Narrador omnisciente:
La feliz pareja bebió y se divirtió con sus amistades, dejando en claro que su amor podría sobrepasar todos los límites y obstáculos que habían tenido en un pasado e incluso en el presente.
Mientras ellos se divertían, Margaret de Clark ya estaba maquinando su plan maestro, en cómo hacer infeliz a ese inglés al que ella llamaba “Zaparrastroso” con ese mismo desdén.
El padre de Vladimir había visto ya la noticia del compromiso de la que sería su nuera y con otro hombre que no era su hijo. Inmediatamente llamó a Margaret y quedaron en verse, obviamente está mujer perversa, como ya tenía maña, le puso a su esposo en la bebida, unas pastillas para dormir y así ella aprovechar a hacer sus fechorías.
—¿por qué haces esto, Margaret?—dijo Jacob, quien sabía lo que su esposa hacía para hacer miserable la vida de su hija.
Porque ella no pensaba solo en hacer miserable la vida de Stone, sino también la de su única hija.
—¡Cállate y duérmete! No tengo tiempo de hablar contigo—Dijo, tomando un bolso de su perchero y colocándose el labial que tanto le gustaba usar.
Jacob se recostó en la cama y se quedo profundo, sin duda él se sentía asustado de ver cuanta maldad había en aquella mujer con la que decidió compartir su vida.
Margaret salió decidida de casa, tomó el auto y se marchó a donde estaba ese hombre que también velaba por su familia, solo que él estaba interesado en lo poco que había quedado del padre de Amelie en los negocios.
Después de un largo tramo por la carretera, al fin hubo parada en el destino, bajo del auto aquella calculadora y fría mujer, se adentró a la cabaña en la que estos seres se citaban, y empezó el reclamo.
—¿Qué mierda es esto Margaret? —espeto ese hombre furioso, quien el enojo le sobrepasaba a la cordura.
—Eso tiene arreglo, ya envié al periódico que cambiasen la noticia y que, en vez de ese compromiso, pongan el de nuestros hijos, hoy organice una fiesta en honor al compromiso de mi hija, lo que no saben es con quien. Así que solo dile a Vladimir que se prepare a lo que venga, Amelie se casará con él en dos semanas. —espetó con rabia la mujer mala.
¿Cómo podía habitar tanto mal en una sola persona?
(***)
Salvatore llevo a su prometida a casa, llenándole de besos el rostro y abrazándola, no quería apartarse de su prometida y menos, dejarla en esa casa de buitres que lo único que querían era hacerla infeliz, quebrarla en mil pedazos.
—¿Estás segura que no quieres pasar conmigo la noche?
—Muy segura amor, mañana temprano hablaré con mis padres y me mudarme en cuanto antes contigo, no me imagino una vida sin ti después de esto... —Dijo ella, señalando su enorme y bello anillo.
Ambos se dieron un largo y pasional beso, sucumbiendo a su más oscuro deseo.
Él se fue a su casa, con miedo y una opresión en el pecho, sabía que ese mismo sentir lo había tenido hace nueve años, una fría tarde de otoño en donde fueron robadas sus ilusiones y hasta la posible llegada de su primogénito.
Llegó a su casa, su madre estaba ya dormida, envío el último texto a Amelie, checo sus correos y aplazó más tiempo el viaje a Inglaterra, no quería volver sin su amada. No volvería a separarse de ella una vez más.
“—llegué a casa, duerme bien preciosa, te amo. —”
Ese texto fue el último que iba a enviarle, porque el destino no se las iba a poner fácil, no iba a permitir que dos seres rotos volvieran a repararse de manera absoluta.
Mientras que Amelie tomaba un vaso con agua antes de dormir, su madre entró dejando las llaves en su lugar, dirigiéndose a la cocina y encontrándose a su hija, quien la vio de pies a cabeza e inmediatamente quería irse del mismo cuarto en el que ambas se encontraban.
—Amelie —dijo Margaret, firme y fría, mientras que Amelie le daba la espalda.
La castaña respiro hondo, esperando las palabras de su madre, sabía que dolerían así que firmemente, se giro sobre sus talones y quedó de frente con la mirada de su madre, esperando el guillotinazo.
—Mañana en la noche habrá una celebración en casa en honor a tu compromiso, así que trata de estar feliz y preparada, dile a tu novio que esta invitado, obviamente. Procura verte hermosa, solo una vez en la vida uno se casa con el amor de su vida. —espeto en un tono dócil, era inverosímil creerle a esta mujer.
Amelie se quedó petrificada, asustada y un tanto incrédula, pero está mujer era una manipuladora experta, y sabía que podía hacer todo lo que quisiera a cambio de obtener un poco de compasión con su hija.
—¿Me estás hablando en serio? Me parece algo irrisorio mamá, descansa.
—Pues aunque no lo creas, yo quiero ser participe de tu felicidad. Aunque la felicidad no dura para siempre, pero si eso te hace feliz, hazlo.
—Hablaré con Salvatore, gracias por esto. Mañana preparo mis cosas porque iré a vivir con él, quiero estar con él. Lo amo demasiado, todavía estoy aprendiendo que es ser feliz, solo dame tiempo mamá, por favor... —exclamó la castaña preciosa, sin imaginar lo que viviría a pocas horas.
Le envío el mensaje a su amor, y se durmió con una sonrisa en su rostro.
A la mañana siguiente, Amelie despertó feliz, mientras que varias personas de la servidumbre y flores iban a adornar el patio trasero que era enorme y bellísimo por la flora que había en el. Ella vio todo eso por la ventana y se sentía feliz, correspondida y a su vez entendida.
El celular sonó, ella inmediatamente lo tomó de la mesa ratona y era su prometido, quien de sopetón empezó a tirarle besos.
—Mi hermosa, ¿cómo amaneciste? —preguntó.
—Feliz mi amor, la vida nos está premiando, hablé con mamá y está de acuerdo con nuestro compromiso, aunque se me hace raro ya que ella nos odia... —Dijo, aun con una sonrisa en su rostro de ángel.
—Lo sé, es lo que me preocupa, tengo un presentimiento raro, ¿Amelie. A que horas debo estar ahí? —espeto ese hombre, con miedo y dudas.