Leah Hamilton
—¿Esa cosa es necesaria?—pregunto, señalando con horror la cierra eléctrica que cargaba la enfermera.
—Si, así es como se quita —explica, encendiéndola.
Ella oprime un botón y la cosa emite un fuerte: ¡ZZZZRRRRRRRR!
—¡No gracias! —exclamo, apartando mi brazo de su agarre para acercarlo a la protección de mi pecho, lejos de las manos de la enfermera psicótica.
A ver si la loca falla por dos centímetros y me termina empuntando el brazo por error. Ese problema no se resuelve con ponerme un yeso.
—Si no te lo quitamos, ¿como quieres usar chaquetas y vestidos en el verano? —inquiere la enfermera con condescendencia.
—Simple: no usare nada de eso nunca mas —le explico, encogiéndome de hombros.
Cuando llegamos al hospital, pasamos unas horas en la sala de espera en las que Ana y yo nos matamos a duelos en una partida de Angry Birds, hasta que llego nuestro turno de ver al doctor. El doctor mando hacer unas rápidas radiografías y como el hueso ya estaba sano y "había soldado correctamente", como explico él mismo, me mando a quitar el yeso. Me dijo que podíamos hacerlo de inmediato, y yo acepte, pero él tenia que ir a hacer unas rondas por la unidad de emergencia, así que le delego la tarea a una enfermera. Lo que no menciono el viejo ese, es que para quitarlo tienen que usar una cierra eléctrica bastante cerca de mi carne con muchas probabilidades de que me empuntaran el brazo ya sano.
Admito que aquí si estoy siendo algo más dramática de lo usual, pero es lo que yo creo que va a sucedes si la enfermera se desvía dos milímetros más de lo usual.
—¿No pueden sedarme hasta que este listo? —imploro, mirando con horror la cierra, pero con ganas de recuperar mi brazo.
—Creo que no seria lo adecuado —bromea la enfermera.
Me hace una seña para recuperar mi brazo y hacer su trabajo y yo, de muy mala gana, se lo devuelvo con mis dientes apretados. Ana esta mirando todo desde la puerta y observa con horror como la enfermera acerca la cierra peligrosamente a mi brazo, sin embargo, toma el aliento suficiente para sacar su teléfono y grabar toda la situación desde su posición.
Pelotuda.
Esa mala palabra es patrocinada por Youtube Argentina, el que Lucia me hace ver cada vez que viene a mi casa y resulta bastante divertido. Consideren esto como publicidad entre capítulos. Continua la programación habitual...
¡Esa cosa me da dolor de cabeza!, pienso, mientras la enfermera pasa la cierra por el yeso, haciendo que vuelen en el aire millones de partículas blancas que arruinaban mi vestimenta oscura y me provoca profundos escalofríos por la columna, haciendo que mi piel se erice.
Nota mental: muy mala idea ponerse pantalones de cuero negro cuando te van a ir a sacar un yeso, porque existe la probabilidad de salir del hospital con un pantalón manchado de blanco en varias zonas.
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—No fue tan malo como pensábamos —dice Ana, mientras salimos del hospital con mi brazo libre.
—La verdad —opino, levantando mi brazo aun con polvo blanco en el y un olor repugnante por la poca higiene que podía suministrarle dentro del yeso—, se siente algo extraño tenerlo así de libre.
—Si quieres puedo hacer que te lo pongan de nuevo —propone Ana, con esa sonrisa macabra que usa a veces.
Muchas veces.
—No gracias —me apresuro a decir.
No deseo otro yeso, solo se siente extraño no tenerlo rodeando mi piel, ¿me entienden? Ademas, me gustaban mucho los dibujos que le había hecho con el paso de las emanas junto a Ana y Lucia, y las firmas de Lucia, Ana, Isabella, Lucia, Clare, Michael, Melisa, Marisella y las gemelas en el. A Denovan nunca lo convencí de firmar mi yeso por mas que insistí en el tema. Es una roca.
—¿Ahora que hacemos? —digo, rogando porque la próxima parada sea la mansión.
—Iremos a Paradise Hamilton —¡SIII!—, para que puedas bañarte y para buscar a Clare e ir a hacernos las uñas—¿Por que?, me lamento internamente.
—¡Claro! —digo. ¿Como se lava el sarcasmo de la voz?
—¡Que animada! —ataca Ana, con el mismo sarcasmo.
Me pone los ojos en blanco y entra al auto. Me quedo un momento afuera. El invierno ha pasado casi por completo, aun quedan pedazos con hielo que se derriten lentamente bajo un sol brillante, y algunas zonas de barro ya empiezan a mostrar indicios de la primavera que se avecina a la ciudad.
Cierro mis ojos y alzo mi rostro para disfrutar por completo de un poco de calor después de tanto frió.
Lucia Castillo
—¿Que pasa, Lu? —dice mi madre, tan curiosa como siempre—. ¿No te gusta tu pasta con albóndigas?
—Lo que no me gusta es que hayas dañado mi libro del Psicoanalista —respondo, aun molesta por eso.
—¡Te dije que mi esmalte se abrió por accidente! —se excusa.
—¿Tenia que ser el rosa sifrina? —acuso. Tal vez si uso luego la carta de la culpa consiga un par nuevo de libros para mi biblioteca—. ¿Que me dices de las manchas de café?
—Esta bien, lo admito —acepta, bajando el tenedor con el que picaba su ensalada Cesar—: no soy buena con los libros...
—¡Y que lo digas! —farfullo, interrumpiéndola.
No me presta atención y Luca aguanta la risa bajo su estricta mirada.
—Pero —continua ella—, no es excusa para que la pagues con tu comida ni conmigo. ¡Es solo un libro!
Mateo y yo detenemos la comida en nuestros tenedores y nos la quedamos mirándola fijo. Luca tiene una expresión que usa en Navidad antes de abrir los regalos de la abuela, que siempre nos manda cajas grandes de nuestras golosinas favoritas de Venezuela.
—¿Que? —pregunta mamá, inconsciente del caos que ha provocado con sus palabras crueles.