Ana Dominé
Luego de subir a la habitación de invitados del segundo piso (la que siempre uso cuando visito la casa de mis tíos), cambiarme de ropa, arreglar mí cabello y en el proceso irritar al castaño por tardar tanto, nos vamos, al fin, al Brookwood Medical Center. Antes de salir envió un mensaje a mi madre avisando que voy para allá y que me espere, aunque no menciono nada sobre mi acompañante.
Genova es un bosque grande, se traga gran parte del norte de la ciudad y nadie sabe dónde termina o comienza. Creo que fue por eso que mi tío construyo la mansión justo en medio de él, no puede tener más privacidad y espacio en cualquier parte de la ciudad, claro que Genova no es completamente de ellos, solo el terreno de la mansión y algunas hectáreas más, el resto es conservado por la ciudad como área protegida.
A pesar de estar en medio de la nada, las carreteras conectan con varias partes, incluyendo un atajo al Brookwood que ahorra unos treinta minutos. Agustín conduce por el atajo hasta que la cinta de policía rodeando la carretera a ambos lados nos detiene, él baja la ventanilla y un oficial se acercó a nosotros trotando.
—¿Por qué está cerrado? —pregunta Agustín, mirando con irritación al oficial.
«Vaya, sí que quiere a mi prima», pienso mirando al oficial con su cara de soy la ley y debes respetarme (esa que siempre me incita a romper todas las reglas que pueda) y luego a él.
—Estamos en medio de una investigación delicada —explica el oficial sin inmutarse por la mirada del castaño—. El paso estará cerrado hasta que terminemos aquí.
—¿Tardara mucho? —pregunto, inclinándome sobre él, y cerrando la boca del castaño que esta a punto de maldecir, en el proceso.
Justo cuando termino de formular mi pregunta una grúa sale del bosque junto a la calle, remolcando los restos de un Toyota Corolla blanco destruido. El auto de mi tío. Agustín parece unir los hilos al mismo tiempo que yo, porque inmediatamente en el que el Corolla es subido a la plataforma de un camión remolcador, él da vuelta el volante y conduce de vuelta a la calle principal de Genova a toda velocidad.
El resto del camino se me antoja largo e incómodo. El castaño no habla luego de ver el auto y yo no pienso interrumpir sus pensamientos acelerados. Cuando estoy a punto de arrojarme por la ventana para romper la incomodidad del auto, Agustín para el auto en el estacionamiento del Brookwood. Salimos del auto y caminamos, o mejor dicho Agustín da sus mejores zancadas y yo corro tras él hasta la entrada principal, empuja la puerta con su espalda e inmediatamente al entrar en olor a alcohol y desinfectantes golpea mi rostro, obligándome hacer una mueca extraña mientras camino tras el moreno hasta el mostrador de la recepción.
Una chica pule sus uñas tras el, dándonos tanto importancia como se le da a una mosca, hasta que el moreno gruñe y levanta su mirada, interesada de repente en lo que pasaba en la sala.
—Busco la habitación de Clare Hamilton —dice Agustín, mirando a la pelirroja teñida tras el mostrador.
La chica busca en la computadora del mostrador el nombre de mi prima y luego dice, apartando a un lado el chicle que masca:
—La señorita Hamilton aun no ha sido subida a habitación. —El moreno frunce el entre cejo, confundido.
—¿A qué se refiere? —pregunta el chico, sonriendo con sus dientes perfectamente blancos.
Esta endulzando a la chica, bien pensado.La chica devuelve la sonrisa con ojos brillosos y responde de inmediato.
—La señorita Hamilton está en el área de traumatismo, espera una transfusión de sangre para empezar la operación.
Mucha información, zorrita.
Y parece darse cuenta, porque mira sobre su hombro y a todos lados como si hubiese dicho un secreto de Estado, y esperase que los Hombres de Negro vinieran por nosotros y nos borraran la memoria con sus palitos de luz.
—No debería haberles dicho eso —murmura para si misma, buscando en la habitación a alguien más que allá escuchado su desliz de información.
Mis primas son unas perras y me refiero a las buenas señoras perras. Su nombre puede abrir las puertas de cualquier establecimiento de la ciudad sin importar la hora que sea, lo había comprobado cuando Clare no sabía que ponerse para una fiesta y a las 11:30 de la noche, nos había sacado a mí y a Leah de la cama para acompañarla a comprar un vestido para esa misma noche, salimos de la casa y el chófer de la familia nos dejó en un establecimiento de ropa (¿Armani o Dolce? Nos pregunto en el trayecto), donde el gerente del lugar esperaba con las puertas abiertas a la heredera Hamilton y su hermana.
Por eso no dudo al hablar:
—Mi nombre es Ana Hamilton —digo mirando a la chica pelirroja y la expresión de sorpresa grabada en su rostro—. Exijo saber todo sobre Clare, Leah, Clarissa y Lucian Hamilton de usted ahora mismo, o me asegurare de tenerla sin trabajo a primera hora de mañana.
Tengo que admitir que actuar como mis primas es divertido, siempre exigiendo todo de todos sin recibir un no por respuesta. La chica me mira sorprendida analizando mis palabras y volvió el monitor para poder ver la información en él, sin ni siquiera darse cuenta que no existe ninguna Ana Hamilton.
Clare y sus padres no están en habitaciones, como ya nos había informado la pelirroja. Ordeno que teclee el nombre de Leah y de inmediato la información llega al monitor: Leah esta en una habitación del segundo piso, pero no puede recibir visitas aun. Esto es un trabajo para... ¡El apellido de mis primas!
Tomo la mano de Agustín y lo arrastro hasta los ascensores, presiono con insistencia el botón de llamada hasta que las puertas se abren, dentro solo hay dos personas hablando en murmuros, empujo a Agustín dentro y presiono mi dedo en el botón del segundo piso.