Leah Hamilton
Siendo miembro de la familia anfitriona de este evento, seguro que es mi deber informar a las autoridades si sospecho de que se encuentra una pedófila prendada del brazo de un menor de edad. Es lo mas justo y correcto que podría hacer en esta situación, resultaría hasta en un acto desinteresado y las personas me llamarían heroína por salvar a Mateo de las garras de esa mujer. No podría vivir conmigo misma de no ser así. Es mi deber con la sociedad.
—¿Estas bien? —pregunta Sia, dándome golpes en la espalda para calmar mi estúpido ahogo.
—Estoy bien —jadeo, aclarándome la garganta.
¿Las personas pueden morir por ahogarse con su propia saliva? Juro que si soy la primera persona en hacerlo seré recordada en todos lados como la chica más idiota del universo.
La pareja ya nos ha visto y se acerca a nosotras, ella con el paso relajado y pausado de una experta en tacones y él, como si prefiriera estar en otra parte. Cualquier otra parte.
—Leah —dice Lucia, cuando estamos frente a frente con la victima y su victimaria. Muevo con nerviosismo la falda de mi vestido de un lado al otro, haciendo que la abertura ondule. Lo extraño es que no me percato que ese movimiento podría atraer la mirada de alguien. Mateo baja la mirada a mi destellante pierna descubierta por el movimiento y cuando sus ojos vuelven a subir a los míos, noto como se demora un poco en el escote, una de sus cejas esta curvada como si me hiciese una pregunta. Yo solo hago el movimiento por hacer algo con mis manos, aunque me gusto el efecto alterno—, ya conoces a mi hermano, Matty —asiento. La sonrisa de Lucia se ensancha tanto que podría hacer cosplay para el gato de Alicia en el País de las Maravillas— y al egocéntrico empedernido de Luca. —Mira al grupo de mi hermana sentado en la mesa. Ella no puede levantarse mucho por su pierna rota, así que no hay que revolver mucho entre las personas para encontrarla. Me centro en la pedófila de nuevo, concentrándome en su garganta para ver si así se parte a la mitad—. Así que solo queda una persona de mi familia que, por ahora, no conoces. Bueno, aun quedaría otra persona, pero ¿que mas da? Le, te presento a Antonella Castillo Tassone, mi madre.
¡Su madre!
Lucia Castillo
No soy una mala persona, eso se los puedo asegurar. Esta bien, puede que tenga un expediente completo y surtido de jugarretas a lo largo de mi corta vida de cerebrito: bromás pesadas en contra y a favor de mis hermanos mayores, varios días en el salón de castigo por bromas a mis profesores mas odiados, probablemente un expediente por allanamiento de morada en España...
Pero estoy segura de que las personas buenas, sin ningún tipo de experiencia en bromas y sin un casi seguro boleto a la séptima paila del infierno por varias de ellas, disfrutaría muy bien la cara de Leah Hamilton en este momento.
Su piel, esa que empieza a perder el color broce del bronceado, se había tornado pálida de golpe y sus ojos estaban muy abiertos por la impresión con las pupilar dilatadas; su boca apretada en una linea recta aunque estoy segura de que de no tenerla así, le llagaría al suelo. No me parto de la risa ahora mismo por el honor de mi pequeña obra maléfica del año. Leah levanta su temblorosa mano y le da un firme apretón de manos a mi madre, mientras Mateo mira con curiosidad de Leah a mi.
Me encojo de hombros, el gesto es claro: "Yo no se que le pasa".
—Es un placer verte de nuevo, Leah —dice mi madre, estrechando la mano de mi amiga y victima de mis maldades de este día—. Lamento mucho lo que paso con tu madre. Lu me contó todo sobre, tu sabes... —Acto seguido, se da dos pequeños golpes con la yema me sus dedos en la cien derecha.
Antonella Tassone, humillando a sus hijos desde tiempos inmemorables.
Me paso una mano por la cara mientras las cejas de Leah se curvan hacia arriba y se incrementa la impresión de su rostro. Oh, ¿acaso eso es posible?
—Yo, eh —balbucea, pestañeado rápido—. ¿Gracias? —concluye, aunque parece más una pregunta que otra cosa—. Yo agradezco que este aquí —agrega, con la misma voz ceremonial que uso con los amigos de Isabella y los señores Diamond.
En algún momento de mi amistad con Leah, lo mas gratificante, si tenia éxito, por su dificultad era descifrar las emociones de la controlada Leah Hamilton. La ira, sorpresa, tristeza, o cualquier otro sentimiento que estuviese sintiendo en ese momento, era casi imposible de descifrar. Hasta resultaba impresionante la forma en que lo ocultaba, pero nadie es perfecto y había algunos gestos que se les pasaba desapercibidos de vez en cuando. Sin embargo, lo que de verdad sentía y pensaba era difícil de descifrar. Las Hamilton son maestras entrenadas en el arte de ocultar sus sentimientos.
Me partía la cabeza intentando descifrar, hasta que note los pequeños gestos que se le escapaban (y que ahora, gracias a Dios, aun conserva para facilitarme la existencia); siempre permanecía con una sonrisa fría y calculada de revista de moda, pareciendo congelada, frívola e insensible, la mayor parte del tiempo que estábamos juntas en el instituto. Aun me pasma un poco cuando consigo descifrar sin muchas dificultades lo que siente y piensa sobre las cosas esta nueva versión de Leah. Es como ver una obra de arte que llevas muchos años admirando, y encontrar que había sido cambiada completamente.
Como si hubieses visto toda tu vida una copia barata de la Mona Lisa y ahora te encontraras con la belleza y grandeza de la original.
Porque eso es lo que vemos ahora que la vieja Leah esta olvidada junto a sus recuerdos y educación, la más pura versión de mi mejor amiga es mostrada todo el tiempo a todo el publico.
Sin embargo, hay momentos en los que su cara muestra un reflejo frío de lo que era antes, como ahora, que a pesar de seguir pálida y helada, su cara de pocker ha vuelto como un recuerdo del pasado, para resguardar todo lo que esta sintiendo.