Amnesia

20

Leah Hamilton

Ana eligió mi vestido.

En su opinión, el vestido que use anoche para la cena no sera nada apropiado para este evento, así que eligió uno de los favoritos de mi madre para mi. Es claro que yo no nunca sabría cual elegir de entre tantos, estaba entumecida y no tenia muchos ánimos mientras la veía corretear por mi vestidor, buscando la prenda adecuada.

Este también es blanco, como el anterior, pero este tiene los hombros al descubierto, la falda cae desde mi cintura, corta hasta mis rodillas al frente y larga hasta los tobillos por atrás de corte plisado y tiene capaz interiores de tela blanca que la hacen ver más grande de lo que es, todo junto a unas plataformas blancas por el terreno que tendríamos que recorrer hoy a pie. Para el negro, un par de guantes largos de seda que hacen todo un poco más resbaladizo de lo normal cuando lo tomo.

Peina mi cabello en una coleta alta y hace magia con la rizadora para que sea aun más gruesa de lo normal (¡Un truco de pasarelas! Exclamo cuando le pregunte como lo hacia) y me maquillo con un labial rojo y sombras blancas y negras.

Nadie se vería mal mientras Ana Dominé se encuentre en el mismo territorio, eso es seguro.

El estado de Clare el día de hoy es el completo ejemplo de este corto proverbio.

Desde el momento en que llego de nuevo a la mansión, Clare siempre ha sido alegre, viva, peleando a cada momento con Ana como solo ella sabe hacer por un par de zapatos; hoy no se trata de uno de esos días. Clare no puede subir mucho las escaleras por su yeso, así que después de que Ana termine con el ultimo pasador de mi cabello, bajamos a la habitación temporal de Clare (donde Ana terminaría de vestirse y arreglarse). Es más pequeña que su habitación, con todos los muebles blancos y algunos detalle negros, de cierta manera es parecida a mi propia habitación, solo por el detalle de que la mía tiene muchos detalles platinados, era un poco más grande y tenia mucha más vida que la pequeña e impersonal habitación provisional de mi hermana.

Como sea, este no era el caso.

Cuando entramos Clare tenia la clase de cara que pondría una adolescente que no ha pegado el ojo en toda la noche, en un nido de cobertores, sabanas y almohadas, abrazada a un oso de peluche y a una caja de pañuelos mirando al infinito mismo con los ojos brillantes.

Solo con verla supimos que algo iba mal. Algo iba muy mal. Todos mis instintos se dispararon y me gritaban que debía acercarme a mi hermana, sin embargo Ana es la primera en adentrarse en la habitación y echarse junto al nido para abrazar a la chica en medio de él.

Me acerco lentamente, con una timidez que no siento propia, y me siento en el borde de la cama, observando como Ana intenta calmar en susurros a Clare, quien había vuelto a sacudirse y a gemir mientras lloraba con la cara pegada al oso.

Algo de lo que dijo debió convencerla, porque su cabeza rubia se sacudió un momento y luego Ana se levanto junto con ella y la ayudo a irse al baño. Después de un momento, Ana salio y cerro la puerta tras de si.

Ella tampoco se veía muy bien, después del encuentro reciente con Clare su rostro había adoptado un leve tinte amarillento y se movía más frenéticamente que antes, templando de vez en cuando mientras se cambiaba su bata de baño por un vestido elegante de tiras como fideos sosteniéndolo, escote ovalado que se profundizaba en la espalda y ese tipo de estilo que la hacen parecer estrella de cine famosa y envidiada.

Cuando Clare sale del baño la ayudamos a vestirse con una falda ancha hasta la rodilla y un top blanco con mangas de encaje, luego la sentamos en el banco frente al espejo de la peinadora y Ana empieza a hacer sus milagros. Aliso perfectamente cada mechón de su cabello corto, pone extensiones de cabello para hacerlo más largo, casi hasta la franja que queda entre la cintura de la falda y el borde del top, y lo deja colgar suelto por su espalda.

Una sencilla cinta negra alrededor del cuello con una solitaria rosa negra en medio, como su accesorio fúnebre.

Ana es la ultima y la que más se tardo, por mucho, de las tres. Rizo cada mechón de su cabello y lo rociaba de fijador frenéticamente para luego acomodarlo en su cabeza, repetía el proceso una y otra vez hasta terminar con un perfecto peinado de estrella de cine famosa que complementaba por completo el atuendo que llevaba. Resultaba dramático incluso. Se maquilla poco y remata el atuendo con un hermoso tono de rojo brillante en sus labios llenos. Se pone un pesado collar de diamantes negros con oro blanco como accesorio y estábamos listas para salir.

Fuera de la habitación de Clare ya nos estaban esperando en el salón principal papá, Isabella y la abuela, todos impecables y elegantes en sus conjuntos blancos y sus accesorios negros. Pero no están solos, hay unas veinte o quince personas más en la casa que debían haber llegado mientras nos terminábamos de arreglar, todas del lúgubre color negro funeral, y de repente entiendo por completo esta tradición de familia. Es como si todo encajase de golpe y pudiera entenderlo sin nunguna duda. El negro es muy triste, lúgubre y llamador de la oscuridad, en cambio el blanco, luce fresco, lleno de luz en comparación con aquel. Es como evadir la oscuridad acostumbrada en los funerales con la luz de la pureza implícita del blanco.

Pensé que era hermoso.

—Los más allegados a la familia —dice Ana, en su complejo de explicarme todo lo que pasa a nuestro alrededor, mientras un remolino de personas caminan junto a nosotras—, usan una prenda o accesorio blanco.

Había notado que varias personas en la sala tenían ese pequeño distintivo. Rosas blancas en los pulcros trajes negros, collares, cinturones y largos pendientes de colores blancos como nuestras ropas.

—A habido situaciones en las que, en el lecho de muerte —comenta la abuela, mientras observábamos un retrato de mi madre en el centro de la sala. Era una pequeña replica del que estaba arriba, donde todos salíamos vistiendo blanco, solo que en este, ella tenia un listón rojo atado en la cintura, su vientre no estaba hinchado y estaba sola—, la persona —hace rato que se niega a decir difunto o muerte— manda cartas pidiéndoles el uso de una prenda blanca a sus allegados. Es como decirles que les considera parte de su familia.




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