Amnesia

26

Ana Dominé

La luz de la luna nos ilumina como un reflector a millones de kilómetros de nosotros. Estaba fascinada con su rostro bajo esa luz, la forma en que la se deslizaba por sus facciones y oscurecía algunas al mover su rostro, aunque no tengo ni la menor idea del porque no puedo apartar la mirada.

Esta bien, me gustan los castaños, siempre los prefería por encima de los estereotipados rubios musculosos (ojos, no tengo problemas con los musculosos, solo con los estúpidos con mis musculo que materia gris) y los pelirrojos pecosos y caprichosos que había llegado a conocer en mi vida. Pero existen muchos morenos (gracias a Dios), como para encantarse solo con el rostro de uno. Debe ser por eso que me resulta extraño no poder despegar los ojos de su rostro.

—¿Como se siente ser el próximo empresario multimillonario del país? —pregunto para distraerlo, yo puedo prestar atención luego de que terminara de admirar su mandíbula marcada.

—Ya deberías saberlo, tu prima es una magnate en desarrollo —dice, mostrando su dentadura perfecta en una sonrisa iluminada por la luna.

Resulta contagiosa.

—Si —me siento algo tonta por tener explicarlo—, pero Clare esta acostumbrada a todo eso, quiero decir: estudiar el doble; prepararse desde niñas para trabajar; las responsabilidades... ese tipo de cosas. Creo haber escuchado a mi madre decir en algún momento que tu padre era un nuevo aspirante a las grandes ligas, solo que estaba por el área del turismo y hoteles en vez de abogacía y negocios publicitarios.

—En algo tienes razón, no tenemos todo el tiempo que tu familia en esto. —Le sale una risa nerviosa encantadora—. Supongo que de esa forma es mucho más sencillo adaptarse a su futuro.

—No siempre te adaptas al cambio rápidamente —replico, pensando en Leah y en lo difícil que le resultaban algunas cosas que antes le eran comunes—. Solo debes dejarte llevar un poco y en algún momento, sera como si siempre hubieses tenido esa vida. Esta vida.

—¿Eres psicóloga de medio tiempo o qué?

—No —digo entre risas—. No, pero estuve en esos zapatos antes.

—Por ese comentario, supongo que ya soy digno de conocer la historia de la misteriosa señorita Dominé.

—Mi historia esta en todos los canales de prensa —pongo los ojos en blanco—, solo tienes que googlear "Ana Dominé Musett" y la conocerás. Creo que hasta la resumieron a diez lineas hace poco.

—No es buena idea comenzar una relación con una persona, basándose en lo que digan las otras sobre su vida.

¡Una relación!

Muy bien, pensemos esto un segundo. Muchas personas saben como llegue con Isabella, no es un secreto, los detalles en si son un poco más privados pero no encuentro una razón por la que no sea buena idea responder un par de preguntas, así que...

—¿Que quieres saber? —pregunto, acomodándome en mi asiento de piedra, preparándome para lo que tenia que contar.

—¿Para empezar? Todo.

—No puedes saber todo —digo, frunciendo el ceño.

—Pero quiero saberlo. Tú me preguntaste que quería.

—¿Podrías ser más especifico con tu "todo"?

—¿Donde naciste? —pregunta, después de pensar por un momento.

—En París —contesto inmediatamente, encogiéndome de hombros.

—Entonces eres francesa.

—Parisina, para ser exactos, pero si.

—Me han dicho que las francesas están un poco locas.

—Todas las personas tienen algo de locura dentro de si—declaro, mirándolo a los ojos.

—Tienes razón —asiente—. ¿Quienes son tus padres?

—Sabes que soy adoptada.

—Pensé que era una broma —confiesa—, te pareces mucho a Isabella y a las Hamilton.

—Eso me han dicho...

—Pero, ¿ni siquiera sabes quienes eran?

El coreo de Michael Dominé hace aparición en mi cabeza y siento como mi estomago daba una vuelta completa.

—Lo siento —dice, al ver mi cara arrugada.

—No, tranquilo —le tranquilizo, era lo que se supone que se tiene que hacer cuando una persona la caga y quieres quitarle algo de culpa—. Y no, ellos solo desaparecieron de la faz de la tierra.

—Lo siento —repite.

—Descuida. ¿Esas son todas tus preguntas? —Cambio el tema.

—Creo que arruine el momento —asegura, sin dejarme cambiar el tema mientras mira a la casa abarrotada.

Ya hace rato que estamos fuera de la fiesta, sentados en algunos bloques de concreto que, supongo, son para re-modelar algún área de la casa. Estaban cubiertos de tierra y polvo pero como estaba tan cómoda en ese pequeño montón de piedra sucio, admirando el rostro de Connor a la luz de la luna, no me importaba un soberano comino si mi vestido se dañaba. Cierto que en realidad es el vestido de Leah y que luego tendría que reponerlo, ¡rayos!

—Estamos en una fiesta —le recuerdo, mirando a las personas que jugaban a beber a solo unos metros de nosotros—. Podemos hacer muchas cosas en una fiesta.

—¿Le importaría a la señorita bailar conmigo esta noche? —pregunta usando el tono formal con el que me recibió en la fiesta donde nos conocimos, se levanta, sacude sus pantalones y me ofrece su brazo con una gran sonrisa en su hermoso rostro.

—Pensaba que al venir juntos a una fiesta, este tipo de formalidades se superaban por completo —le confieso, pensando en la conversación que tuvimos en el auto.

—Así es —me da la razón, sonriendo con ironía—. Pero no quiero que sospeches de mi caballerosidad tan pronto.

—En ese caso —digo, usando el mismo tono ceremonial de los banquetes y bailes familiares. Tomo su brazo, notando su bicep como cuando salimos de la mansión—, a la señorita le encantaría bailar con un caballero.

—Ese es el plan.

Me levanto y dejo que me lleve hasta dentro de la casa y a la pista de baile.




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