Leah Hamilton
—Mamma Mia, here we go again! —canturreo entre dientes, mientras salimos de la sala de cine.
—Sabia que te gustaría —dice Mateo, riéndose de mis cantos.
—¿Gustarme? ¡Me ha encantado! —lo corrijo, pensando en las canciones.
Creo que me siento especialmente conectada con Angel Eyes, la canción que las amigas de Dona le cantan a la hija de Dona, Sophie.
—¿Cual ha sido tu parte favorita? —le pregunto, sintiendo como si estuviese en un trance de azúcar por el entusiasmo que me transmitía la película.
—Creo que la parte donde cantan Mamma Mia!, pero no estoy seguro —dice, pensando en sus palabras.
—Si, se me pusieron los pelos de punta cuando empezó a cantar —le confieso.
—¿Cual fue la tuya?
No puedes decirle que la parte de Angel Eyes, Hamilton.
—Creo que fue cuando le canta la canción al padre de Sophie. ¿Como se llamaba? —lo tengo en la punta de la lengua.
—Considerando que los tres son los padres de Sophie, no se a quien te refieres, Leah.
—El que conoce en la isla —intento explicarme—. El que estaba en una moto y la ayuda con el caballo.
—¿Sam?
—¡Ese mismo!
—¡Oh! ¿Te refieres a la canción que decía «andante, andante»?
—¡Si! Rayos, ¿como pude olvidar su nombre?
—No lo mencionan mucho, y tu solo has visto la segunda parte.
—Le echare la culpa a eso. Como sea, creo que tienes suficiente material como para hacer sufrir a Lucia un rato.
—Estoy seguro que si —afirma, mientras nos incorporamos a los transeúntes del centro comercial.
—De todas formas, Dona es algo lanzada —digo, mientras observo las tiendas que pasamos.
—¿A que te refieres?
—Me refiero, a que siempre le afloja a los que le cantan. No me mal interpretes, amo la canción de Waterlo de Harry, y la que le canta Bill en el bote cuando van a la isla, pero me parece algo extraño que ella decida abrir las piernas, justo después de que alguno le cante sobre lo hermosa que es.
—Pero ella no le abre las piernas inmediatamente a Bill.
—No, tienes razón. A Bill se las abre por despecho. Que tonta soy. ¿Quieres volver al cine y hacerles un gran spoiler sobre la película a los que estén comprando entradas? —Estaba de humor para hacer un par de bromás.
—No lo creo, creo que eso se pagaría con cinco años de mal karma.
—Cobarde.
—Realista —corrige.
—Bueno, señor Realista —sonríe ante mi broma—, le invito unos churros del Todo lo que Puedas Comer de la feria de comidas.
—Sigue siendo extraño que tu invites las cosas —señala, pero se encamina junto a mi al área de comidas del centro comercial.
—Esto no es una cita, Matty-Matt —frunce el ceño al escuchar el apodo con el que lo acabo de bautizar—. Puedo hacer e invitarte todo lo que me de la regalada gana.
—Pensé que era mi turno de invitarte algo —dice él.
—No, tu invitaste en el cine, me tocan los churros. Pero puedes invitar las bebidas, si gustas.
—Creo que me estas comprando, así deben sentirse las prostitutas.
—Me ofendes, Castillo. Nunca me atrevería, pero bien que me has salido barato.
—Mierda, debí suponerlo. ¿No quieres comprarme un traje de Armani o algo de Louis Vuitton, luego?
—Tal vez luego de los churros —digo, riendo—. Creo que empiezo a encajar en el papel de una Sugar Mama.
—Relájate, no puedes ser mi Sugar Mama, soy mayor que tú.
—No puedes ser mayor que yo —digo, entrando en el local de Todo lo que Puedas Comer—, estamos en el mismo curso.
—¿Cuando es tu cumpleaños?
—Octubre, diecinueve.
—El mio es el primero de enero, yo gano.
—Tendré una seria discusión con tu madre sobre cambiar legalmente tu fecha de nacimiento, te lo juro.
—No serias capaz. —¿Acaso me esta retando?
—A pesar de que estaría encantada de decirte y retratarte todo lo capaz de hacerlo que soy —digo, parándome junto al mostrador de comida y observando el interior, para saber que sirven hoy—, debo ir al baño ahora o perderé mi vejiga. Consígueme unos churros y una 7'Up, bien fría, pequeño Chulo.
—Antes era Matty-Matt y ahora soy el Chulo —se queja, resistiendo la risa—. ¿Que seré mañana para ti, entonces?
—Probablemente sigas siendo Mateo, pero por ahora seras el Chulo —respondo, caminando de espaldas en dirección al baño más cercano—. No me tardo nada.
Me doy vuelta sobre mis talones y continuo mi caminata, con sus risas a mi espalda.
No me gusta usar los aseos públicos de las tiendas, pero tenia que hacer una excepción si no quiero quedarme ser vejiga y estos resultan estar bastante limpios. Me encierro en el ultimo cubículo y, después de llenar el asiento de papel de baño, hago lo que había venido a hacer.
Reviso mi reflejo mientras lavo mis manos. Mis mejillas están sonrosadas y mis ojos brillan, no se porque y tampoco es que me importe mucho.
La tarde con Mateo había sido muy tranquila. Había tenido que recordarme y repetirme, en voz alta incluso, varias veces que esto no era más que una cita de amigos y que no debía ilusionarme, pero resultaba tan difícil no hacerlo que me sacaba de quicio que yo pudiese ser tan fácil con una persona.
Una persona a la que, además, yo sé que no le intereso para nada.
Pero es que todo me sale natural con él. Las bromás y las pullas que han salido en esta tarde de «no-es-una-cita» ni siquiera las había pensado, solo salen en el momento en el que él dice algo, como una respuesta ingeniosa que me salva de ser todo lo torpe que sé que puedo ser.
Miro mis brillantes ojos con detenimiento. Bajo esta luz parecen más amarillos que verdes. Alguien entra al baño mientras sacudo mis manos para secarles luego con una toalla de papel.