Ana Dominé
Es una de las pocas veces en las que asistimos a una fiesta junto y dicha fiesta no termina con la intervención de la policía y nosotras ebrias, siendo llevadas en los hombros de uno de los chicos de seguridad o en del novio de turno, a nuestra casa.
Eso sí, cada quien se pierde en su propio mundo justo después de que cruzamos la puerta. Leah a al cocina para su sobrio sistema, Clare y Agustín a pulir la pista, presumiendo su estable relación mientras se encarga de que ambos llamen toda la atención de los que lo rodean. Y luego estoy yo, siempre ignorando a ambas y divirtiéndome a mi modo con el chico del que me enamore perdidamente esa noche.
No es algo que haga tan a menudo como para que empiecen a llamarme zorra en sus mentes cochinas. A veces le hago compañía al alcoholismo pasivo agresivo de Leah, vigilando como buena prima que no se descontrole demasiado. Pero el chico de esta noche resulta increíblemente bien parecido y seria un desperdicio separarme de él.
Sé lo que están pensando ahora. Sé que solo llevamos pocos días juntos. Sé que soy una dama y no debería hacer lo que hago, darme a respetar o lo que sea, Isabella lo repite tanto que lo tengo gravado a fuego en el cerebro. Me gustaría culpar al alcohol, al baile sexy que hacemos junto a Clare y Agustín; quiero culpar a las estrellas por iluminar la noche junto a la luna y a Lucia por hacerme traerlo.
Como sea, no me arrepiento ni un poco de haberme escondido en uno de los baños del piso de abajo y jugar con Connor mi propia y mucho mas divertida versión de «siete minutos en el paraíso». Aunque estoy bastante segura de que no respetamos la regla sobre el tiempo que debía durar.
No, lindas mentes pervertidas, por el momento no pienso dar detalles morbosos y explícitos sobre lo que me hizo sentir cuando mi espalda choco con el azulejo de la pared del baño o sobre la fabulosa anatomía de mi novio. Esta noche no, por lo menos. Quiero guardarme esos detalles para mi sola por un tiempo, así de celosa soy.
Así de celosa me he vuelto con él.
Salimos arreglando los últimos desastres en nuestras prendas del baño, llevando a su sitio todo antes de reintegrarnos a la fiesta por completo. Bailamos hasta que mis pies amenazan con matarme, lo beso hasta que sus labios quedan hinchado y rosados y, luego de un rato, Connor, gentil como siempre, me recuerda que es momento de irnos.
Siento como la alegría y jubilo de estar entre sus brazos se evapora y la remplaza el miedo y la ansiedad.
Y es que el verdadero motivo por el que había aceptado venir es para distraerme el resto de la noche sobre lo que tengo que hacer mañana. Antes de irnos de la casa de Connor, los señores Wells aceptaron prestarnos su jet privado para ir a New York, pero debe ser un viaje rápido porque el padre de Connor tiene ganas de hacer una segunda luna de miel con su esposa, en festejo de su séptimo aniversario de casados.
Isabella ya lo sabe y, como es obvio, no le hizo mucha gracia que me valla con Connor a otro estado. Imaginen si se llega a enterar de que es lo que vamos a hacer en realidad. Le he dicho que iríamos a comprar ropa para el verano y que también hablaría con Vogue para conseguir mas trabajo con ellos. Ella, a pesar de mostrarse reacia a dejarme marchar, me conoce lo suficiente como pasa saber que si fuese necesario me escaparía para asistir a ese viaje, así que solo me ayudo un poco con la maleta y me dio las reglas del viaje:
1. Llamarla todas las noches.
2. Nada de sexo sin protección.
Se me cae la mandíbula al piso cuando veo a Leah bajar las escaleras junto a Mateo Castillo, minutos después de haberle enviado un mensaje para que nos encontráramos aquí. Bromeaba y él parecía responder bastante bien a ello, porque sonreía con ella y la miraba con atención y... algo de intriga, al parecer. Basta echar una ojeada a los ojos de mi prima para saber que ella esta loca por él.
Leah me dice que se iba a quedar esta noche en la casa de Lucia, y yo pongo los ojos en blanco mentalmente. Debería controlarse un poco, empieza a parecer desesperada y él...
Pero en ese momento Mateo vuelve a entrar en su campo de visión y reconozco esa mirada. Esa mirada maravillada, como si estuviese contemplando a la optaba maravilla del mundo, completamente hipnotizada y atontada, siguiendo cada uno de sus movimientos hasta que llega a su lado y sus labios de curvan en una sonrisa cuando él le devuelve la mirada, aunque nunca con la misma intensidad...
Tomo su nuca con mi mano, acercándola a mi con, tal vez, demasiada brusquedad.
—Por favor, Leah —suplico con voz urgente, porque he empezado a temer esa mirada—, cuídate mucho.
Ella se aparta y me mira con su ceño fruncido, confusa. Me niega con la cabeza y gesticula con sus labios para que le explique a que diablos me refiero. Ella no lo entiende aun, pero no dudo en que lo hará pronto. Niego con mi cabeza en respuesta a sus preguntas silenciosas y salgo de allí junto a Connor, temiendo por mi prima.
Porque no es la primera vez que veo esa mirada en alguien de su familia.
Años atrás se me ocurrió preguntarle a mi madre como sabría cuando me hubiese enamorado de alguien, pero ella me recomendó mejor preguntárselo a tía Clarissa. Clarissa me dijo que una Musett, o al menos en su caso y en el del abuelo, se enamora de la persona correcta cuando se siente completamente segura con esa otra, confiada para hacer cualquier cosa, como si nada en el mundo pudiese dañarme.
Solo que en algún momento se nos unió Lucian y el me contó, después de que Clarissa le explicase lo que hacíamos, como se enamoraban los Hamilton que el conocía. Según él, los hombres y mujeres con el apellido siempre habían sentido una debilidad especial por los ojos de esa persona de la que se habían enamorado. Me contó que su propia madre llego a pensar que eso se debía a que los Hamilton se enamoraban del alma de las personas, pero como está se encuentra atrapada entre carne, musculo y huesos, en el mismísimo núcleo de la persona, se podía caer rendido ante los ojos de alguien, las presuntas ventanas del alma.