Amnesia

4

Mateo Castillo

¿Por qué estoy llevando a mi hermanita a ver a una chica que casi tiene la palabra «zorra fresa» grabada en la frente? Sencillo: la fresa es amiga de mi hermana y tuvo un accidente. ¿Aún existe empatía para ese tipo de personas? Si, si se trata de Lucía, sí.

Y ahora, estoy dando zancadas tras de mi hermana por los pasillos del hospital, buscando la habitación de la castaña malcriada y millonaria que es Leah Hamilton.

—¡La encontré! —anuncia Lucia, parando frente a una de las puertas. Una enfermera que pasaba por allí la mira con el ceño fruncido y sigue su camino mascullando quien sabe qué.

Lucia toca la puerta un par de veces con sus nudillos, una voz desconocida y algo chillona le indica que puede pasar y abre la puerta. Su reacción es extraña, primero se queda pasmada en el marco de la puerta, como si no creyera lo que esta viendo dentro de la habitación, su rostro se vuelve un poco pálido y luego, como si nada pasara, sonríe. Genial: mi hermana enloqueció.

—Hola Lucí —saluda una voz masculina desde dentro de la habitación.

¿Acaso la fresita se hizo un cambio de sexo y está probando su voz nueva? No lo creo, ama demasiado sus tetas para eso. Lucia entra en la habitación, se escuchan unos cuantos murmullos dentro, entre ellos la voz de mi hermana saludando a tres personas.

—Le, ella es Lucia —dice una voz femenina.

—Mucho gusto —esta voz si la reconozco, pero suena más calmada, suave y menos aireada y con ese tono de superioridad que lo última vez que la escuche.

—Igual —dice mi hermana, extrañada.

—Leah, ya vuelvo. Agustín se queda contigo.

Se escuchan unos pasos y luego mi hermana y una chica rubia salen de la habitación. La rubia cierra la puerta luego de salir y se vuelve para lanzarse a los brazos de Lucia, abrazando con fuerza sus hombros mientras mi hermana hacia lo mismo, solo que con menos fuerza. Los hombros de la rubia se sacuden y los sollozos resuenan por el pasillo.

—¿Qué pasa, Ana? —pregunta mi hermana, con el rostro cargado de preocupación.

—E-es que-e —tartamudea, se aclara la garganta y se aparta un poco de Lucia—, aun no creo que todo esto sea verdad y hablar con Leah es como si todo se volviera en serio de golpe.

—¿Qué pasa con Leah? —inquiere Lucia—. Ella esta más que extraña cuando la vi. Se porta raro, como si no me reconociera.

—Y no lo hace —dice la rubia, secando las lágrimas que bajan por sus mejillas con sus dedos finos—. Leah se golpeó la cabeza, no recuerda nada ni a nadie. Ni siquiera sabe quién es ella exactamente.

—¿Qué? —soltamos mi hermana y yo al mismo tiempo.

La blonda me mira raro y Lucia explica rápidamente:

—Él es Mateo, mi hermano.

—Un gusto —dice la blonda.

—Igual.

—Entonces, Leah... —indaga Lucia después de las presentaciones.

—No sabe quién es, tiene amnesia. No recuerda a su familia o a su vida o a nadie que haya conocido. Sabe de su familia porque una doctora le mostró unas fotos de ellos, pero más allá de eso, no sabe nada. Supongo que es mejor que no recuerde... —agrega en un susurro al final.

—¿Cómo sería eso mejor? No los recuerda, Ana. No imagino como estará Clare o Lucian o Clarissa.

El rostro de la blonda se arruga con dolor al escuchar el último nombre.

—Espera —digo, sorprendiendo a ambas—. ¿Qué pasa con Clarissa?

La blonda mira el suelo, luego al pasillo, notablemente incomoda.

—Ese es el problema, no sé dónde está. —Sacude un poco su cabeza, mientras limpia otra lagrima que se escapa de su ojo—. Mi madre no me dijo nada sobre ella, pero no creo que este bien.

—¿Cómo que no crees que este bien? —pregunta Lucia.

—Ella, Lucian y Clare aún están en cirugías por lo que se. Leah es la única que está en un cuarto y ni siquiera debería recibir visitas aun.

—¿Entonces porque está recibiendo visitas ahora? —digo, cruzando mis brazos sobre mi pecho.

—Larga historia que no tengo ni una pizca de ganas de contar ahora —responde de forma tajante Ana, haciendo un ademan con su mano restando importancia.

—No quiero saber que hiciste ahora, Ana —dice mi hermanita, frunciendo un poco el entrecejo—, de todas formas me contaras luego igual. Pero por ahora creo que es mejor que vayamos con Leah y Agustín

Ana suspira y asiente con su cabeza, mientras se da la vuelta y camina de regreso a la habitación con Lucia tras ella. Suelto un bufido, sintiéndome un poco confundido por la condición de la malcriada, y entro tras mi hermana a la fría y desinfectada habitación de hospital.

Ana se sienta a los pies de la cama de la princesa malcriada de Leah, dejando la silla donde había estado sentada antes libre para Lucia.

Bueno, esto tengo que admitirlo: la princesa es bastante bella, sera por eso que todos los estudiantes del instituto están babeando el piso por ella y su hermana mayor. Su cabello es castaño con varias mechas rubias, aunque estas están mas que todo en la parte interna y la de abajo de su cabello y las descubrías por las dos que le cuelgan en el flequillo, enmarcando su rostro; su piel (que era exquisitamente blanca cuando la conocí) ahora esta bronceada; sus ojos son grandes y verdes tras un par de filas de largas pestañas. Todos esos atributos son los culpables de que cualquiera cayera a sus pies. Y exactamente así estaba yo cuando la conocí, eso hasta que llego el momento de que abriera su boca y a saludar a todos en los pasillos como si fuera la reina del mundo. No. La reina es su hermana Clare, ella es la princesa.

Luego de conocer a la bella princesa Leah Hamilton, me toco conocer a su hermana con muchos más títulos que la pequeña Leah. Clare Hamilton, capitana de porristas, la mejor de su grado, reina del instituto y, como si fuera poco, heredera de toda la fortuna Hamilton. En resumen, las hermanas Hamilton son hermosas y muy, muy ricas, tanto que no me sorprendería que su fortuna superara por mucho la de la Ciudad del Vaticano.




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