Amelie:
Nos quedamos abrazados por un lapso de tiempo que fue inquebrantable, tengo demasiado que sacar, y las lágrimas queman, más no cesan.
Es increíble que él esté aquí, luego de confesarle la atrocidad que mi madre había hecho con lo que quedaba de nuestro amor.
16 años no eran buenos para ser madre, pero creo que hubiese hecho hasta lo imposible y lo impensable para que ese bebé estuviera bien. Me siento culpable, llena de rencor y dolor. Ahora es el tiempo de sanar muchas cosas y, confesarle a ese hombre de corazón noble, todo lo que ha pasado en su ausencia.
—Esto no cambiará nada Amelie, te amo y obviamente es doloroso lo que me dices… un hijo nuestro… ¡joder! Era nuestro hijo. —dice con demasiado dolor.
Es evidente la situación en el restaurante, así que plasmo un beso delicado en sus labios; un beso sanador y el mismo que necesite años atrás para sentirme segura. Acuno su rostro en mis manos y repaso con la mirada toda su fisonomía.
—Amor… este lugar no es el indicado, debemos irnos—espetó con vergüenza y decaimiento.
Él me ve con sus ojos vidriosos y hace lo impensable; de rodillas al suelo toma mi mano, abre la cajita aterciopelada con ese bello diamante color ámbar, es hermoso cada detalle del anillo, me deja sin palabras.
—Te amo tanto, tanto que me siento tonto, no podría vivir sin ti, ahora con esto que acabas de decirme, tampoco puedo pensar una vida sin ti. Cásate conmigo Amelie Clark, regrésame la parte del otoño maravilloso que vivimos hace 9 años atrás… no imaginas cuanto siento por ti, han pasado noches, días e incluso años en los que no te he dejado de pensar y anhelar. —Acota con amor y entre suspiros largos.
Obviamente lloro muchísimo, es el hombre de mi vida, hecho a mi medida, para mí y solo para mí.
—Te amo Salvatore Stone, y sí, si quiero ser tu esposa y compartir contigo toda la vida. —digo entre lágrimas, no sé que sensación describir, ya que siento mil revoluciones por minuto.
Le ayudo a ponerse de pie, veo mi mano y ese perfecto anillo, es la alianza que debo proteger con fiereza, defenderé al hombre que amo de todo y contra todos, quiero y deseo compartir el resto de mis días con él.
—¡Me encanta! Es, es el anillo más bello que hay en el mundo, vámonos de aquí ahora mismo. —digo ansiosa.
Él me abraza y planta un beso gigante, salvaje y necesitando más, ya es el tiempo que necesitamos.
La gente del restaurante nos aplaude, levantan sus copas a nuestra salud e inmediatamente llega un mesero, quien le pregunta a mí prometido; «Prometido», ¡Dios!, que sí comeremos aquí, mientras que él, amablemente le pide que envíen las cosas a la casa, ya que iremos a celebrar en un lugar más privado.
Inmediatamente el mesero se pone rojo, me provoca risa, pero es cierto, lo extrañaba a rabiar, cuando me llegaban aventuras, jamás las tomé para no herir los recuerdos que se anidan en cada célula de mi anatomía.
Me toma de la mano y vamos directo a su auto, una Mercedes GLS en color blanco, definitivamente tenía estilo el inglés…
Nadie nos podría parar, esto que estamos viviendo es lo que necesito para salir de esta atmósfera pesada, irnos a vivir a otro planeta.
—Puedes pedirme lo que necesites, si quieres también podemos ir a la playa en marte... A donde sea Amelie. —dice Salvatore riendo, no suelta mi mano ni un solo instante.
—Estas haciendo mucho esfuerzo en ese brazo, no puedes sobrecargarlo... —le digo preocupada viéndole a los ojos.
Que ese hombre es todo terreno, no olvida como se ganaba la vida aquí, menos se iba a asustar por un brazo casi roto.
—No pasa nada, pero si quieres que pase, debemos aparcar en algún lugar. —Dice nervioso, ansioso, demandante.
Solo río y dejo que me lleve a donde sea, pero siempre juntos.
Llegamos a una estancia muy bonita a las afueras casi de California, el ambiente se ve acogedor, la cabaña que esta con luz, esa era la cabaña que nos acompañaría a esa esperada velada. Entramos y el aparca la camioneta frente a la cabaña, sale primero y luego va a recibirme como todo un caballero, escoltándome hasta la puerta del lugar, abriéndola para mí.
Chocolates, champaña, pétalos de rosa y exquisitos olores a dulce, es lo que adornan a esa cabaña que será testigo de una noche especial, sin duda es el bálsamo que necesitamos, esa anestesia que nos ayudará a sopesar muchos dolores.
—¡Sorpresa, mi amor! —Dice él, acercándose a mi como un depredador.
Obviamente ya no sería aquel chico inexperto que, de igual manera, me hacía vibrar de placer, de amor y pasión… él ha cambiado, y estoy ansiosa de conocerlo nuevamente.
Mi respiración se entrecorta, inmediatamente apoyo mis manos en su pecho, palpando sus pectorales, su abdomen firme y bien trabajado.
«¿Cómo le hacía para tener ese cuerpo de Dios griego?»
Empieza a besarme con delicadeza, mientras el animal que yo llevo muy, pero muy enterrado, está saliendo a flote… cada caricia, cada beso suyo, son sin duda el elixir del mundo, de mi mundo.
Comienza a desvestirme, mientras yo me dejo hacer todo lo que él quiera hacer conmigo… es un momento que anhele por muchos años, el revivir esas noches de viernes en otoño, sentir su piel contra la mía, caliente y deseosa de poseer.
—He anhelado este momento como no imaginas, amor... —exclamo entre jadeos.
Sus manos empezaron a palpar mi cuerpo, el que ya estaba completamente desnudo, es tanta mi ansiedad y mi deseo de estar con él, que no siquiera sentir el frío recorrer mi cuerpo, mientras que el esta ya solamente en pantalón.
Bajo la bragueta del mismo, y bajándolo hasta sus pantorrillas, contemplo ese armamento que se carga, bajo su bóxer y su miembro gotea de placer, erecto y firme para mí y por mí. La boca se me inunda de agua de solo verlo y entre gemidos involuntarios, subo hasta su boca y comienzo a besarle, sintiendo como su miembro punteaba en mi abdomen, caliente y mojado… mientras que yo ya era una fuente de agua tibia.