Amnesia

18

Leah Hamilton 

—Hace unos días—empieza Ana después de unos minutos de estupefacción mal disimulada de mi parte y un par de segundos de silencio absoluto en la pequeña casa—, Clare y Lucian aun estaban en el hospital, convencí a Denovan de llevarme a ver a un detective privado en el centro, prometió no hacer preguntas y no mencionarle nada a Isabella o Lucian a menos que pregunten específicamente por ello; como sea, lo convencí y me llevo. Le pague una pequeña cantidad al investigador y empezó la búsqueda... No esperaba que terminara tan rápido —agrega en un murmuro de estupefacción, seguido de una risa nerviosa.

—¿Por que empezaste con esto justo ahora? —pregunto, acomodándome en mi asiento.

—No empece justo ahora —murmura, sin mirarme a los ojos. Es como si se escondiera tras su Coca Cherry—. La verdad, empece con esto hace meses.

—¡¿Como?! —grito.

—¡No grites! —regaña ella, mirándome otra vez—. ¡Despertaras a todo New Adventure así!

—Ya, pero ¡espero que entiendas que necesito muchos más detalles que eso! ¿Por que, Ana?

—¡No lo se, Le! —Se pasa las manos por el cabello con exasperación, apartando la vista de mis ojos de nuevo—. Tal vez sea porque tengo veinte años preguntándome porque me dejaron allí. ¿Que diablos fue lo que, una bebe de unos meses, pudo hacer terriblemente mal para abandonarla de esa manera? Tu nunca lo viviste. Tu nunca pasante hambre, dormiste en la misma habitación que diez niños más; nunca viviste con el miedo de nunca salir de allí, de que nadie te quisiera. —Arroja la botella vacía con tanta fuerza a la pared que temo que se rompa—. Tuve muchísima suerte de encontrar a Isabella el día que lo hice, porque si no, ¡habría terminado trabajando para un cartel de drogas francés y tal ves ahora estuviese muerta!

Debo admitir que esto no puede contestarse de ninguna forma posible. A veces me cuesta creer que Ana no sea la hija de Isabella, parece como si siempre hubieran estado cerca la una de la otra. Pero no es así. Ana no es la hija biológica de Isabella, a pesar del parecido físico, Ana fue adoptada por Isabella hace años, aun con todo lo que sé del pasado de Ana, sus peleas continuas, sus escapadas de los orfanatos, nunca habría imaginado que hubieran drogas de por medio también. La veo limpiarse la nariz discretamente con la manga de su chaqueta.

—Nunca estuviste con miedo, todo el tiempo, de cometer una tontería, de hacer algo terriblemente mal y que te devolvieran allí. —Sorbe por la nariz fuerte, como recuperándose y mira directo a mis ojos—. Por eso quiero, necesito encontrarlos, Leah, ellos podrían tener todas las respuestas a mis preguntas. Me dirán que demonios fue lo que hice tan mal. Así no lo repetiré, tal vez hasta Anastasia termine queriéndome o al menos apreciándome un poco mas de lo que lo hace ahora.

—¿Cuando empezaste con esto? —indago, queriendo saber mucho más sobre mi prima preferida.

—En París —suspira—. Antes de su accidente. Contrate a un investigador de por allá, pero resulto ser un vago idiota de primera categoría. Unos amigos me recomendaron a James Hidalgo, me dijeron que era el "Sherlock Holmes con acento venezolano que trabaja en un cómodo despacho del centro", así que lo busque, lo encontré, le pague con un poco de dinero que tenia en una cuenta a parte para que Isabella no se enterara y...

—Aguarda —la interrumpo—. ¿"Para que Isabella no se enterara"?

—Si, es que —parece avergonzada de nuevo, solo que ahora no tiene Cherry para esconderse—. No considero necesario que se entere por el momento.

—¿No lo consideras necesario? ¡Annie! Eres su hija, seguro te apoyaría en esto.

—¡Lo sé! Créeme que lo sé, pero como aun no tengo nada transcendental que tenga que ver con mis verdaderos padres, no quiero preocuparla aun con todas mis preguntas estúpidas de niña huérfana insegura.

—¿Y cuando lo harás?

—En mi lecho de muerte, si mis planes van como espero.

—¡Annie! —regaño, este no es un tema con el que se pudiese bromear de esa forma.

—¡Lo sé, lo sé! —dice, levantando sus manos al cielo en son de paz—. En cuanto ella lo necesite saber yo...

—¡Dominé! —regaño de nuevo.

—¡No me harás cambiar de opinión en esto, Hamilton! —gruñe ella, señalándome con su dedo indice—. Isabella no necesitas saber nada a un, lo tengo todo controlado por mi cuenta.

—De acuerdo —mascullo, sorprendida por su arrebato—. Espero sea pronto.

—Lo sera, supongo. Como te decía antes de nuestra pequeña pelea sacada por la tangente, este hombre resulto ser mucho más... eficiente que el parisino. Demasiado. Tanto que acaba de llamarme para darme información sobre el paradero de un Dominé que tiene la edad justa para ser mi padre...

—¿Que te dijo? —pregunto, sintiéndome algo ansiosa.

—No deje que me contara mucho. Colgué y dijo que me mandaría los datos al Email.

—¿Que estamos esperando? ¡Vamos a leer ese coreo!

Me estiro para alcanzar la portátil, la enciendo cuando la pongo en mis piernas y noto un ligero temblor en mis manos mientras lo hago. Ansiedad, quizás.

—Me dijo su nombre —murmura Ana.

—¿Cual era? —inquiero, mientras abro el navegador.

—Auguste—murmura, acomodándose una almohada en la espalda—. Nunca había escuchado ese nombre en mi vida. No esta ni siquiera en mis papeles de adopción.

—¿Viste tus papeles de adopción?

—Le robe una copia a Isabella hace unos años, pensé que me servirían de algo luego.

—Toma —digo, pasándole la portátil ya con la pagina de Gmail abierto.

Sus dedos vacilan un instante y los desliza por las teclas, abriendo su coreo electrónico, me la regresa antes siquiera de que la pagina cargue de nuevo.

—¿No quieres leerlo tu?

—No —respondió secamente, mirando al vacío.

Encuentro el mensaje más rápido de lo que esperaba, este hombre Hidalgo parece haberlo enviado hace dos segundos exactos, porque esta de primero en la bandeja de entrada, junto a algunos mensajes de Facebook y uno de la editora en jefe de Vogue.




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