Amnesia

39

Leah Hamilton

—Ya no estoy segura de esto —declaro, probándome ante el espejo el tercer vestido de tirantes de la tarde.

—¡Pero si te queda fantástico! —se queja Tiana desde mi teléfono—. Creo que deberías usar ese de lunares. ¿Que crees, Kat?

—Creo que no debería usar vestido ni siquiera —repite Katya por tercera vez consecutiva, cuando se asoma por la pantalla del teléfono para verme—. No estará cómoda.

—Kat, usar vestido no significa estar cómoda —replica su hermana, mirándola con exasperación—. Usar vestido es un simplificador a la hora de tener sexo, no es tan sencillo hacerlo en cualquier lugar y en cualquier momento, si usas pantalones.

—Ella no tendrá sexo con Mateo, Tia —dice su hermana, copiando a la perfección su expresión exasperada. Me acerco al burro donde esta mi teléfono y lo tomo en mis manos.

—Pero nunca se debe descartar la idea —señala Tiana, guiñando su ojo.

—No tendré sexo con Mateo —digo, apoyando a Katya. Esta le hace un gesto a su hermana de: «¿Ves? Te lo dije».

—Pero si que lo quieres, ¿no?

—¿Que no lo has visto? —inquiere Katya, poniendo los ojos en blanco—. Claro que quiere tener sexo con Mateo. Es más, quiere tener a los bebés de Mateo, alimentarlos y criarlos, sentarse en un columpio en el porche de su casa a ver a sus miles de nietos y esparcir sus cenizas. ¿No ves la cara que pone cuando esta cerca?

—Exageras —acuso, mientras paseo entre mis percheros.

—Nunca lo hago.

Las gemelas no pudieron venir a mi casa, porque tenían que terminar un trabajo de Historia de Estados Unidos para el miércoles y hoy es martes y no han escrito ni la primera linea de la portada. Ahora ellas ven mis opciones de atuendo para mi cita, mientras escriben como dementes en sus computadoras para no raspar las materias.

WhatsApp nos ayudaba con su opción a vídeo llamada, así que no tenemos problemas para orientarnos.

Miro el reloj del teléfono mientras ellas discuten sobre el color del trabajo.

—Oigas chicas —las llamo, para que me preste su atención—, no tengo mucho tiempo para arreglarme y salir. ¿Que me pongo?

—Pantalones —dice inmediatamente Katya, desde el lugar donde esta el teléfono puedo ver como se muerde la punta de la lengua mientras teclea con rapidez en su computadora.

—Falda corta de puta —dice Tiana, también escribiendo con su entre cejo fruncido—. Combina con un bracier de encaje, le dará un lindo toque —agrega, sonriendo con la mitad de su boca.

—No me están siento de ayuda —me quejo. Extrañaba tanto a Ana y su seguridad para elegirme el vestuario correcto.

Es entonces cuando la veo, allí colgando de su percha plateada. Roja e incandescente.

—Las llamo luego —me despido, acercándome a la prenda.

—¡Si tienen sexo quiero todos los detalles morbosos! —Escucho exclamar a Tiana antes de que la llamada se corte.

Pongo los ojos en blanco y tomo la prenda. «Bien, ¿ahora que?», me pregunto, dando una vuelta sobre mis talones para ver el resto de la habitación.

Me acerco al área donde están colgando los tops y encuentro uno que quedara perfecto con mi prenda roja, inmediatamente se me viene a la cabeza mis pantalones de cuero negro y me apresuro a buscarlos. Me llevo todo a la habitación y lo arrojo sobre la cama en mi camino al baño.

Ana estaría orgullosa, pero solo por si las dudas le mando una foto de mis elecciones antes de entrar a bañarme.

Mateo Castillo

Me cuesta entender que es lo que estoy haciendo aquí exactamente.

La noche pasada Leah había sido amable e interesante y más inteligente que las muchas otras veces que compartimos palabras, pero aun así no entiendo porque había aceptado una cita con ella ni mucho menos porque estaba cinco minutos antes de lo planeado, inclinado sobre la baranda de cristal del segundo piso del centro comercial, esperando que Miss Hamilton llegase.

Le había dado tantas vueltas que al final llegue a una conclusión solida: Quería conocer más a Hamilton. Así que mis intereses se basaban más que todo en la curiosidad que me causa, bien.

Le doy otro sorbo a mi café mientras espero. Aunque ya se porque estoy aquí (simple y mera curiosidad), mis pensamientos no se apartan mucho de la castaña de ojos verdes. Primero, me invita a salir (¡Ella a mi!) y luego la encuentro mirándome en el salón de clases. ¿Por que lo hacia? Justo cuando me di cuenta que me miraba ella aparto su vista, claramente avergonzada y sus mejillas se tiñeron de rojo con tanta fuerza que me pareció una alucinación. Leah Hamilton no es conocida por sonrojarse ni por avergonzarse.

Las caras que puso mientras miraba al frente del salón eran tan graciosas que tuve que tragarme la carcajada hasta que el timbre sonó y no pude resistir más.

Y entonces ella se acerca a mi, hecha una furia, y me reclama por reírme de ella, completamente ajena a las caras graciosas que estuvo haciendo antes y que mi cabeza se encargaba de retroceder y reproducir una y otra vez mientras la veía parada ante mi.

Su excusa fue tan tonta que solo me causo más gracia.

«Pensaba que tenias una araña en el cuello. Intentaba ver si te mataba o te perdonaba la vida, cuando volteaste a verme.»

¡Si, claro!

Entonces le pregunte lo que me tenia curioso y el idiota de Jules entra antes de que pueda contestar. Si Leah hubiese contestado esa pregunta un poco más rápido, ahora mismo tendría una pregunta menos que hacerle.

Lo extraño es que luego, cuando fui a la mesa donde normalmente me sentaba con Jules y otros de sus amigos, él no estaba y no lo volví a ver hasta que lo vinieron a recoger en el frente del instituto. Siendo él el que me dijo que me esperaban en la mesa y el que fue a buscarme, es sumamente extraño que no estuviese entre nosotros cuando llegue después de mi encuentro con Hamilton.




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