Amnesia

9

Ana Dominé

—Denovan, necesito que guardes un secreto —pido, aunque con el tono que normalmente uso para dar órdenes. El aludido me mira por el retrovisor—. Necesito que me lleves a un lugar, pero no puedes decirle a nadie. Ni siquiera al señor Hamilton.

—Miss Dominé, ¿me está pidiendo que le mienta a mi jefe o a su madre? —indaga, sus cejas arqueadas por la duda.

—No, no exactamente —me apresuro a aclarar—. Solo te pido que, por favor, no le digas a mi madre ni a mi tío a donde me llevaste hoy, como un favor.

—No entiendo porque debería hacer eso, Miss Dominé.

—Es importante para mí —intento explicar—, pero ellos no pueden saber nada hasta que esté terminado.

—Señorita, prometo no mencionar nada de esto a su familia, pero si me lo preguntan, deberé contestar —dice. No esperaba más que eso.

—Con eso me basta —No creo que Isabella o Lucian le pregunten nada si no tienen motivos para hacerlo y yo no pienso dárselos aun. Lanzo un suspiro largo y continuo—. Llévame al centro, calle Barcelona, numero 212 —indico, he leído tantas veces la dirección que ya me la sabia de memoria.

—Como ordene.

Contratar a ese detective privado de París fue un completo y gran error, sumado a una pérdida de tiempo y dinero. Bastante dinero. Llevaba meses con la investigación de mis padres y no conseguía frutos a pesar de que sus tarifas eran exuberantes y el "verificar él mismo toda la información que consiga", como me prometió cuando lo contrate y como repitió cuando le exigía respuestas.

Al final lo despedí por incompetente y poco después (muy poco tiempo) escuche de un investigador privado aquí en la ciudad y, según mis fuentes, era muy bueno, así que pedí una cita con su secretaria y ahora me dirigía a su oficina.

Esperaba poder llevar yo sola a las chicas al instituto y de camino al hospital pasar por allí, pero mamá pensaba que algo podría pasar con Leah y me obligo a dejar conducir a Denovan, así que no pude negarme y no levante sospechas sobre mi pequeña escapada. Debo admitir que no me gusta hacer que Denovan mienta a mi familia por cubrir mi espalda, pero mientras omita este punto en sus informes de la semana todo estaría bien.

—Llegamos, Miss Dominé —informa cuando detiene el auto frente a una casa de dos plantas con fachada de ladrillo rojo.

—Quédate aquí —ordeno aunque es innecesario. Cuando se trata de mi, Denovan se siente más clamado y me da mi espacio—. Cuando termine iremos directo al Brookwood, no tardare —prometo, sé que esta preocupado por su trabajo y lo que podría tardar mi visita.

—Lo que diga, Miss Dominé.

Bajo del auto, apretándome en la chaqueta de cuero para protegerme de la briza fría. El invierno esta terminando, de hecho, ya había dejado de nevar como antes, sin embargo el frió invernal se negaba a dejar las calles de New Adventure en un buen rato.

Toco la puerta de la casa tres veces y entro cuando una voz ligera y femenina me lo indica. Tras de ella me espera una mujer trigueña, con rasgos latinos sosteniendo una bandeja con tazas de café y azúcar.

—Usted debe ser la señorita Ana Hamilton —dice ofreciéndome una taza de café, que no contiene café, estaban llenas de chocolate caliente con malvaviscos flotando en la superficie. Asiento y tomo un sorbo que me calentó hasta la médula—. El señor Hidalgo la está esperando.

Asiento de nuevo, insegura de lo que tendría que decir ahora, y sigo a la mujer hasta el que debería ser el despacho del Sr. Hidalgo, ella toca la puerta con sus nudillos un par de veces y entra, un par de segundos después, asoma su cabeza y me hace una seña para que la siga dentro. El despacho parece estar insonorizado, dado que no se escucho lo que el Sr. Hidalgo respondió, bastante profesional.

El despacho tiene las paredes recubiertas de tablones de madera brillante color caoba, una de las paredes esta atestada de libros de punta a punta en estantes empotrados del mismo caoba que las paredes, un globo terráqueo bastante grande apartado en una esquina de la habitación junto a un telescopio dorado. En medio de la habitación estaba un escritorio de madera más oscura con sillas de apariencia cómoda frente a el, tras de el se encontraba un hombre alto de hombros anchos con el abundante cabello negro veteado de canas, la camisa blanca arremangada hasta los codos con un libro abierto entre sus manos, el cual cerro al dirigir sus ojos castaños a mí.

—Es un pacer conocerla, Miss Hamilton —dice, con una voz profunda y grave, haciendo un ademan para que me siente en una de las sillas frente a él.

—Igualmente —digo tomando asiento, dejo mi bolso junto a la silla en el suelo—. Aunque pienso que debemos aclarar algo antes de continuar —agrego, frunciendo mis labios al dejar la taza de chocolate en un posa vasos del escritorio—, no soy ninguna Hamilton, solo una prima de la familia.

—Eso lo supuse —afirma, con una sonrisa que lo hace ver como el hombre más sabio del mundo—. Hasta donde tengo entendido la única chica joven Hamilton que se encuentra en esta ciudad es aun menor de edad y tiene el cabello actualmente de un rubio bastante plateado muy claro; en cambio, usted es obviamente mayor de edad y tu cabello, aunque rubio, es mucho más oscuro y largo.

—Bastante impresionante —admito, aunque cualquiera podría ver las diferencias entre Clare y yo—, ¿cómo lo adivino?

—Lógica y que yo me encargue de reunir algunos datos previos a esta visita —confiesa sin vergüenza alguna. De todas formas, su trabajo es investigar personas.

—Me siento bastante espiada, pero que se podía esperar de un investigador privado —admito, algo en broma.

—Dejando de lado eso, ¿a qué debo su visita, Miss Dominé?

—Necesito encontrar a unas personas. Como supongo que ya sabrá por su investigación sin autorizar —le recrimino—, Isabella Musett, hermana de Clarissa Hamilton, es mi madre y tutora adoptiva.




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