Amnesia

41

Leah Hamilton

Los pasillos del IMPEE son tan blancos que, cuando la luz del sol los ilumina, estos parecen refulgir con intensidad.

Estoy apoyada en una pared, junto a una hilera de casilleros, mirando a la puerta de la dirección del Instituto. Se supone que estoy esperando a alguien, se supone que debo hacer esto todos los años, pero este año estoy algo aburrida y cansada de hacerlo.

Justo cuando me estoy preguntado porque estoy aquí si no quiero hacer esto, la puerta se abre y cuatro personas salen de la dirección. La directora McGregor esta guiando a tres estudiantes hasta donde estoy esperando, con su inmaculado traje azul sin ninguna arruga.

Lucia viene tras de ella, sonriendo como si fuese el día de su cumpleaños, Luca esta a su lado, con rostro taciturno. Mis ojos se clavan instintivamente en los de Mateo, perdiéndome un poco en el azul intenso que muestran...

Las estrellas vuelven a enmarcarlos y luego los ojos de Mateo desaparecen por completo, siendo llevados por la niebla y el frió. Mucho frió.

El frió se cuela por mi ropa, cubriéndome por completo. Me están enterrando en hielo.

Tengo que correr, tengo que escapar antes de que me mate. Tengo que hacerlo antes de que sea demasiado tarde.

Lucho con mis manos contra la pared de hielo que se forma frente a mi, quemando mis manos por el frió en el proceso. El aire frió se mete por mis fosas nasales y quema mis pulmones, siento como mi corazón duele, quema con fuerza mientras se congela también.

—Prometiste nunca dejarme —susurra una voz junto a mi cabeza, pero no puedo volverme para ver de que se trata—. Juraste que siempre seriamos solo tu y yo, que nada más importaba...

El frió se esparce por mi cuerpo, congelando mi sangre y paralizándola en mis venas, entumeciendo mis músculos y nublando mi mente. « Así debe sentirse morir», pienso con desgana, mientras siento como si al menor golpe los dedos de mis manos podrían ser separados de mi cuerpo.

—No, cariño, no estas muriendo —dice la voz de nuevo, con sorna. Burlándose de mi, burlándose de mi congelamiento—. Vivirás, tendrás años de vida por delante pero, ¿a que precio? Tu madre murió por tu culpa. Murió porque no tuviste la fuerza suficiente...

—Mi madre murió porque alguien corto los cables del auto —digo a la voz, mi voz suena desesperada—. Alguien los corto y por eso ahora esta muerta.

—Alguien los corto, porque tu no cumpliste con tus promesas —sisea la voz.

El frió sube a mi cabeza congelando mi cuello y mis labios, impidiéndome protestar. Siento como mis ojos se congelan fijos y abiertos dentro de sus cuencas y como mi pelo se vuelve quebradizo.

Extrañamente, a pesar de que soy consciente de que me estoy convirtiendo en una estatua de hielo, no tengo miedo. De hecho, estoy ansiosa porque el frió congele mi cerebro. Estoy ansiosa por convertirme en un ser sin emociones, sin preocupaciones, sin nada a lo que aferrarse. Espero con impaciencia a que el frió congele el único órgano que aun no se ha cristalizado en hielo, preguntándome cuanto puede tardar en congelar toda la materia gris de mi cráneo.

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«En mi sueño, estoy desesperada por dejar de sentir algo, pero al mismo tiempo estoy completamente consiente de que eso no pasara tan rápido ni de manera tan sencillo como parece.»

Cierro el diario que me dio la psicología y paso las manos por mi rostro, espantando los últimos vestigios del frío y de la sensación de congelamiento que me dejo el sueño.

Este no fue tan vivido, hay partes que no puedo recordar por completo y que me resultan complejas, lo que significa (según los análisis de Parisi), que no son recuerdos de mi antigua vida. Entonces, ¿que me quiere decir mi subconsciente, que tiene que ver con el hielo?

En los últimos dos días, luego de la «cita-no-cita» con Mateo y de que el detective Foster nos diera sus análisis sobre el accidente, he soñado mucho con Genova. El sueño de la maleta, donde salen mi familia y es rota en miles de pedazos frente a mis ojos horrorizados, se repitió en las últimas dos noches. Me prometí a mi misma que si se llegaba a repetir también hoy, haría cita para la tarde con la loquera, aunque nuestra cita de esta semana es el domingo.

Ayer la llame y le conté sobre la repetición de mis sueños en la mañana, en toda la llamada ella se concentro en calmarme lo mejor que pudo desde el teléfono y en dejarme lista para soportar el resto del día. El domingo hablaríamos sobre este tema, me prometió que intentaríamos algunas medicinas alternativas. Insistí en la hipnosis en mi primera sesión con ella, y creo que por fin la convencí de que es la única manera de que no termine en un sanatorio como una de sus pacientes fijas.

Hoy es viernes, solo tengo que esperar dos cortos días para que Parisi pueda recibirme y, si todo sale como quiero, hipnotizarme para que deje de tener este tipo de sueños.

Por otro lado, Mateo y yo iremos a correr en mi auto luego del instituto.

Después de nuestra salida al cine, en la que salí corriendo para llegar a Hamilton Paradise por ordenes de mi padre, Mateo se había empezado a sentar de nuevo en la mesa que comparto con su hermana, las gemelas Curie (que aun no logro diferenciar), Emma y Aria (las amigas de Lucia que se sentaron conmigo en mi supuesto «primer día de instituto»).

Clare volvió al instituto al día siguiente que el detective Foster nos diese su análisis del caso y fue recibida por todo lo alto.

Ordeno a Denovan que sacara la limusina blanca del garaje (lugar a donde la había mandado luego de que lo convencí de que era innecesaria y de que podíamos usar o mi auto o una de las camionetas, cualquier cosa menos ese gran vehículo alargado y estrafalario), se levanto temprano para hacerse grandes bucles en el cabello rubio y casi le da un infarto al verme bajar las escaleras con el cabello encrespado y la corbata suelta rodeando el cuello de mi camisa mientras bostezaba, pero yo no tenia ninguna culpa, me había quedado dormida ahora que no tenia a mi reloj patentado «Ana Dominé».




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