Leah Hamilton
Paso una semana desde la fiesta de los Cortes y, extrañamente, no había pasado nada interesante en mi vida desde entonces. Tal vez esta fuese la semana más tranquila de mi vida, aunque, claro, yo no era nadie para comparar semanas tranquilas; me faltaba información para ello.
La abuela se fue a Londres dos días después de la fiesta, a hacer quien sabe que cosas con quien sabe que amigas. Clare se negaba a asistir al colegio con muletas, por lo que ahora pasa mucho tiempo con Antoan, su asistente, encerrada en su habitación; Antoan le llevaba los trabajos del instituto y ella los hacia desde la comodidad de su cama. Cuando terminaba, Antoan lleva los trabajos al IMPEE y los entrega a los profesores, así toda la semana.
Tris, quien es mi propia versión de Antoan (por más extraño que se me haga admitir que tengo asistente privada y personal, porque Antoan por lo menos trabajaba con mi madre al mismo tiempo que con Clare), había venido a la mansión el tercer día de la semana, para recordarme la importancia de mi educación para ser la futura CEO de Hamilton Co. (porque solo me había reintegrado a las clases artísticas de piano, violín y no le estaba prestando atención a las que de verdad contribuían con mi educación). Desempolvo una gran cantidad de libros que estaban olvidados en mi escritorio y empezó a hablarme sobre lo mucho que tenia que aprender sobre economía, administración, ética, negocios y muchas otras cosas tan aburridas, que apenas si podía seguirle el ritmo.
Cuando la mujer se dio cuenta de mi falta de atención, empezó a hablar sobre lo que se esperaba de mi y sobre la importancia de mi papel como futura directora ahora que mi padre estaba lesionado. Su regaño fue tal, que esa misma tarde saque los libros que estaban acumulando polvo y les hice un espacio especial en mi mesa de noche, para así asegurarme de leer por lo menos una pagina todos los días.
Ese mismo día, me di cuenta de que mi memoria si se debía estar recuperando del trauma, porque muchas cosas que leía de los gruesos volúmenes, además de resultarme terriblemente aburridas, se me hacían familiares. Como si antes hubiese leído las mismas palabras repetidas veces. Sin embargo, estos descubrimientos inmediatos no parecieron importarle un soberano cacahuete a Tris, porque aun así se empeñaba a obligarme a leer, memorizar y, más difícil aun, entender de forma analítica cada frase, haciéndome preguntas que requieran explicaciones más profundas que un simple si o no de mi parte.
Mi habitación empezó a convertirse en una cárcel de conocimiento en solo dos días.
Dos miserables y aburridos días, en los que estuve enterrada en libros y conversaciones profundas sobre la economía nacional.
Pero además de aburrirme a muerte, Tris también había tomado el trabajo de explicarme (con muchos detalles), el secretismo de mi futuro asenso a directora de la compañía familiar que, por más que Isabella me lo haya explicado antes con los vídeos e imágenes y Tris luego se haya encargado de llenos los agujeros y dudas que aun tenia, no terminaba de entender porque tanto drama y secretismo con ese asunto. Tris había leído en persona el contrato que firme en su momento con mi padre después de que llegamos a ese acuerdo, y me dio detalles más explícitos de lo que decía.
En el se decía que aun tenia derecho a la heredad de mi padre, solo que había aceptado postergar ese derecho hasta los veintidós años de edad (Tris me dijo que esa es la clausula que yo puse en el contrato). Pero mi padre también tenia el derecho de decidir si yo ya me consideraba apta para asumir la dirección de la compañía; puso varias clausulas y requisitos en el acuerdo para que yo pudiese acceder a ese derecho, pero eran muy simples, cosas como: terminar mi educación universitaria en economía y administración de empresas y tener conocimientos en negocios básicos, además de aprender a hablar ruso, chino y alemán, porque eran unos de nuestros mayores inversionistas y socios. Todas cosas que me había acostumbrado a aprender desde muy joven.
Mientras yo me ahogaba en textos, Ana decidió que era un buen momento para desaparecer por largos periodos de tiempo. Algunas veces con permiso de su madre y otras me rogaba que la cubriese para que pudiese fugarse de Paradise Hamilton por el jardín trasero, de estas terminaba regresando a altas horas de la madrugada, pero para ser honestos ¿quien podía culparla? La chica estaba profundamente enamorada de su Connor.
Porque hasta posesiva se había vuelto al hablar de él. Connor había pasado a ser propiedad en menos de una semana y, a juzgar por la frustración de mi prima, no parecía notarlo en absoluto.
Cuando llegaba de sus noches de fuga, se tumbaba en mi cama para preguntarme por las ultimas noticias de la casa que se había perdido en su ausencia, yo respondía que no había pasado nada interesante y luego, para mi pesar, sus ojos se iluminaban como árbol de navidad y sus labios se extendían en una sonrisa que amenazaba con partirle el rostro a la mitad. Sabia entonces que me hablaría de su noche con Connor y me acomodaba con las piernas cruzadas a su lado, acariciando mi cara pijama de seda y dejando el libro grueso de economía o administración al lado, para prestarle atención a sus historias.
Si llegaron a tener sexo, si se besaron o algo en esas noches, nunca me lo dijo. Me hablaba solo de como paseaban por el parque Esmeralda bajo la luz de las estrellas, de lo que hicieron en un club del centro, de lo buenos que son los helados del supermercado a las tres de la mañana o de como habían hecho cualquier cosa que les resultase divertida.
Ana asegura que él nunca le dijo que se escapase así de la mansión para salir, es más, se pregunta porque lo hace al igual que yo. Según ella era demasiado pronto para decirle a Isabella que su hija estaba en una especie de "relación" con alguien. "Además —dijo con una sonrisa encantada, la misma que acostumbra tener ahora a las tres de la mañana—, yo siempre he amado las aventuras, y las románticas, querida prima, resultan ser aun más excitantes que cualquier otra."