Amelie
Hoy era un día especial, me dieron el protagónico de la obra “Sueño de una noche de verano”.
Esta danza y acto, llevaba ya casi 400 años de ser interpretada, yo me siento privilegiada.
Me encontraba ensayando para la gran noche, mi amigo y compañero de danza, tenía el papel principal y juntos, nos completábamos en todas formas.
—Lo estás haciendo excelente, luego de esto ¿tienes planes al salir de aquí? —pregunto Vladimir.
Vladimir es mi compañero, amigo y confidente en casi todo.
Ese moreno azúcar, ojos avellana y cabello castaño, alegraba mis días grises, que eran todo el tiempo.
—Pues sólo debo ir a casa, mi padrastro tiene que recibir en el aeropuerto a una socia que viene de… Inglaterra y necesita ayuda con, ya sabes. Lo de siempre. —tomo mi toalla para secarme el sudor y me quito las zapatillas.
El ensayo terminó, yo debo de estar en casa para ayudar a mi padrastro, un hombre noble que cayó en las garras de la frívola mujer que tengo por madre.
No había entendido bien el porqué mi madre era así… con papá era todo diferente.
Él me enseñó lo que era amar y comprender que todo tenía solución, menos la muerte y que el amor venía en tantas presentaciones; haciéndome sentir protegida de muchas formas y de todas las adversidades.
—¿Quieres que te lleve a casa? — pregunta Vlad, con esa sonrisa que mataría a cualquiera.
Esta ya en su auto. Es un Mclaren color blanco, sofisticado y digno de un niño rico y mimado.
—No gracias, iré caminando a casa… necesito estar sola unos instantes. —Sintiendo el delicioso frío que emerge del tiempo, lista ya para emprender el viaje a casa.
—¿Estás segura? Ya es un poco tarde, anda. Súbete al auto y si quieres no diré absolutamente nada, no haré ruido. —dice insistente, de manera que quiere llevarme a como de lugar.
—Estoy segura, gracias por la oferta. Además, no estoy lejos, prometo que, si me canso, tomare taxi. —el moreno suelta una sonrisa apagada y entiende.
El auto prende y se aleja de mí, sin decir adiós.
Dejándome sola, pongo mis audífonos y emprendo a caminar por todo el paso peatonal, con la canción Chihiro de Billie Eilish, comienzo mi viaje en caminata.
Los recuerdos galopan en mi mente como caballos de carrera, desenfrenando mi llanto amargo que no ha podido mermar desde hace 9 años.
Él fue mi primer amor, el primer hombre de mi vida y… el padre de mi bebé.
La danza había sido mi escape y el escape para todos mis problemas.
A mis veintiséis años, no había vuelto a tener novio, a estar con alguien íntimamente y mucho menos… entregar mi corazón a nadie que no fuera Salvatore.
Nunca me buscó, nunca supe más de él y no sabia que dolía más, si el hecho de que mi madre nos separara o le diera luz verde para irse sin mirar atrás.
Tengo tres amigas, las cuales me adoran y yo a ellas.
Beea, Shay y Nova.
Son la luz en el camino y me han salvado de tres intentos de quitarme del mapa.
La pelirroja Beea siempre estuvo al pie del cañón, era la única que sabía del acto que mi madre me había sometido a practicar, la morena Shay, siempre tan cariñosa y comprensiva, sabía lo que Salvatore había significado en mi vida; Nova, la rubiecilla tonta que de tonta no tenía ni una pestaña. Esa amiga que era extrovertida, diferente y parlanchina, tenía aún fe y esperanza en que Salvatore me buscará, pero, obviamente él ya ni se recordaba de mí y jamás luchó por volver a mí.
No se si estará aún en Estados Unidos o se marcharía a Inglaterra.
Tenía una voz preciosa y sólo de recordarme de sus bellos ojos color azul cielo, su porte de metro ochenta y su tez blanca como la nieve, hacían la combinación perfecta con su cabello azabache.
Aun guardé esperanzas, al sentarme todas las noches en el balcón de mi habitación, contemplando ese relicario que me había regalado, en donde observaba detenidamente sus perfectas facciones y las repasaba una a una para no olvidarme de él.
Una tarde de mayo, recordé en cómo nos habíamos conocido.
Flashback:
Caminaba saliendo de la escuela, a unos metros del parque, estaba tan concentrada en leer mi libreta y sentí un golpe de pronto.
—¡Oye tú, fíjate por donde vas! —grite molesta, cuando me vi de bruces al suelo.
—Pe… perdón, no… no te vi—Dijo con voz nerviosa.
Cuando mire hacia arriba, ese ángel había extendido su mano libre para ayudar a levantarme. Sin dudar, la tomé y me puse de pie, me alisé la falda que llevaba y lo contemplé, su acento extraño era lo que me dio risa y reí sin parar, como una loca.
Él llevaba consigo una guitarra y se presentó ante mi, haciendo una reverencia y quitándose el sobrero de copa que llevaba.
—Salvatore Stone, un placer—Dijo, clavando su miraba en mis ojos.
Desde ese día, lo visitaba en el parque, le incentivaba a que en sus bellas canciones encontrara forma de vivir y coreando también, solo algunas veces, las canciones que me dedicaba. A los ocho días, me propuso que fuéramos novios, un amor de otoño que nos sepultó en la inmensa depresión.
O al menos, para mí, fue así.
Hicimos el amor, entregándonos por completo, sus besos torpes y a la vez expertos, llenaron mi piel de sensaciones nuevas e indescriptibles. Ese granero que vio como nos envolvíamos en la lujuria y pasión, pero el amor que con cada estocada me hacía sentir, era maravilloso.
—Siempre serás mía, solo mía Amelie. —decía en un jadeo, lleno de éxtasis y gruñendo de placer, cada que su palpitante miembro se adentraba a mi húmeda estrechez.
Las noches eran largas cuando lo invite a vivir en el granero. Todas las noches de viernes, mi madre solía emborracharse y dormirse en el sofá y no prestarme atención.
Esas noches de viernes, hacíamos el amor como dos seres salvajes, duro y a la vez tierno… así solía ser ese otoño, el viento soplaba y nosotros hacíamos el ambiente cálido.