Amnesia

19

Leah Hamilton

Al final, resulta que Ana no quiere ser encontrada esta noche, mucho menos perseguida por todo Paradise Hamilton. Ella conoce mucho mejor la estructura de la mansión que yo y eso le da cierta ventaja para desaparecer y por mi parte, en mi estado de querer irme derechito a la cama, no tengo ganas de jugar a las escondidas con una rubia melodramática.

Así que vuelvo a mi habitación, tomo una pijama de seda negra, pongo el vestido en una silla de mi vestidor con mucho respeto a la alta costura de este junto con el cinturón y los zapatos, esperando que alguien los recoja y guarde por mi, y me sumerjo de lleno en las sabanas frías de mi cama, completamente concentrada en no pensar en absolutamente nada.

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Estoy de pie frente a la ventana de una de las salas del tercer piso de la mansión, admirando el follaje verde que comenzaba a volverse dorado o cobrizo con la llegada del otoño.

En New Adventure las estaciones se comportan de esa manera, un día podías tener el mas ardiente sol brillando en el cielo despejado y celeste y temer del calor del infierno, y al siguiente todo se empezaba a nublar, empezaba a llover y antes de que puedas prevenirlo, una capa de nieve te cubría los tobillos e impedía que sacaras tu auto del garaje.

Existen algunas señales, como es obvio, destinadas únicamente a quienes quisieran y tuviesen el tiempo de encontrarlas, como el leve cambiar del tono de las hojas antes de caer, algunas aun verdes, y las brisas gélidas que solo sientas en la planta superior de un edificio.

Mamá me había enseñado a ver esas señales, eran leves y efímeras, pero allí estaban todo el tiempo para sus fieles y atentos espectadores.

—Leah —llama una vos tras de mi. Me vuelvo inmediatamente con una sonrisa malvada grabada en el rostro.

—¡Hola Graciela! —Odia que la llamen por su segundo nombre, aunque, según yo, no tiene nada de feo. Hay peores elecciones de segundos nombres para niñas ricas.

Como Selene, por ejemplo.

—Me llamo Clare —corrige, cerrando las puertas francesas a su espalda para luego adentrarse un poco más en la habitación.

—Supongo que lo que me quieres decir es sumamente privado y confidencial —digo, refiriéndome a las puertas de caoba pintada de blanco cerradas a su espalda—, me encantaría escuchar como son de ricos los besos de Agustín Ponce en cualquier otro momento, pero ahora mismo no estoy de humor.

Le doy la espalda y vuelvo a fijarme en la ventana pensando que así ella simplemente desaparecerá, captando la indirecta. Pero el asunto debe resultar más serio y urgente que solo una platica de hermanas sobre los besos de un novio secreto para los padres, por el momento.

—No vengo a hablar de ello. —Casi puedo sentir sus mejillas sonrojarse—. Solo quería preguntarte...

—No estoy de humor para preguntas ahora, deje su mensaje y váyase al infierno —digo, imitando la voz monótona y fría del contestador telefónico.

—¿Por que dijiste eso en la entrevista de la tarde?—termina de ir al grano, ignorando por completo mi comentario.

Afortunadamente, ya estoy preparada para este momento y tengo un sin numero de respuestas ingeniosas para esa pregunta en particular. Mi hermana tiene la mala costumbre de ser predecible cuando siente curiosidad y sé que es tema la esta matando desde hace días.

—Cierto —digo, chasqueando la lengua sonoramente de manera condescendiente mientras me vuelvo para verla de nuevo—, se supone que soy una princesa consentida que tiene que dar todos los detalle de sus acciones y el porque al resto del mundo. ¡Diablos! Lo olvide. Tal vez la próxima podrías preguntarme en el clamor del momento, tendría una respuesta más elaborada...

—No juegues Leah —pide, mientras se sienta de la manera relajada y elegante en la que siempre nos han instruido a usar. Casi pongo los ojos en blanco, pero reúno el suficiente auto control para evitarlo—. Nuestros padres trabajaron por años, pusieron cada gota de sudor y esfuerzo en levantar el edificio Hamilton, todo para que nosotras tuviéramos un legado que cuidar. Sabemos donde esta nuestro lugar desde el momento en el que nos pusieron el primer vestido de gala o la primera joya, y si nunca nos importo antes, si nunca nos importo hacer todo eso por nuestros padres, ¿por que te importa ahora, como para hacer ese anuncio ridículo? Tu nunca...

—¿Yo qué, Clare? —pregunto con desdén—. ¿Qué es lo que yo nunca haría?

—Oye, no pienses que yo no se lo difícil que es todo—alega, levantándose de su asiento—. Tu no eres la única que esta metida hasta el fondo en los asuntos de esta familia; lo que termine pasando con esto, con lo que nuestros padres construyeron para nosotras es nuestra responsabilidad, de nadie más. En algún momento sera el turno de Abraham y para cuando eso pase, nosotras nos encargaremos de su formación para asumir el lugar que le toca...

—¿Te refieres a la esquina superior derecha de la mesa? —inquiero, dibujando un rectángulo y señalando el punto exacto que describo en el aire frente a su rostro—. Puedes quedártelo si es lo quieres.

El entorno se desgarra, transportándome a otro sueño de esa manera tan especial que tiene el cerebro humano para abordar dos entornos completamente diferentes en un mismo momento. Ahora estoy en el comedor, mi padre sentado en su lugar habitual y mi madre al otro extremo de la mesa, hinchada por el embarazo pero radiante. Clare esta sentada delante de mi, justo en medio de la mesa, para que no resulte extraño que en una mesa tan larga solo se sienten cuatro personas.

—¿Como les fue en la escuela?—pregunta papá, dándole un sorbo a su sopa de tomate.

—Bien —asegura Clare, el tenedor suspendido en el aire con una lechuga insertada.

—La señora Williams dice que aun puedes integrarte al recital de ballet cuando quieras, Le—dice mi madre, con voz cantarina.




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