Amnesia

1

Leah Hamilton

No fue el cantar de los pájaros, ni animales cazando, tampoco los grillos con su sinfonía nocturna los que provocaron que me despertará de golpe; si me desperté fue gracias al frío. El hielo se coló por mi espalda abrazando cada centímetro de mi cuerpo, congelándome. En el cielo, un millón de estrellas brillaban junto a la Luna llena que estaba escondida entre los árboles, dándole a todo un toque misterioso y aterrador, propio de una película de terror.

Luego de un momento donde me quede mirando las estrellas embobada, intente levantarme, usando mis brazos como ayuda, pero al hacerlo el dolor lleno cada partícula de mi cuerpo, haciéndome volver al hielo de golpe. Intente de nuevo, solo que usando mi otro brazo para soportar todo el peso, termine en una posición sentada incomoda sobre la nieve teñida de rojo a mi alrededor. Al ver la nieve una oleada de pánico, similar a un tsunami en mi interior, se apodero de mi cuerpo junto con un torrente de adrenalina que me hizo olvidar mi brazo adolorido.

Estoy en un bosque. Un bosque cubierto de nieve. A unos metros de distancia esta la deforme silueta de un auto estrellado contra el tronco de un roble, me quedo mirando el auto y un dolor de cabeza impresionante me ataca, llevo mis dedos a mi cien, masajeando para intentar disipar el dolor y cuando los veo de nuevo están cubiertos de sangre.

Aun no sé cómo, pero logre levantarme de la nieve, mis piernas desnudas estaban rasguñadas y tenía sangre seca en ellas, sin embargo podía caminar con ellas, mi brazo era otra historia, tenía que mantenerlo inmóvil y pegado a mi pecho para que las corrientes de dolor se calmaran un poco, me acerque al auto intentando no resbalar con mis propios pies, mis piernas estaban entumecidas, sabrá Dios cuanto tiempo estuve inconsciente. Al acercarme note la ventana rota del asiento trasero, dentro del auto estaba una mujer con el vientre hinchado de embarazada, con la cabeza reposada en la ventana y la bolsa salvavidas en su regazo, su pecho subía y bajaba lentamente, junto a ella, en el asiento del conductor, estaba un hombre con la cabeza contra el volante, tras de él una chica con la cabeza reposando en el asiento del hombre, una de sus manos a su costado y la otra en su regazo, como si hubiera intentado detener el golpe con sus brazos.

Todos respiraban, lento o muy rápido, pero respiraban. Estaban vivos.

Y no podía reconocer a ninguno de ellos.

No puedo recordar ni mi propio nombre.

¿Cómo me llamo? ¿Quiénes son ellos? ¿Porque estoy aquí?

Las preguntas inundaron mi cabeza, haciendo que me mareara. Cada una invocaba a una nueva y más perturbadora pregunta.

Mis pensamientos fueron interrumpidos por el zumbido, junto con una vibración pequeña en los bolsillos de mis pantalones cortos, empecé a buscar rápidamente en mis bolsillos hasta que encontré el teléfono, lo encendí lo más rápido que pude, un mensaje salto a la pantalla en cuanto la toque, lo cerré rápidamente y marque el número de emergencias que por alguna razón, si recordaba.

La mujer de la línea se le notaba bastante el cansancio en su voz, luego cambio a irritación y sorpresa cuando le dije que no sabía dónde estaba. Le dije que estaba en una especie de bosque y que había un auto chocado contra un árbol justo con personas dentro, dijo que la ayuda llegaría enseguida, que no cortara la comunicación y que me quedara aquí.

Pero por más que la intente, no pude. Camine por el bosque, alejándome de la nieve manchada de sangre y el auto estrellado. Esquive árboles hasta que llegue a la calle, a la distancia se podía escuchar las sirenas de las ambulancias, la ayuda si venia en camino.

Dos patrullas de policía cruzaron la esquina iluminando la calle, cubrí mis ojos con mis manos por el exceso de luz y mi pie tropezó con un agujero de la calle. Mientras caía al suelo, un chico salto de una de las patrullas y corrió hasta mí, mi cabeza golpeo el suelo, adormeciendo aun más mi cuerpo. El chico llego a mí y levanto mi cabeza del suelo.

—Leah, todo está bien —dice, mientras acariciaba mi cabello—. Todo está bien ahora...

Lo último que veo, antes de permitir que el dolor apague todo mis sentidos, es el par de ojos magníficamente azules y brillantes de un chico.

No recuerdo nada luego o antes de eso.

 




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