Amnesia

2

Leah Hamilton

—¿No recuerdas nada antes de que despertaras en el bosque? —pregunta la doctora por segunda vez mientras escribe en su libreta.

—Ya se lo dije, no recuerdo nada más —digo, un poco frustrada.

Luego de desmayarme, me llevaron al hospital más cercano y, desde que desperté, no han parado de preguntarme cosas sin parar a las que yo no puedo responder, o me decían la suerte que tengo. «¡Es un milagro!» había exclamado una enfermera al verme despierta antes de correr por el pasillo a buscar a la doctora para empezar con esta ronda de preguntas que, al perecer, aun no acaba.

—¿Recuerdas lo que te dije que era muy importante que no olvidaras sobre ti? —pregunta ella, mirando fijamente mis ojos. Asiento de inmediato—. ¿Podrías decírmelo de nuevo?

Lo había hecho, tres veces. Ella es la doctora, me repetía mi subconsciente cada que me hace repetirlo, solo tienes que obedecer y ella te dejara libre.

—Mi nombre es Leah Hamilton —empiezo, igual que ella me había enseñado horas antes—. Tengo 17 años. Mis padres son Clarissa y Lucian Hamilton, mis hermanos son Clare Hamilton y Abraham Hamilton.

—Bastante bien —me felicita, mientras me da una sonrisa que se me antoja forzada por su trabajo, y vuelve la vista a su libreta donde garabatea un par de cosas mas—. Ahora solo queda esperar los exámenes que te hicimos. Mientras tanto, debes descansar.

La doctora se levanta de la silla, colgando su bolígrafo negro del bolsillo de su bata blanca.

—¿Puedo preguntarle algo? —indago, ella detiene su camino a la puerta y voltea a verme.

—Eso es una pregunta, pero puedes hacerme otra, si gustas —ironiza con una sonrisa en sus labios. No se la devuelvo.

—¿Dónde estoy? —suelto lo que hace rato me atormenta.

—Estas en un hospital. —Su sonrisa se vuelve un poco más irónica.

¡Oh, no me digas! ¿Con ese genio gano su titulo?

—Me refiero a donde estoy, exactamente.

—Estamos en New Adventure, en el Brookwood Medical Center, exactamente.

Sus palabras no tienen ningún sentido para mí, ningún nombre me resulta remotamente familiar. Miro al suelo, como si allí se encontraran las respuestas que necesito en este momento.

—Es mejor que descanses, ha sido un día duro para ti.

Ella sale de la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Recuesto mi espalda de nuevo en la cama, aprieto un botón en un control remoto que me han dejado para controlar la cama y hago que baje hasta que mi cuerpo queda medio acostado. Habían enyesado mi brazo mientras estuve inconsistente, se rompió en el accidente.

Las personas del auto son mi familia... o eran mi familia. He escuchado fragmentos de las conversaciones de las enfermeras y creo que mencionaron que alguien había muerto en el accidente, aunque no estoy segura de que sea el mismo accidente. En una noche puede haber varios accidentes, ¿cierto?

Cierro mis ojos, relajando mi cuerpo lentamente, invitando a los pocos recuerdos que me quedan (sobre todo el del chico de ojos azules, que me intriga a morir) a hacerme compañía por un rato, hasta que el sueño viene a mí y se encarga de llevarse todo el dolor y la confusión consigo.

Isabella Musett

—¿Están seguros de que son ellos? —pregunto al oficial de policía por tercera vez desde que conteste el teléfono.

Sí, señorita Musett —me repite el hombre al otro lado de la línea, como las ultimas tres veces anteriores—. Su hermana está siendo trasladada ahora mismo al Brookwood con el resto de su familia.

—¿Y él bebe? —las preguntas llenan mi cabeza, una tras otra y el terror a su respuesta mi inunda rápidamente—. ¿Leah y Clare? ¿Lucían? ¿Qué sabe de ellos?

La menor de la familia fue quien hizo la llamada, la encontramos en una de las calles cercanas al Brookwood...

—Sí, mi hermana estaba por dar a luz —lo interrumpo—. Sé dónde los encontraron solo necesito saber cómo están —Mi voz se estaba poniendo irritable mientras el pánico crece dentro de mí, como un monstruo.

Los llevaron al hospital, la información que me dieron fue solo de llamarla y decirle a que habían encontrado a su familia y que habían sido trasladados al Brookwood Medical Center.

Cruzo en la esquina, llegaría en unos minutos como mínimo.

¡Idiota, aprende a conducir antes de salir a lo bestia! Maldigo al auto que se acaba de cruzar en mi turno, justo cuando el semáforo cambia a rojo. ¡A la mierda con el semáforo! Piso el acelerador, con fuerza, haciendo chirriar los neumáticos.

—Dígale al estúpido de Foster que estaré en la puerta del Brookwood en dos minutos —le siseo al teléfono—. ¡Y que se atreva siquiera a ponerme una multa por exceso de velocidad!

Apago el teléfono del auto y piso más a fondo el acelerador, tecleo otro número en el teléfono mientras miro con atención la calle. Timbra tres veces antes de contestar.

¿Ya los encontraron? —pregunta la impaciente Ana al otro lado de la línea.

—Sí, los llevaron al Brookwood —digo mientras cruzo en la calle del hospital—. Estoy por llegar allí. No hagas ninguna tontería mientras no estoy.

Como digas, madre —dice, con un deje de sarcasmo en su voz.

—Pórtate bien, Ana. Te llamare en cuanto pueda.

Cuelgo la comunicación y dejo el auto en el estacionamiento del hospital; tomo mi bolso del asiento trasero, desconecto el teléfono del cargador y salgo del auto a la fría noche, el cielo ya esta empezando a cambiar del azul oscuro nocturno a uno un tono oscuro de celeste, señalando el amanecer inminente.




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