Ana Domine
El lame botas deja a Leah junto a la puerta del carro y cuando se esta por levantar, le tiende su mano como si fuese una princesa, Leah lo mira extrañada antes de encogerse de hombros y aceptar su mano, el chico le abre la puerta y ella entra al asiento trasero del carro. Debo admitir que por más que lo intente, no puedo evitar rodar los ojos por la idiotez del chico.
Hello! Leah nunca te prestara atención si eres tan regalado.
Arrojo las cosas de Leah, que aun estaban en la habitación, en la maleta mientras el imbécil se va de vuelta al hospital, mamá sale del auto y se acerca hasta donde estoy cerrando la maleta de un golpe.
—Tenías razón —acepta mi madre, cuando el enfermero se aleja lo suficiente para no escuchar nuestras críticas—. El chico es un lame botas.
—Jamás dudes en mi palabra, madre —le recuerdo, sonriendo con suficiencia.
—Jamás dudo en tu palabra, Ana —aclara—. Se que me ocultas las partes que podrían causarme un ataque. Algo que agradezco, por cierto —agrega, provocándome una mueca.
Entra al asiento del conductor antes de que tenga oportunidad de replicar ¡Todo lo que le digo es cierto! A excepción de esa vez en París... O aquella otra en Milan... o ese día con el peruano... ¡Esta bien! No todo es la completa verdad, ¡pero le cuento lo que importante!
Entro al auto y mi madre enciende el motor.
Técnicamente, no es mi madre. O por lo menos no en el sentido literal de la palabra. Ella me adopto cuando tenia diez en París algo que, como toda huérfana, agradecí profundamente. Intento no recordar nada de ese lugar, porque no todo fue completamente agradable. Compartía cuarto con unos catorce chicos y chicas más, la comida era horrible y los chicos mayores eran unos completos bullying, nos trataban a los más chicos como la mierda y se hacían los inocentes cuando la gente que se supone nos cuidaba de matarnos, aparecía por el lugar. Y eso solo fue en el mejor orfanato donde estuve. La casa de acogida después de ese lugar fue tan horrible, que me niego a recordarla en este momento, porque caería en depresión clínica y porque es inútil.
—¿Que quieres hacer hoy, Le? —pregunta mi madre, sacándome de mis divagaciones.
—No lo se, la verdad —dice, con una sonrisa tímida.
—Pues yo propongo unos helados de Icy Diamond —digo.
—Hace demasiado frió para un helado, Ana —objeta me madre.
—Nunca hay demasiado nada para un helado —replico, mientras la miraba seriamente a los ojos.
Ella los pone en blanco.
—¿Que les parece si vamos por tacos para la cena? —propone.
—Mejor McDonald —digo.
—Ayer cenamos en McDonald —me recuerda haciendo una mueca, no le agrada mucho McDonald.
—Entonces sushi —cambio de opinión.
—Sabes que odio el sushi, Ana.
¿Esto acabara algún día?
—¡Pues arepas entonces!
—No estoy segura de que haya un restaurante venezolano por aquí —dice, frunciendo el ceño de manera pensativa.
—Me lleva la que... —murmuro, ganándome una mirada asesina de mi madre— ¡Vamos por tacos entonces!
—Tacos serán —dice, mientras da vuelta para ir a la ciudad en vez del bosque.
—Ensuite, nous mangeons de la crème glacée. La próxima, comemos helado —farfullo en francés, mi lengua madre.
Mi madre sonríe y Leah suelta una risita por lo bajo. Frunzo el ceño.
—Avez-vous compris ce que j'ai dit, Leah? ¿Entendiste lo que dije, Leah? —pregunta, mirando a la teñida a los ojos por sobre mi asiento.
—Si —afirma, confundida—. ¿Por que?
Mi madre le dirige una mirada asombrada y pensativa por el retrovisor, antes de volver a clavarlos en la carretera.
—Ana estaba hablando en francés, Leah —le explica.
—Lo sé —dice Leah, poniendo los ojos en blanco—, lo que no entiendo es porque yo no...
Ya se dio cuenta.
—¡Recuerdas el francés! —señalo lo obvio—. ¡Eso significa que podrías recordar más!
—Ana —reprende mi madre, la mirada seria propia de madres grabada en sus ojos.
Pongo los ojos en blanco. Se supone que no debíamos forzar a Leah a recordar nada, pero que recuerde el francés cambiaba las cosas. Mis tíos y mi madre nos han hecho estudiar a todas una larga lista de idiomas: portugués, francés, italiano...
—Lo capisci? ¿Entiendes esto? —pregunto en italiano, asiente lentamente—. E isto? ¿Y esto? —Ahora en portugués, otro asentimiento de parte de mi prima—. Você poderia responder? ¿Podrías responder?
—Com que? ¿Como que? —pregunta de forma vacilante en portugués.
—Não sei, qualquer coisa que você possa pensar. No lo sé, cualquier cosa que se te ocurra.
—Isso é português ou francês? ¿Esto es portugués o francés?
—Portugués —respondo, sonriendo.
—Zufrieden?¿Satisfecha? —pregunta mi madre en alemán, uno de los idiomas que Clare y Leah no conocen.
—Mehr als du denkst, mutter. Más de lo que crees, madre.
Gracias, querida estancia en Alemania.
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Al final si hay restaurantes de comida venezolana en el centro de la ciudad, por lo que terminamos comprando seis tacos y dos arepas para las tres. ¿Que? Las chicas comemos, gente.
Llegamos a la mansión y, después de bajar las cosas de Leah del auto entre todas y llevarlas al segundo piso, mi madre se va al hospital para quedarse con Clare y Lucían, se lleva una de las arepa y dos tacos para pasarlos por contrabando para ellos.