Salvatore:
Despierto en una camilla de hospital, sintiendo dolor en todo el cuerpo, recordé que había ido a buscar a Amelie y que había entrado a su habitación en ese hotel a mediaciones del bosque pero, de nuevo caigo en cuenta que había sido producto de mis alucinaciones por el accidente.
Llevo internado aquí tres días en los cuales, Vania no se ha despegado de mí un solo instante y que su negocio con Jacob está tambaleándose, ella me dice que no es por lo que ha pasado con Amelie; más sin embargo yo sé que ella toma muy a pecho lo que me ha sucedido durante años. La amargura que llevo gracias a la separación de la que pudo ser el amor de mi vida, y el más puro.
Trato de tomar agua pero, me han negado cualquier líquido, deben pasar unas 2 horas más para ver que no vomite el suero intravenoso con medicamento para el dolor y descartar alguna contusión cerebro vascular debido al choque.
—Quiero saber, ¿Qué fue lo que pasó, Salvatore? En las cámaras de la carretera se ve que ibas hecho una furia detrás de un auto color rojo, supongo que allí iba Amelie, ¿cierto? —pregunta Vania con lágrimas en los ojos y con voz temblorosa.
No quiero que Amelie se vea involucrada en esto, este estado en el que estoy es totalmente mi responsabilidad. No quiero tampoco decirle que han sido mis celos estúpidos los que provocaron este desastre.
—Mamá, no es así. Amelie no tiene la culpa de lo que me ha pasado, ella solo está dolida, y, en cierta parte es comprensible. Inconscientemente le cause mucho daño con mi partida, aunque cada carta que le escribí y envíe mes a mes durante dos años… nunca fueron respondidas. —digo con tono amargo y dolido. No me duele tanto el cuerpo, me duele el corazón y el alma.
Ella solo me ve, posa la palma de su suave mano en mi rostro, tratando de no lastimarme y me ve con sus ojos vidriosos.
No tuve una madre, la mía murió aparentemente, el único recuerdo que tenía era ese relicario que le obsequié a Amelie hace tantos años.
—No llores madre, todo estará bien —le regalo una sonrisa cálida y ella la corresponde.
—De hecho… ella se entero del accidente y… estos tres días ha estado viniendo a visitarte y esperando a que despiertes. —dice nerviosa.
Veo con incredulidad a Vania, no puedo creer que ella esté aquí, ¿quién le diría que estoy aquí postrado en una camilla de hospital?
—No, no puede verme así. —le digo nervioso y un tanto alterado y torpe.
—Ella insiste en verte en cuanto despiertes y es ahora o nunca, Salvatore. Ambos deben enfrentar sus miedos y su pasado.
Ella se marcha de la habitación, haciendo a que la dama de cabellos castaños entre como si nada, jugueteando con sus dedos al son de su conteo mental del 1 al 10.
La conozco tanto que sé, está nerviosa y eso hace a que una sonrisa se me dibuje en el rostro. Correspondido ante el gesto, el destino hace su parte, juntándonos de nuevo. Esto parece que nos hará llegar hasta el punto en el que queremos…
—Lamento que estés en esta situación… creo que es por mi culpa, aunque también no entiendo porque tenías que seguirme hasta el hotel. —dice en un tono dulce aunque amargo y triste.
Solo con un par de besos, ella podría curarme de este estado, no sé como puedo pedirle disculpas por haberla dejado hace 9 años… me pesan en el alma.
—Calma… tú no tienes culpa de nada, solamente de provocar estragos en mi, hacer a que mi corazón te siga anhelando así como lo hacía ese otoño en el que nos conocimos… no he dejado de amarte, Amelie. —pongo cuidadosamente una de las manos que tengo menos lastimada, acaricio su rostro, sentir su piel tersa me mata.
Recordar el sabor de sus besos, querer sentir sus labios carmesí en mi piel, creando fuegos artificiales en mi ser… ¡Dios!
—No puedo creer que aún sientas algo por mí, no lo entiendo… no entiendo nada Salvatore. Nunca luchaste por volver. —me dice con su voz quebrada.
Suelto un suspiro y, como puedo me acerco a su rostro, acomodando los codos a las orillas de la camilla. Ella me ve incrédula, con miedo y mil demonios… los sé distinguir porque yo mismo los poseo.
—Quédate conmigo hasta que mejore, sin ti no se quien soy y… ahora que te veo confirmo que soy todo contigo. —ella suelta un suspiro entre cortado, su hálito golpea mi rostro sutilmente, la veo a los ojos, esos ojos que siempre me mantuvieron hipnotizado…
—Sólo bésame, por favor—sus deseos son órdenes.
Plasmo mis labios en un beso de pico contra los suyos, ella toma la iniciativa y, devora mi boca en un vaivén de emociones.
Cartas viejas, cartas que no sé si llegarían hasta ella. Canciones que le dediqué en más de una ocasión y el recuerdo de nuestro encuentro de amor, ese momento en el que nos entregamos en cuerpo y alma…
Con mis ojos cerrados me transporto al pasado, hace nueve años su amor era lumbre, las distancias habían sido burladas y llegó ese fatídico día que destruyó nuestro camino, no nuestro amor. Nunca la iba a olvidar aunque haya o no dicho adiós, una fuerza extraña se apoderó de mí ser, en ese beso que está lleno de amor y estuvo a punto de cambiar la historia… su mundo sería de nuevo el mío.
Nos separamos poco a poco, luego de ese beso avasallante y sentir lo que nunca jamás había sentido, quise amarla nuevamente, esta vez nada ni nadie iba a poder separarnos.
—¿Por qué no luchaste por mí? —preguntó con lágrimas en su mejilla.
Me distorsioné en un momento, me sentía confundido ante tal pregunta.
—No luché por ti, por el simple hecho que yo no decidí irme… hay muchas cosas que debemos aclarar, Amelie. Yo no hui, yo no quise irme de tu lado, y, quise hacer una vida contigo. A veces creo que el destino no nos quería juntos, tal vez si la ciencia pudiera hacer una máquina del tiempo, pediría una cita para que entendieras lo que pasé— exclamé también al borde del llanto.
La mayoría de hombres no lloran por pena, pero en mi caso, ya no podía ser fuerte. Habían hecho trizas mi corazón y tampoco quería ser insensible con la chica que me lo robó por completo… pero ahora, ahora todo vuelve a su lugar.