Salvatore:
Supe desde el día en que me tropecé con ella, que jamás iba poder arrancarla de mi corazón y de mi alma, a pesar de que dicen que los años son la cura del amor prohibido, todavía sentía el dolor que había dejado impregnado el recuerdo amargo de perderla.
Ese otoño fue maravilloso en las calles de California, descubrir el significado de cada palabra que salía de mi boca y de las miradas que nos lanzábamos con amor… descubrimos lo que era amar sin fronteras.
Cuando su madre me sacó de ese granero, no quería irme porque yo sabía bien que ella, mi pequeña castaña no era feliz ahí, yo era su escape y ella mi fortaleza para salir adelante y aunque ya sabía que mi suerte ya estaba echada, lo de nosotros solo había sido una casualidad que el destino nos había otorgado.
Pero que podía hacer yo, si la vida era así y yo debía de irme, mientras ella pegaba cada pedazo de su roto corazón.
Traté de acercarme a ella, luego del último suceso, pero fue en vano, su madre envío a arrestarme por invasión a propiedad privada, como no encontraron rastros de evidencia que declarara que había estado viviendo en su granero, me dejaron en libertad y me regresaron a Inglaterra, me tocó luchar para ser alguien en la vida y regresar por ella, no quería cerrar esa puerta mágica a la que ella me transportaba…
Hacer el amor con ella fue mágico, nuestra primera vez la compartimos juntos. A pesar de tener algunos años más que ella, nunca había tenido el deseo de estar con una mujer y llegó Amelie… ese nombre que sonaba tan bien en mis labios y que hacía que mi corazón retumbara de alegría y de esperanza.
No podía repetir el error de dejarla en aquellos días que nos amamos como dos locos y creamos un lazo inquebrantable.
«¡Vaya tontería!»
9 años más tarde…
—Buena tarde Doctor Stone, tiene paciente a las 5:00 de la tarde, también una cita con la señora Vania Clinton—dice mi asistente que se encuentra en mi clínica privada.
Me convertí en medico general con especialidad en pediatría.
Inauguré mi propia clínica y soy uno de los mejores pediatras en Inglaterra, Vania Clinton había sido mi ángel de la guarda.
Yo había regresado de Estados Unidos sin nada, así mismo como me fui de aquí; sin embargo, cuando la encontré a ella a punto de lanzarse del Tower bridge, yo le regalé compañía y cariño y ella, ella en agradecimiento pagó mis estudios.
Una señora de 59 años actualmente que, gozaba de buena salud y del dominio de muchas empresas en Londres.
—confirma mi cita con Vania ahora a las 12:00 del medio día y también al paciente de las 5:00, ¿tenemos a alguien más? —pregunto, algo cansado.
—No doctor Stone, solamente esos compromisos tiene hoy. —Mi asistente me teme, aún no se el motivo, pero lo hace divertido.
—Gracias Marian, si alguien más llama, por favor diles que tuve turno en el Portland. —Ella asintió con un “está bien doctor, buen día”.
Ella no había salido de mi mente, decidí estudiar medicina y eso, me había convertido en un médico de prestigio y además, en un pediatra amoroso, adoraba a mis pequeños pacientes y me di cuenta que en mi profesión, había encontrado una salida.
(***)
Con el tiempo vi a Vania como mi madre, siempre almorzábamos juntos desde que ambos nos salvamos, ella de morir en un puente y yo de tristeza, ambos por el mismo sentimiento y distintas razones.
—Necesito que viajemos a California. —soltó ella de repente, mientras mis manos y todo mi cuerpo, se descompusieron.
Sentí el frío recorrer mi cuerpo, el amargo sabor de mi pena, qué nunca me había dado el tiempo de saborear como ahora.
—¿Para qué quieres ir a California? —Pregunto serio.
—Debo cerrar los últimos negocios con Swan, ya sabes, el nuevo inversionista. —dice engulléndose las verduras que venían en su plato.
Perdí el apetito, y es que, no podía volver a California por el simple hecho de recordar… el recuerdo arrastraba el pasado, llegar como un mendigo, con una guitarra y muchos sueños fue algo triste.
Quién había llenado mis días de colores fue ella, esa dulce castaña de orbes marrón que por accidente, me topé con ella y el amor surgió.
Ese amor de otoño que me había dejado roto… marcado.
Suelto un suspiro largo, embebiéndome la copa de vino que me habían servido, veo a Vania, creo que nota mi tristeza.
—Sé que allá dejaste muchas cosas inconclusas, querido. Tienes miedo de volver a revivir ese dolor que te consume por dentro, pero debes continuar; el show debe de continuar. —Se limpia la comisura de los labios con la servilleta, toma la copa de vino llevándosela hacia la boca.
—Ella no ha de recordarme, Amelie ni siquiera me buscó después de eso… yo tampoco insistí. Heme aquí, hablando con mi madre de un fantasma del pasado. —remarco.
Esa había sido la manera más fácil de salir de ese tema.
Definitivamente, no iría a California.
Terminamos de almorzar, ella se fue a casa y yo al trabajo, eso me ayudaba a olvidarme de ella…
Por lo menos parte de la tarde.
Llegaron los pacientes que debía revisar, amo a los niños y eso me hace feliz.
El sueño bohemio de andar con una guitarra en mano, cantando en buses o en parques, había quedado enterrado.
—Doctor Stone, gracias. —Dijo el padre de Benjamín, quien era el paciente que conocía desde su nacimiento.
He asistido muchos partos, siempre soy el pediatra que recibe a niños hermosos, sueño con tener una familia grande y esa, esa es mi motivación a hacer lo que hago.
—No hay de qué, ese es mi deber, Marian le extenderá la cita para el próximo mes. ¡Cuídate Benjamín, espero verte mas grande la próxima vez! — se despiden, dejándome completamente solo.
Mientras tanto, leo las indicaciones de Vania, esta renuente a que yo falte a ese bendito viaje.
Es mi madre y no puedo evadirla… no me queda de otra más que ir y enfrentar el pasado.