Amnesia

22

Leah Hamilton

—¿Segura que te sietes mejor?

—Si, Ana —repito, mirando la pantalla de la computadora—. Solo quiero saber si Sabrina despertara del sueño en el que la puso el demonio del sueño.

—Debes dejar de ver El mundo oculto de Sabrina, prima —opina, arqueando una de sus rubias cejas en mi dirección.

—Solo he visto los primeros cinco episodios —digo, intentando concentrarme de nuevo en la serie.

La Sabrina del sueño habla con sus tías del sueño sobre casarse con su novio mortal del sueño... La pierna de Ana rebota de forma frenética en la cama, distrayéndome.

—¿Que pasa, Ana?—pregunto, dejando escapar un suspiro de resignación mientras cierro la computadora.

—Nada —me miente. Arqueo mis cejas—. Es solo que me preguntaba, con todo lo que paso en el cementerio...

—Solo dilo —ruego, deseando volver a abrir la computadora y terminar mi estúpidamente interesante capitulo.

—¿Que paso en el cementerio?—suelta por fin lo que la acongoja. Siento mis entrañas tensarse y frunzo los labios por la reacción incomoda—. Quiero decir —agrega, seguro por mi cara de querer pegarme un tiro—, te levantaste de repente de tu silla y saliste corriendo; arruinaste un vestido de cinco mil dolares, perdiste unos guantes edición especial de uno de los participantes de Proyecto Pasarela, y te dio completamente igual.

No quiero hablar de eso y he, milagrosamente debo decir, evitado hablar de eso con mi familia durante los últimos días.

Han pasado dos días desde el «entierro» de mamá... aunque si lo piensas bien fue más una despedida para el publico que un entierro propiamente dicho, ya que el ataúd en realidad estaba vació y mi mamá estaba en una urna de oro macizo con incrustantes de zafiros azules. «El oro del cabello de tu madre y el azul de sus ojos», dijo la tía Isabella cuando le pregunte el día que entro a mi habitación a ver como estaba.

Me refiero a que quería asegurarse de mi cordura hasta ese momento.

La ultima Cena Roja tiene dos días de retraso, por lo que la abuela esta algo exaltada y ansiosa. Odia que las cosas se retrasen y que algo tan importante como la cena oficial de su hija, se retrasara por dos días mientras su nieta recuperaba la cordura era inadmisible bajo sus ojos. Les pedí, no, les rogué que continuaran con los planes de la cena, pero eso también era inadmisible, dado que, como me explico la mismísima Anastasia Musett: «¿Que podrían pensar los invitados si la hija menor de la difunta no se presentaba con su familia?»

Por lo que ahora, dos días después de mi debut del cementerio, ya comentado a medias por Diamond Broke en su semanario, me veía completamente obligada a vestirme de rojo, maquillarme para cubrir las ojeras y bolsas de mis ojos por la falta de sueño y añadir un poco de color normal a mi cara. Lo extraño es que los flashes no paran, se tardan más en llegar, si, pero siempre que llegan me paralizo en mi cama hasta que las imágenes se iban mezclando con las otras. Pero solo son recuerdos de mamá; nada sobre Ana, Lucia, Clare o papá. Solo mamá.

Dejando esas cosas de lado, medio me sorprende que Ana se tardara tanto tiempo en preguntarme sobre lo ocurrido de forma tan directa. Me incorporo en la cama, sentándome frente a ella con las piernas cruzadas como indio, e intento concentrarme en no destruir la poca cordura que me queda, mientras miro mis manos. Mis uñas están raídas hasta la cutícula, hace tiempo que se me cayeron las acrílicas.

—En el cementerio —empiezo, cruzando y descruzando los pulgares, intentando concentrarme en ese simple movimiento mientras hablaba, para así intentar evitar los flashes que me puedan llegar de improvisto—, mi mente estaba divagando mucho. Pensaba solo en estupideces: como el color de los arboles o el brillo del ataúd y entonces... —siento que me vuelve a faltar el aire en los pulmones y doy dos rápidos jadeos para sentirme mejor. La mano de Ana se dispara y se posa sobre mi rodilla—. Y entonces la recordé.

—¿Que recordaste? —pregunta con un deje de ansiedad en la voz.

—Recordé que amaba a mamá —murmuro con la voz ahogada—. Recordé quien era ella para mi.

Puedo sentir a Ana mirándome fijo, tal vez con curiosidad o otra cosa, no lo se, pero me esta mirando. Tal vez espera que me rompa en pedazos y, ciertamente, me esta costando trabajo no hacerlo, pero me había prometido que si me iba a mostrar frente a las cámaras, no lloraría en todo el día. Sobre todo si faltaban apenas una hora y media para que llegaran dos estilistas profesionales que se encargarían de hacer que me viese más como una humana viva y jovial que como un cadáver en descomposición. Los mismos estilistas se encargarían de arreglarnos a las tres y Ana ya se había empezado a preparar.

De hecho, ahora mismo tiene la cara cubierta de una pega negra que promete quitarle todos los puntos negros de la nariz. Después no tardara en hidratarse la cara y, ya que esta en ello, el pelo para dejarle toda la materia prima lista a los estilistas.

Mientras ella hace todo eso de una forma metódica, yo veo cualquier cosa en Netflix.

Mi línea de pensamientos se rompe al darme cuenta de lo fácil que resultaba pensar en otras cosas y que el dolor mitigaba más rápido de esa forma. ¿Por que rayos no lo había intentado antes?

—¿Como lo hiciste? —pregunta, con una especie de curiosidad ansiosa en su voz.

—No lo se—digo, encogiéndome de hombros. No es la primera vez que me hacia esa pregunta, aun no le encuentro respuesta alguna—. Solo estaba viendo otras cosas y de repente todo volvió. Quiero decir, aun no recuerdo todo, solo unas cosas y pequeñas conversaciones con ella de hace poco tiempo, creo, pero el contexto de esas conversaciones no lo recuerdo —me apresuro a agregar—. Es como si tuviera un rompecabezas incompleto.




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