Salvatore:
Estoy y me siento feliz, me siento tranquilo, correspondido. Como si de un gran peso se me haya quitado de encima, no es la culpa, es el dolor.
¿Dolor? Sí.
Los años dolían, esos años en los que siempre viví con la zozobra de lo que pasaría con Amelie. Hoy la vería de nuevo, llevábamos ya dos semanas de vernos luego del accidente.
Salíamos solamente al porche de la casa y veíamos el atardecer, cenaba en casa y Vania estaba feliz por mí.
Cerraron el contrato con Jacob, así que vendríamos de visita a California cada cierto tiempo, pero yo, no quería alejarme de Amelie, no más.
Hoy tengo una propuesta para ella y, aunque adoro a mis pacientes yo… yo dejaría a alguien más para que los cuide por un tiempo.
Amelie era y es el amor de mi vida.
—¿Cómo te has sentido del brazo? —acota Joseph, el galeno que me está quitando el yeso del brazo izquierdo.
—Me siento mejor, de hecho, quiero preguntar si ya puedo ejercer cualquier tipo de fuerza, no toda claro pero… tu entiendes... —acote con un poco de vergüenza.
Él solamente se ríe, sabe de lo que le estoy hablando y mueve la cabeza para ambos lados.
—Tendrás una cita con la castaña que vino a visitarte esos días terribles, ¿no?
—De hecho, hoy quiero pedirle matrimonio sabes, ella es la única mujer a la que he amado durante nueve años.—expreso.
El compañero solamente asiente y termina por fin de quitarme el yeso, tengo que tomar terapia para la rehabilitación del mismo.
—Puedes bailar, menos recargar peso en ese brazo, tu sabes.
—Claro doctor, gracias por todo.
Me despido, retirándome del hospital y voy directo a una tienda en donde venden todo tipo de arreglos para novios. Compro unos chocolates, pido el arreglo más grande y pido también que lo envíen al lugar a donde saldremos esta noche.
Así que le pido ayuda a mi madre, ella luce muy entusiasmada de lo que está por pasar y yo, yo me siento alagado por hacer a que ambas mujeres estén bien.
Cuando el corazón manda, la razón no tiene voz ni voto y; quitándome la misma, decidí ir a comprarle un anillo de compromiso.
Si me acepta será genial y convencerla de mudarnos a Inglaterra, en donde yo, ya tengo media vida, una carrera y sobre todo, cuidar a Vania hasta el final de sus días.
—Este anillo es perfecto... —Dije sin tregua y sin creer que la vida me estaba dando apoyo para realizar y materializar los anhelos de mi sufrido corazón.
Un diamante bello, color café claro, así como sus orbes castañas, un aro de oro de unos cuantos quilates, era los que adornarían el dedo de la mano de mi pequeña.
Una noche magistral es lo que nos espera.
(***)
—Te ves preciosa. —exclamo, viendo a esa preciosa mujer que tiene el cuerpo enfundado en un bello vestido color salmón, melena suelta con pequeñas ondas y tacones de aguja.
Ella sonríe nerviosa y agradece por el cumplido, sentándose en la mesa que he reservado para los dos.
—Estás muy guapo hoy, me encanta verte sonreír y mejor. —dice sonriendo, tomando mi mano y entrelazando sus dedos con los míos, sintiendo esa seguridad que necesito para expresarle cuanto le amo.
—Amelie, yo… yo no puedo aguantar hasta que venga la cena, menos el postre ni el champán, así que… bueno yo eh…—estoy nervioso, maldita sea.
Ella sonríe y acerca su rostro al mío, plasmando sus labios color carmesí en mi mejilla.
—Dime lo que tengas que decir Salvatore, no te hagas más enredos.
—¿Quieres casarte conmigo? ¿Y si lo intentamos una vez más? Te amo demasiado, no he dejado de hacerlo durante estos años y quiero ya tenerte conmigo, que seas mi esposa, la dueña de mi vida y reafirmarle a mi corazón que siempre haz sido tú —exclamo sin tapujos. Sudando frío de los nervios y la emoción.
Estoy preparado para todo, menos para un no y, en eso he fracasado.
Ella sonríe y una lágrima rebelde se escapa y rueda por su mejilla, inmediatamente mi mano acuna su rostro perfecto.
—¡Claro que sí! Quiero envejecer contigo hasta la eternidad, te amo Salvatore.
Sellamos nuestro compromiso con un beso apasionado, incitándome a poseerla inmediatamente, pero eso, eso debía esperar.
—Te amo —dije entre sus labios sabor a miel.
—También te amo, pero necesito contarte esto antes de iniciar con esto… es algo que no me ha dejado vivir por mucho tiempo —exclama nerviosa y comienza a llorar.
La abrazo para que sienta el apoyo, que sepa que yo estoy con ella y que puede confiar en mí.
—Dime amor… ¿Qué pasa?— preguntó con emociones revueltas.
Ella me toma de la mano y me besa, un beso corto que apacigua mis ansias más oscuras.
—Este no es el lugar pero… no puedo más. Si después de esto, tú no me perdonas, no sé que haré de mi vida—exclama.
—Puedes decirme lo que sea, ahora somos los dos contra todo y todo lo que pudo haber en un pasado, queda ahí, en el pasado.
—cuando te fuiste de ese granero, quedé mal, quedé triste… pero una noticia vino a arreglar ese lapso lleno de dolor… estuve esperando un hijo tuyo. Un hijo de ambos; el fruto de nuestro amor—.
Inmediatamente palidecí, me nublo, quiero saltar de emoción y conocer a mi hijo… un hijo con la mujer que amo, que me marco para toda la vida.
Trago saliva, suspiro hondo y hablo.
—¿dónde está nuestro hijo? Quiero conocerlo ya. —declaro, poniéndome de pie y queriendo salir a donde sea mi hijo o hija se encuentre.
Inmediatamente Amelie se puso de pie y me abrazo, fue hasta entonces que supe que algo estaba mal aquí, con ella y con mis ilusiones.
—No está aquí, yo… yo no pude evitar lo que pasó… mi madre es un monstruo… perdóname Salvatore, perdón—dice llorando amargamente en silencio, el peor silencio que he vivido en mi vida.
La abrazo fuertemente por un largo lapso de tiempo y le doy un beso, quiero desaparecer, quiero gritar, pero ella es en primer plano y ahora quiero que sienta mi apoyo, que estoy aquí y que nadie más le hará daño. Sé más o menos por donde va esto y me duele, duele horrible.