filtrada por el ventanal iluminaba los rostros de Gabriel Ferraioli y Ciro. La atmósfera era densa con las recientes revelaciones. El aire, pesado con secretos, vibraba con una electricidad silenciosa entre ellos.
Los detalles de su traición personal, la razón última de su venganza, seguían siendo un misterio para Ciro.
Gabriel, ahora con un vaso de coñac en la mano, se acercó al ventanal, observando las luces de la ciudad que parpadeaban como pequeños fuegos. Sus ojos, antes llenos de una fría determinación, ahora parecían albergar una sombra de triunfo y una pizca de locura.
—Es hora de que entiendas el alcance total de mi plan, Ciro —comenzó Gabriel, su voz volviéndose más baja, casi un murmullo conspirativo, pero con una resonancia que llenaba la habitación—. No se trata solo de la ruina económica y reputacional de los Ferraioli. Se trata de borrar su existencia de la memoria colectiva. De pulverizar su legado, su apellido, hasta que no quede nada. Que la historia los recuerde como lo que realmente fueron: una familia podrida, construida sobre el engaño y la crueldad.
Ciro escuchaba en silencio, la frialdad de las palabras de Gabriel le helaba la sangre. No era una simple venganza; era una cruzada, una obra de aniquilación total.
—Cada paso, cada filtración, cada humillación pública ha sido calculada para este fin —continuó Gabriel, un brillo maníaco en sus ojos—. La inestabilidad de Rodrigo, la desconfianza de Juan, la infiltración de Micaela... todo forma parte de un diseño maestro. Incluso el dolor de Lluvia, su sed de venganza, ha sido un instrumento invaluable, un ariete que ha derribado los muros de la fortaleza Ferraioli.
Gabriel tomó un sorbo de su coñac, su mirada perdida en la distancia, como si viera el futuro desplegarse ante él.
—Pero la destrucción de su legado no es solo un fin, Ciro. Es el cimiento de algo nuevo. Cuando el nombre Ferraioli sea sinónimo de podredumbre, será el momento de que mi verdadero propósito salga a la luz. De que el mundo conozca la verdad sobre su caída. Y sobre quién soy yo, el verdadero arquitecto de su destino. No solo voy a destruir; voy a reconstruir. Sobre las cenizas de su imperio, levantaré uno propio, más grande, más poderoso, basado en una fachada de rectitud intachable. Absorberé sus negocios, sus contactos, sus clientes, y los haré míos, pero bajo un nuevo estandarte, libre de la corrupción que ellos engendraron. Y el mundo me verá como el salvador, el que purificó la industria de su mal. El Fénix que renace de las cenizas de los Ferraioli.