Amnesia

11

Leah Hamilton

—¿Tía? —llamo, asomándome al estudio.

—¿Que pasa? —contesta desde el escritorio.

Se nota bastante cansada. Tiene unas bolsas marrones bajo los ojos (normalmente las ocultaba con maquillaje, pero cuando es de noche se lo quita todo para poder dormir), la espalda encorvada y tensa sobre la computadora y los hombros hundidos bajo un peso invisible.

—Necesitamos hablar sobre algo —mi voz debe sonar muy exigente o ansiosa, porque ella desvía su atención de la computadora y clava sus fríos ojos azules en mi con una nota de curiosidad bien marcada en ellos.

—¿Paso algo en la escuela de la que deba enterarme? —inquiere, ladeando un poco a un lado su cabeza.

—Algo por el estilo —digo, retorciendo mis manos con nerviosismo.

—Esta bien —dice, asintiendo con su cabeza—. Siéntate, Le.

Isabella cierra la computadora y la aparta a un lado del espacioso escritorio lleno de papeles, cruza las manos encima de el y me mira de forma inquisitiva, lo que hace que me sienta como en la dirección de la escuela, en vez de en el estudio de mi padre. Tomo asiento en una de las mullidas sillas negras frente a ella.

—¿Que pasa? —pregunta, luego de un minuto de silencio tenso.

—Cuando nos íbamos del instituto un chico, Jules —por sus ojos pasa una expresión pero desaparece casi al instante antes de que pueda leerla completamente—, dijo... algunas cosas y me quede como en shock, de repente —asiente, dándome ánimos para continuar—. Lucia me saco de allí luego y de casualidad escuche algunas cosas mientras.

—¿Que cosas?

—Pues, algo que las personas piensan que me pasa.

—¿Y eso es? —Se nota su impaciencia.

Nota mental: A Isabella no le gusta que le den muchas vueltas al asunto.

—¿Las personas piensan que yo estoy loca por el accidente? —no es una pregunta, pero me salio como una por algún motivo.

Ella lo medita un momento, mientras observa sus manos con el ceño fruncido.

—Es una suposición —confiesa para mi propia sorpresa.

—¿Por que?

—Lo poco que saben las personas sobre lo que te paso es que sufriste un fuerte golpe en la cabeza —explica—, pero que ahora estas lo suficientemente bien como para continuar con tú vida. Sin embargo...

—¿Sin embargo?

—Si. Las personas están acostumbradas a un comportamiento distinto de tu parte, uno que tú padre siempre borra de los medios pero que algunas partes se hacen publicas y no puede borrar la memoria de toda una ciudad ni parar la propagación de los rumores.

—¿Que comportamiento?

La blonda frunce sus labios, rasca su nuca con nerviosismo y luego abre su computadora de nuevo, escribe algo rápidamente en ella y el televisor arriba de la chimenea tras ella, se enciende.

—Es de hace un mes —informa ella, señalándome la pantalla.

Es un vídeo de muy baja calidad, seguro tomado desde el celular por el tamaño de la pantalla. Hay momentos en los que no se distingue más que las cabezas de una multitud viendo algo, hasta que el chico sube el teléfono y se distingue lo que la multitud observaba muy claramente. Dos guarda espaldas (creo) vestidos de negro escoltan a una chica morena que se tambaleaba visiblemente mientras intentaba acomodarse las gafas oscuras sobre el puente de la nariz. Parece que uno de los guardias llego a socorrerla antes de que cayera al piso, porque la carga sobre su hombro derecho, como un costal de papas, y se a la chica se le caen las gafas en el proceso.

Soy yo.

Pero muy ebria.

Sonreía por la borrachera a todos los presentes y los saludaba con mi mano al pasar, hasta lanzaba besos de vez en cuando, como si me encantara que me vieran en semejante estado de ebriedad. Me siento tremenda-mente avergonzada solo con ver el vídeo.

La Leah del vídeo mira directo a la cámara donde se grababa y grita por sobre la multitud, arrastrando un poco las palabras que resulta ser un indicador suficiente como para hacerse una idea del estado de ebriedad en el que me encontraba:

—¡AQUÍ TIENEN A SU MISS HAMILTON! —gritaba, alzando sus manos para que los presentes le prestasen atención, no parece darse cuenta que ella es el espectáculo al que todos están atentos—¡HEREDERA DE LA FORTUNA HAMILTON! ¡¿QUIEN VIENE A MI FIESTA EN LA MANSIÓN?!

El vídeo termina cuando un guardia se dirige a paso veloz al que esta grabando y este sale corriendo, aun grabando el suelo por el que corre.

—Luego de eso, renunciaste públicamente a la herencia de tu padre—me relata Isabella, después de un rato de silencio en el que yo intento asimilar lo que acabo de ver.

Otro vídeo se reproduce antes de que me de cuenta. Este es de mejor calidad y se ve el logo de una revista de chismes en una de las esquinas. Estoy sentada en medio de una mesa blanca larga con Clare de un lado y Lucian junto a Clarissa del otro. Parece que ya habíamos terminado lo que sea que estábamos haciendo allí, porque Clare revisaba su teléfono y tomaba su cartera en el momento en que me incline sobre el micrófono de nuevo.

—Una ultima cosa: quiero informar a la prensa, para que sean testigos de mi decisión —digo, sonriendo con amabilidad a los fotógrafos y reporteros pasmados por la primicia que estaban a punto de conseguir de manera gratuita, Clare me miraba extrañada desde su asiento—. A partir de este momento, yo: Leah Gracia Hamilton, hija de Lucian Hamilton —señalo a mi padre, que fruncía el ceño a mi lado. Luce preocupado— y Clarissa Musett de Hamilton —mi madre portaba la misma expresión extrañada y chocada de Clare—, renuncio públicamente a la empresa de mi padre, Hamilton Company, y sedo el derecho de ella a mi hermana Clare Graciela Hamilton, o a el futuro heredero de la familia, Abraham Luciel Hamilton.

Después de eso se forma una tormenta de preguntas por parte de los periodistas, pero yo, junto a mi familia aun confundida y sorprendida al punto de parecer más ansiosos que los mismos periodistas por una respuesta, me retiro de la habitación bajo una lluvia de flashes.




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