Una semana de caos se había cernido sobre Buenos Aires. La verdad que Juan había desvelado en su último aliento, confirmando la identidad de Lluvia como Camille y exponiendo la podredumbre de los Ferraioli, había explotado en la prensa como una bomba atómica. Los titulares eran incendiarios, las investigaciones legales se multiplicaban, y el otrora intocable imperio Ferraioli se desmoronaba a la vista de todos. El cuerpo de Juan había sido hallado, su muerte atribuida a una "trifulca" que la policía investigaba, aunque la verdad susurraba en los pasillos de la justicia. Rodrigo, desaparecido de la escena pública, era ahora un fantasma, un alma en pena consumida por la locura y la desesperación, cazado por sus propios demonios. Tamara, resguardada en un piso franco, era una fuente de información inestimable, pero también un blanco, una prisionera de su propia lealtad.
Lluvia, convaleciente de la balacera en su departamento, se recuperaba lentamente, pero el peso de sus acciones y las inexplicables señales de su cuerpo la consumían. Sus mareos y náuseas se habían acentuado, volviéndose una constante, pero ella, obstinada, los atribuía al estrés post-traumático de la violencia vivida. Su mente, aún enfocada en el colapso final de los Ferraioli, se resistía a considerar cualquier otra explicación.
El milagro ocurrió un día. Emiliano apareció. Demacrado, con el rostro magullado y una cicatriz en la sien, pero vivo. Había logrado escapar de sus captores, sus años de experiencia en el mundo de las sombras sirviéndole de escudo. Su reaparición infundió un nuevo, aunque frágil, sentido de esperanza en Lluvia. Había una nueva guerra por ganar, y esta vez, sería personal.
Sin embargo, durante la brutal contraofensiva de los Ferraioli, se habían revelado secretos adicionales, oscuros y perturbadores, sobre la mafia y las intrincadas conexiones entre las familias de poder en Buenos Aires. Documentos filtrados de los archivos de Emiliano, y otros recuperados por Tamara de los antiguos contactos de Don Armando, revelaban una red mucho más profunda y antigua de lo que Lluvia y Emiliano creían. No solo los Ferraioli estaban involucrados en el crimen organizado; sus raíces se extendían a otras familias "respetables", tejiendo una telaraña de complicidad que abarcaba décadas. Se vislumbraban tratos con clanes italianos y rusos, pactos de sangre que garantizaban silencio y protección.
Un giro inesperado, un pequeño detalle en esos documentos, sembró la duda sobre la información que Lluvia y Emiliano creían tener sobre la pureza de la venganza de Camille. Una figura en particular, un nombre que aparecía recurrentemente en los márgenes, sugería que la historia de la traición de Camille podría ser más compleja de lo que creían. ¿Y si los Ferraioli no eran los únicos culpables de su pasado? ¿Y si la verdad que perseguía a sus enemigos tenía otras aristas, otras manos involucradas en su dolor? La percepción de sus enemigos se complicó, el odio puro que sentía por los Ferraioli comenzó a mezclarse con una inquietante incertidumbre. Su misión, que creía tan clara, se tiñó de matices grises.
—¿Quién es? —le preguntó ella con una mirada triste y desolada.
Emiliano, preso del amor que le sentía, sonrió y negó con la cabeza.
—Otro de ellos...
Una tarde, mientras el sol se ponía tiñendo el cielo de naranjas y violetas, Lluvia y Emiliano se encontraban en un parque apartado, buscando un respiro del caos. Las heridas de Lluvia sanaban lentamente, pero el vacío en su interior persistía. Emiliano, observándola con una ternura que rara vez mostraba, tomó sus manos.
—Hemos llegado tan lejos, Lluvia —dijo, su voz grave y cargada de emoción—. Hemos vencido. Los Ferraioli están destruidos. Sé que esto no te devolverá lo que perdiste, pero al menos, hemos logrado justicia. —Se arrodilló ante ella, sacando una pequeña caja de terciopelo negro de su bolsillo—. Y ahora que todo esto termina, quiero empezar algo nuevo contigo. Algo puro. Lluvia García, ¿te casarías conmigo?
El corazón de Lluvia dio un vuelco. Las palabras de Emiliano resonaron en el aire, una promesa de futuro, de paz. Una parte de ella anhelaba esa tranquilidad, ese nuevo comienzo. Estaba a punto de aceptar, las palabras ya en sus labios, cuando un sonido agudo y sordo rompió la quietud del parque.
Un disparo.
El impacto fue seco. Lluvia sintió un ardor intenso en su frente, una ráfaga de aire caliente, y luego la sangre cálida comenzó a escurrirse por su rostro. Cayó al suelo, el mundo girando a su alrededor, el rostro de Emiliano contorsionado en horror.
Una figura emergió de la oscuridad de los árboles, como un espectro. Era Rodrigo. Sus ojos, hundidos y desquiciados, la miraban con una mezcla de locura y un odio profundo. La pistola humeante en su mano temblaba.
—¡Camille! ¡Sabía que eras tú! ¡Y me las pagarás todas! —gritó, su voz desgarrada por la desesperación.
Emiliano reaccionó de inmediato, cubriendo a Lluvia con su propio cuerpo mientras gritaba pidiendo ayuda. Los sonidos de la sirena de una patrulla cercana, atraída por el disparo, comenzaron a escucharse a lo lejos. Rodrigo, al ver las luces intermitentes, maldijo y se dio a la fuga, desvaneciéndose de nuevo en la oscuridad.
Lluvia, aturdida, sintió las manos de Emiliano sobre ella, su voz llamándola. El dolor en su frente era intenso, pero no insoportable. Había sido solo un roce. Un milímetro más y la historia habría sido otra. La ambulancia llegó rápidamente, y en medio de la confusión, fue llevada de urgencia al hospital. Allí, los médicos la curaron, vendando la herida de su frente. La bala solo le había rozado la piel, dejando una herida superficial, pero el impacto emocional y la revelación del odio implacable de Rodrigo habían dejado una cicatriz más profunda. Lluvia estaba viva, pero el vacío que sentía se había acentuado, y los síntomas de su cuerpo, ahora más evidentes, parecían un presagio inquietante.