Amnesia

35

Leah Hamilton

Una parte de mi, esa que es inteligente y suele tener las respuestas de los exámenes, me repite que no debo emocionarme de más, no ilusionarme, pero sus esfuerzos parecen inútiles central el resto de mis sistemas nervioso y mis sentidos, sobre todo cuando prácticamente estoy acostada sobre su pecho, mareada con el aroma que desprende su camiseta.

Al igual que con Juego de Tronos, no puedo concentrarme en nada de lo que veo ahora. Podrían estar mostrándome un gráfico dibujo sobre como dos más dos es igual a cuatro y yo no entendería nada; no mientras acostada sobre el pecho del chico que solo me mira para comentar algo sobre el capitulo que ya vi con anterioridad. Imito sus risas, aunque a veces no tengo idea de cual es el chiste.

Me pregunta cosas, y varias las respondo por inercia. Empiezo a pensar que tal vez debería prestar atención a lo que digo, para no soltar ninguna burrada, pero entonces él ríe y su aliento mentolado, con un ligero olor a cerveza, me da de lleno en el rostro y vuelvo a estar distraída.

Me siento algo adormilada, embriagada por su colonia (estoy casi segura de que es Hugo Boss) y el calor que desprende, cuando mi vejiga amenaza con reventarse y arruinar de una manera desagradable el momento que yo estaba disfrutando tanto.

—Creo que vamos a tener que parar —declaro, el se interrumpe a mitad de una frase y me mira con el ceño fruncido, luciendo decepcionado. Creo que luce decepcionado—. Es que necesito ir al baño ahora.

Mateo suelta una carcajada, recordándome el baño de Lucia en su habitación.

—¡Hey, tranquila! —exclama, alza su mano y toca mi mejilla—. No tienes porque ruborizarte por ello.

Aparto mi rostro de su mano, e inmediatamente me arrepiento de ello, pero no puedo devolverla a su mano sin denigrar un poco mas mi orgullo, por lo que solo me levanto, apretando mi mano izquierda en un puño, y entro en el baño de Lucia. La verdad si lo había olvidado por completo, me sorprendo hasta un poco de ver mi bolso (el que prepare para pasar la noche aquí), a un lado de ducha. Desahogo mi vejiga y observo mi rostro en el espejo mientras lavo mis manos.

Mis ojos brillaban de un solido verde oscuro, mis mejillas estaban mas sonrojadas de lo normal y si ponía la mano en mi pecho sentía los latidos de mi corazón, emocionado ante la idea de tener que volver a la habitación para acostarme en el pecho de Mateo.

Me humedezco un poco el rostro con una toalla para refrescarme y, luego de comprobar que el color de mis mejillas baja en intensidad, salgo del baño. Me paro junto a la cama, donde Mateo me mira con una de sus cejas alzadas, sin saber que demonios hacer. Al final, suelto un suspiro y salto sobre las piernas de Mateo, sentándome con las piernas cruzadas como un indio y tomando una almohada para ponerla sobre mis piernas, apoyo los codos en las rodillas y miro a Mateo directo a los ojos, devolviendo su mirada curiosa.

—¿Podemos seguir? —pregunta, su voz algo mas ronca que antes. Mi corazón late mas fuerte y una sonrisa se expande por mi rostro.

—Creo que si —digo en voz baja, ladeando un poco mi cabeza a un lado.

—¿En donde quedamos? —inquiere.

—Creo que querías saber como era vivir en... —Me cuesta recordar—. ¿«Jaula de oro», la llamaste?

—Exactamente, Miss Hamilton —dice en tono teatral.

Al escuchar el apodo no puedo evitar arrugar mi nariz con desagrado. Él vuelve a contemplarme, evidentemente intrigado por el gesto, pero lo deja pasar.

—No existe la jaula —contesto, encogiendo mis hombros.

—Claro que si —insiste, incorporándose de modo que su espalda reposa sobre la cabecera—. El dinero, los gastos, la fama, la falta total de privacidad... ¿Como le llamas eso?

—Es mi vida, Mateo —le recuerdo—. No es una jaula para mi.

—La seguridad que los sigue a todos lados —continua con su argumento.

—Sí —asiento con mi cabeza.

—Sé que estudian demasiado.

—Sí, así es.

—Lo fotógrafos las siguen también.

—¿A donde quieres llegar? —inquiero, sin perder mi buen humor.

Una sonrisa irónica se extiende en su rostro:— A que tienes una jaula muy agradable, pajarito.

—Te dije que no es una jaula para mi.

—¡Oh, vamos! En algún momento debiste sentirte como atrapada en esa gran mansión.

—La verdad, de vez en cuando si me siento algo... encerrada. Pero normalmente salgo de los terrenos y allí se acaba todo, o simplemente me zambullo un rato en la piscina.

—Como dije, tu jaula es agradable.

—Supongo que lo es para alguien que nació allí —replico, poniendo los ojos en blanco.

—Entonces, naciste aquí —cambia de tema.

Asiento con mi cabeza: —Nací en el Brookwood.

—¿Tu vida ya era tan alocada? —indaga. Esto casi parece una entrevista.

—No lo sé —respondo, para luego darme dos toques en la cien derecha con mis dedos—. No estoy muy segura de muchas cosas últimamente.

—¿Te resulta difícil?

—De vez en cuando —confieso, mordiendo un poco mi labio. Nadie me había preguntado eso antes—. No lo sé, es como si todos esperaran algo de mi y yo solo intento adivinar qué. ¿Entiendes?

—Creo que sí.

Me quedo mirando sus ojos, un tanto perdida en el azul, antes de apartarlos para mirar mis manos.

—Creo que Clare espera por ello —confieso en un murmuro. Alzo mi vista de nuevo para medir su reacción, ahora parece confundido—. Creo que espera a que un día me despierte y... vuela a ser la hermana que era antes de todo esto —suspiro.

—¿Y tú? —inquiere, inclinándose hacia mi—. ¿Esperas eso?

—No conozco a esa chica —susurró, esta lo suficientemente cerca para escucharme y el cuarto esta en silencio—. Por lo que me ha contado Ana y Lucia sobre ella, por lo que veo en los ojos de las personas cuando me miran, no creo que haya resultado una buena persona. Sin embargo, no creo que nadie la eche de menos.




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