Amnesia

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Leah Hamilton

—Me están mirando —aseguro, ocultando mi perfil con mi mano lo que, por cierto, es completamente inútil.

—No es cierto —miente Lucia descaradamente.

Así están las cosas: hoy es miércoles (¡No me digas, Leah, idiota!), lo que significa que recién ayer fue que publique mi tweet explicando lo de la amnesia y, para ser completamente sinceros, en un estúpido instituto tan grande las noticias no deberían correr tan rápido. Hoy todos los que antier mi habían tratado normal (si es que se le puede llamar "normal" a sus miradas de curiosidad mientras iba de una clase a otra), me miran ahora con una estúpida cara de compasión, que solo seria justificada si yo fuera un perrito abandonado en la calle.

¡NO SOY UN PERRO PERDIDO!

Mas que sentirme humillada, me siento enojada. ¿Que diablos les pasa a las personas? Es amnesia, no cáncer terminal.

Aunque ahora que lo pienso bien, ni siquiera el cáncer terminal merece las miradas de compasión tan marcada.

¡YA DEJEN DE MIRARME, NO SOY UN ESTUPIDO PERRO!

Abro Twitter discretamente y me deslizo en mi perfil hasta encontrar el post responsable de mi fastidio matutino. Tenia 153K votos y 898M retweet. ¿Acaso las personas no tienen nada bueno que hacer con su día y se dedican específicamente a compartir esas fotos hoy? ¿No podían, no se, tener sexo, ver las nuevas series de HBO, ver películas románticas en Netflix o hacer cualquier cosa que se considere normal hoy en día?

—Los odio a todos —declaro, clavando mi mirada enojada en mi pobre hamburguesa de pollo.

Demonios, hasta el hambre se me ha quitado. Ahora estoy más enojada con las personas que insisten en observar mi rostro mientras almuerzo. Estúpidas personas sin pasatiempos.

Aunque, si me obligo a pensarlo mejor, ni yo tengo un pasatiempo decente ahora mismo. Si es que leer libros de texto, historia, economía y administración se le puede considerar un pasatiempo.

Aparto mi hamburguesa con enojo y me concentro en mi pastel cargado de chocolate. Si hay algo que me puede animar ahora, es el dulce chocolate con sus dulces calorías en mis papilas gustativas.

—No deberías comer tanto chocolate —dice Lucia, quien come una insulsa empanada de papa al horno.

—Uno: puedo comer tanto chocolate como quiera porque, dos: el chocolate viene del cacao, el cacao viene de un árbol, el árbol viene de la tierra, por lo tanto comer chocolate es como comer ensalada.

—Tu razonamiento lastima mi lógica.

—Tu lógica es idiota.

—No insultes a mi lógica, es sensible.

—Tienes razón —acepto, apartando el ultimo pedazo de mi pastel y pasándoselo a ella por encima de la mesa, como ya se me hacia costumbre—. Tú eres idiota.

—¡Ja-ja! Eso fue tan hilarante —dice, herida y con sarcasmo, pero acepta mi trozo de chocolate, como se le estaba haciendo costumbre también.

—Además —digo, como si eso justificara mi reciente odio al mundo y sus habitantes—, el estomago me esta doliendo un infierno.

—¿Que? —pregunta, mirándome con sus grandes ojos azules.

—Que me duele el estomago —repito, poniendo mi mano sobre esa pequeña parte de mi cuerpo que se concentra en disparar relámpagos de dolor.

—Ese no es el estomago, Le —dice Lucia, frunciendo su ceño con preocupación.

La miro sin comprender por unos segundos, ella me devuelve la mirada con sus ojos agrandados y su ceja alzada, esperando a que comprendiese la indirecta.

—¿Que día es hoy, Leah? —pregunta. Sé que hay una pista allí.

Miro la fecha de mi teléfono y entonces, es cuando caigo en cuenta de sus indirectas. Saco rápidas cuentas en mi cabeza mientras veo el celeste de sus ojos. Al terminar, me aterro y vuelvo a hacer cuentas. Dos veces mas.

Oh, merde.

Ambas, de manera sincronizada, tomamos nuestros bolsos, nos los cargamos a la espalda, tomamos las bandejas y las dejamos junto a los botes de salida mientras corríamos hasta el corredor. Esto me asegurara unas cuantas miradas más, pienso mientras corro para salir del comedor junto a Lucia.

.

.

.

—Odio esto aun más —anuncio a Lucia cuando salimos del baño.

Mi «dolor de estomago» no resulto ser nada más que el timbre de llamada de mi periodo. Espero poder echarle la culpa a las hormonas por mi repentino odio masivo contra todos los habitantes del universo, pero no. Hoy es parte de mi destino odiar a todo el mundo.

Cuando entramos en el baño y pude confirmar las sospechas de Lucia, ambas nos dimos cuenta que ninguna de las dos tenia el armamento, por así llamarlo, necesario para esta situación y tuvimos que llamar a Súper Prima para que viniera al rescate.

—No se que es más vergonzoso —compara Ana, mientras Lucia y yo la acompañamos a la salida del instituto—: que me llames para pedirme unas bragas y toallas sanitarias, o que yo haya tenido que venir corriendo a traértelas.

—Solo por eso te perdono haber tomado el Lambor sin mi permiso —digo, permitiendo que ella revuelva mi cabello, aunque sabe que lo odio.

—Yo siempre tengo derecho de tomar tu auto —objeta, mientras acomodo mi cabello en su sitio—. Estoy considerando comprar uno para mi, pero de color amarillo canario.

—Eso seria fantástico —opino, sarcástica—. Combinaría fantástico con tu cabello.

—Me ofendes, Hamilton. Sin embargo, tienes que admitir que de no haber tomado el Lambor y haberme saltado precipitadamente un par de semáforos en rojo, no habría llegado aquí antes de que tocaran el timbre.

—Tienes razón, gracias, Súper Prima.

—No lo agradezcas —dice, pero su expresión indicaba que podía seguir agradeciendo y alabando mucho más si quería—. Parafraseando a Spider-Man: «Un gran velocímetro viene con una gran responsabilidad».




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